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Germán Petersen Cortés

16/06/2015 - 12:01 am

El viraje de 2015

Concentrarse en los árboles hace perder de vista el bosque. Mirar solo los cambios específicos que trajeron las elecciones del 7 de junio impide apreciar el viraje sistémico que supusieron. Aquí se trata de dar cuenta de este cambio de ruta. La agregación de cambios en distritos, alcaldías y gubernaturas se tradujo en una transformación […]

Concentrarse en los árboles hace perder de vista el bosque. Mirar solo los cambios específicos que trajeron las elecciones del 7 de junio impide apreciar el viraje sistémico que supusieron. Aquí se trata de dar cuenta de este cambio de ruta.

La agregación de cambios en distritos, alcaldías y gubernaturas se tradujo en una transformación del sistema de partidos, que pasó de estar claramente dominado por tres partidos a la fragmentación, sobre todo por el ascenso de partidos menores o inexistentes hace apenas tres años –PVEM, MORENA y MC– y de candidatos independientes.

Las elecciones de 2015 son un punto de inflexión en la democratización mexicana, pues implicaron el paso de un sistema de partidos con tres partidos centrales, todos con historia, ideología y penetración en la sociedad, a uno donde tendrán peso partidos que son auténticos aparatos para lanzar candidaturas –PVEM y MC– o están construidos en torno a un líder y el movimiento que lo respalda –MORENA. Otro dato de enorme trascendencia es el ascenso de jugadores no institucionales sino personales, los candidatos independientes.

El decremento en el peso de los partidos históricos y el incremento en la importancia de nuevos partidos y personas tiene, desde luego, causas y consecuencias. Por el momento dejemos de lado las primeras y centrémonos en las segundas.

Una observación inicial es que la crisis de representatividad de la democracia mexicana está encontrando nuevos mecanismos para expresarse. Dicho mecanismos, para fortuna de la estabilidad social, pasan por las instituciones, lo cual apuntala la legitimidad del orden político.

Estos nuevos mecanismos de representatividad, empero, no solo benefician a instituciones y personas con agendas democráticas, independientemente de que las compartamos o no, sino que también empoderan, por ejemplo, a vehículos de poderes fácticos –PVEM.

A mi juicio, lo mejor del ascenso de nuevos partidos así como de representantes y gobernantes independientes es su posible contribución al cambio de comportamiento de la clase política establecida. En efecto, en la medida en que aquellos cumplan lo que prometieron, presionarán a esta a estar a la altura de elecciones mucho más competitivos y ejercer el servicio público con más elevados estándares. El tamaño de este impacto lo iremos viendo con el tiempo, pero tiene el potencial de ser realmente grande.

Ahora bien, una desventaja de un sistema de partidos fragmentado es que dificulta el logro de acuerdos. Entre más partidos haya en el Legislativo, más segmentos de la sociedad estarán representados, pero también más se dificulta la construcción de mayorías.

Cabe hacer notar que, ante este panorama, el partido que tendrá menos dificultades para construir mayorías será el PRI, pues su alianza con PVEM y PANAL es sumamente estable. El problema lo tendrán los otros dos partidos históricos y los demás partidos en ascenso, que carecen de aliados estables.

Un sistema de partidos con múltiples nuevos jugadores, tanto institucionales como no institucionales, abre paso a la incertidumbre. Lo más probable es que esta tenga un efecto paradójico: por un lado abrirá paso a decepciones, que incluso pudieran ser regresivas para la democracia, y por el otro iniciará caminos políticos antes ni siquiera imaginados.

Otra interrogante es si la llegada de nuevos jugadores realmente podrá promover cambios en problemas como corrupción, patrimonialismo y bajas capacidades institucionales, cuando no está consolidado un auténtico Estado de derecho. Es decir, si bien hay nuevos jugadores, se sigue compitiendo con las mimas reglas, además débilmente aplicadas.

Finalmente, tengo dudas de que la dispersión del poder en el sistema de partidos sea la solución de largo plazo para reformar la democracia mexicana. En el corto plazo seguramente habrá cambios interesantes, pero en el largo pareciera complicado que un sistema de partidos fragmentado y sin cambio de reglas conjure los riesgos que entraña y esté a la altura de lo que se espera.

Este nuevo arreglo en el sistema de partidos logrará lo que se espera si y solo si los nuevos partidos y los independientes cambian el juego político en el conjunto del país, a partir de levantar el listón para todos los jugadores y no desilusionar a la sociedad en el intento.

Solo el tiempo revelará las consecuencias de este viraje, que ojalá sean para bien.

@GermanPetersenC 

Germán Petersen Cortés
Licenciado en Ciencias Políticas y Gestión Pública por el ITESO y Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México. En 2007 ganó el Certamen nacional juvenil de ensayo político, convocado por el Senado. Ha participado en proyectos de investigación en ITESO, CIESAS, El Colegio de Jalisco y El Colegio de México. Ha impartido conferencias en México, Colombia y Estados Unidos. Ensayos de su autoría han aparecido en Nexos, Replicante y Este País. Ha publicado artículos académicos en revistas de México, Argentina y España, además de haber escrito, solo o en coautoría, seis capítulos de libros y haber sido editor o coeditor de tres libros sobre calidad de vida.

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