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Jorge Alberto Gudiño Hernández

16/05/2015 - 12:03 am

Paratextual

Existen placeres que se derivan del objeto original que los provoca. Esto pasa con frecuencia aunque, he de confesarlo, no siempre reparo en ellos. El ejemplo más común que se me ocurre está en la comida. Sobre todo, cuando ésta va más allá del mero acto alimentario y se centra en la experiencia, en satisfacer […]

Existen placeres que se derivan del objeto original que los provoca. Esto pasa con frecuencia aunque, he de confesarlo, no siempre reparo en ellos. El ejemplo más común que se me ocurre está en la comida. Sobre todo, cuando ésta va más allá del mero acto alimentario y se centra en la experiencia, en satisfacer a los sentidos. Ya sea en un restaurante lujoso o en la comodidad de nuestras casas, todos hemos vivido comidas memorables. Sobre todo, cuando el placer se extiende. De ahí las largas pláticas posteriores a la comida, los tragos, los cigarros, el mismo café. Algo que podía ser simple se convierte en algo más.

            Si me centro exclusivamente en la experiencia gastronómica, se podría decir que ésta termina cuando se prueba el último bocado. El resto es accesorio. Ese café, el puro de los fumadores, los dulces que dan a la salida del restaurante. Y aunque es probable que no alcancen a satisfacer los sentidos del mismo modo que cada uno de los platillos, lo cierto es que se agradecen esos extras que terminan por redondear al placer mismo.

            A veces, esto también puede suceder con la lectura. Si entendemos como “paratexto” todo aquello que no pertenece, en realidad, a la obra, bien podemos encontrar varios agregados en la mayoría de los libros. Hay quien sostiene, incluso, que el propio título entraría en esos terrenos. Sin afán de adentrarme en esa discusión, me conformo con aquéllos elementos que se salen de la novela en cuestión, por centrarme en el género que más conozco.

            No se necesita ser un experto para descubrir todos los agregados paratextuales que suma la editorial. Desde la elección del papel y el tamaño, hasta el tipo de caja y la portada. Supongo que, salvo por ejemplares incunables o libros con un valor histórico específico, todos preferimos leer de libros bonitos que de otros que no resulten tan atractivos. No por nada el libro también es un objeto deseable más allá de su contenido.

            A últimas fechas me he encontrado, con cierta frecuencia, con un elemento paratextual que me resulta por demás atractivo: las notas del autor al final de la novela. Algunas veces son meros agradecimientos y otras, en cambio, una explicación detallada de cómo se llevó a cabo la novela en cuestión. Cualquiera que sea el caso, confieso que los leo con deleite. Son como ese puro al final de la cena o como los caramelos a la salida del restaurante. De hecho, prefiero que sean muy triviales, mentas para el aliento, para que no alteren la experiencia lectora previa.

            Me pasa lo contrario con los prólogos y las notas preliminares. Al menos con las novelas que leo por puro placer. Explico: cuando realizo lecturas académicas o me dejo seducir por ediciones críticas, reconozco y valoro los elementos paratextuales añadidos por los estudiosos. De hecho, por eso acudo a esas ediciones. Sin embargo, lo menos que deseo cuando estoy por arrojarme a una novela son los comentarios de alguien más. Y no porque sea alguien que no propicie el diálogo. Al contrario, me encanta platicar sobre libros siempre y cuando ya los haya leído. De ahí que los prólogos a ciertas novelas recientes no sólo me los salto sino que me causan cierta extrañeza. A fin de cuentas, no son productos académicos.

            Se me figura, entonces, que estos paratextos preliminares son como las contraportadas, lo que menos me gusta dentro del campo de la paratextualidad: una invitación a leer un libro que, de hecho, estoy a punto de leer. Y no me encanta la idea de aguantar comentarios positivos y exagerados previos a mi lectura. Así que mejor me salto las contraportadas, los prólogos y las notas liminares. Eso sí, a veces, cuando termino la lectura, me vuelco hacia ellos. Es por la necesidad de prolongar el placer. Uno no se levanta de una sobremesa entretenida y con buenos amigos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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