Robots asesinos

16/07/2015 - 7:05 am

¿No estaremos confiando demasiado en las máquinas?, cuestionan en una escena de Terminator Génesis, (Alan Taylor, 2015), retorno cinematográfico a la confrontación apocalíptica entre el hombre y la robótica, con la complejidad añadida de los saltos en el tiempo. Basta una mirada para declararnos esclavos cotidianos de ellas: les confiamos nuestra salud, identidad, dinero, seguridad, trabajo, movilidad, atención y tiempo. Y, en fantasías indeseables, la robótica, los replicantes humanos metalizados y la inteligencia artificial un día se rebelan, se niegan a facilitarnos la vida y se autoprograman para arrebatárnosla.

Estos androides desconocen y desafían las Tres Leyes de la Robótica planteadas en los relatos del escritor de origen ruso Isaac Asimov: un robot no hará daño a un ser humano, un robot obedecerá las órdenes dadas por los seres humanos y un robot protegerá su propia existencia mientras ello no entre en conflicto con las primeras dos leyes. Son los autómatas desobedientes.

En 1927, el alemán Fritz Lang llevó a la pantalla la historia escrita por Thea von Harbou -guionista relevante para el cine alemán de los años veinte-, sobre Rotwang, un científico demente que construye un robot de apariencia femenina para generar disturbios entre los obreros de la ciudad futurista Metrópolis, título de la película situada en el año 2026. La creación (Brigitte Helm) posee no sólo aspecto humano, también asume conductas y, más adelante, iniciativas propias de acción en medio de las revueltas sociales. ¿Inquietante esa autonomía? Sí. Es lo más temido: que los androides se sitúen fuera del control del hombre, ejerzan el libre albedrío y se vuelvan contra su creador, punto sustancial de la saga Terminator y otros destacados referentes.

Entre los más perturbadores: Hal 9000, la inteligencia artificial encargada de controlar las funciones vitales de la nave interplanetaria en 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick (1968). Fallos en el funcionamiento de transmisión alertan a los astronautas David Bowman y Frank Poole sobre desperfectos en los circuitos de Hal 9000. La muerte de otros tripulantes que viajaban en hibernación acrecenta la sospecha de una perversa intención de la máquina: asesinar al resto de los viajantes. El filme, basado en el relato “El Centinela” del inglés Arthur C. Clarke plantea un conciencia degradada con autonomía gestada entre circuitos integrados.

En Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), Ash (Ian Holm) un escrupuloso científico a bordo de la nave Nostromo resulta ser un androide cuya misión de atrapar vida alienígena está por encima de preservar la vida de la tripulación. En Robocop (Paul Verhoeven,1987) el planteamiento es que humano y máquina se integran en un ente avanzado para combatir el crimen en Detroit. La memoria emocional del policía metálico (Peter Weller), un gendarme muerto en servicio, representa una falla costosa para la corporación OCP que decide reemplazarlo por el ED-209, un diseño robótico que en una demostración dispara contra un ser humano.

Asesino virtual (Brett Leonard,1995) Otro centro de tecnología avanzada desarrolla una entidad virtual para entender cómo trabajan las mentes criminales. Sintetizan el perfil de más de un centenar de asesinos seriales en un ente llamado Sid 6.7 (Russell Crowe) que logra escapar de la reclusión del ordenador transformándose en el más peligroso homicida del planeta.

En Matrix (1999) de los hermanos Wachowski, nos topamos con Los Centinelas, robots asesinos similares provistos con tentáculos que andan a la caza de los últimos sobrevivientes humanos que se han resistido a la esclavitud de las máquinas: los hombres son proveedores de energía para esa nueva civilización que se ha apoderado del mundo… mental. En Yo, Robot (2004) de Alex Proyas, que añade al guión concepciones de Isaac Asimov, nos traslada hasta el año 2035 en donde humanos y androides conviven en armonía hasta que ocurre un crimen perpetrado, al parecer, por un robot.

Regresó. Aseguró que lo haría tras pronunciar la afamada promesa: “I´ll be back” (sitio 37 en las frases más célebres del cine estadounidense de acuerdo con el American Film Institute). Se le vio en 1984, armado con una mira láser persiguiendo a Sarah O´Connor, la futura madre de un líder de la resistencia anti robótica. Provenía de un mañana dominado por las máquinas cuyo objetivo era exterminar a la raza humana. Era el modelo T-800 (Arnold Schwarzenegger), de aspecto humano, rostro pétreo, exterior de piel y alma de titanio y tungsteno.

En 1991, con Terminator 2: El día del juicio (James Cameron), retornó para la redención. Misma fachada, distinto bando. Ahora, con una escopeta Winchester M1887 cumplía la misión de proteger la vida de John O´Connor, esta vez acompañando a una versión musculada de Sarah, ambos combatiendo a un casi invencible modelo T-1000, de estructura insuperable de metal líquido

Entramos en otros planos con los robots defensores de la vida y que desean vivirla, que valoran la existencia -incluso más que algunos humanos- y que han sido testigos de cosas que no creeríamos: llamas en la constelación de Orión y rayos alumbrando la oscuridad en la puerta de Tannhäuser, como declama el replicante Roy Batty (Rutger Hauer), miembro de una rebelión robótica que verá llegar su fin tras el enfrentamiento con el policía de una brigada especial creada para cazarlos en Blade Runner (Riddley Scott, 1982).

Y lo que hemos visto en Inteligencia artificial (Steven Spielberg, 2001), Ella (Spike Jonze, 2013), Ex Máquina (Alex Garland, 2015) y tantas otras nos remite a la escalofriante aseveración de John Connor en la mencionada Terminator Génesis: No soy un hombre, no soy una máquina… soy algo más.

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.
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