Julieta Cardona
16/01/2016 - 12:00 am
Cuando la belleza se revienta
Soy una apologeta de la belleza. La exterior la reconozco a años luz de distancia; la interior también.
Soy una apologeta de la belleza. La exterior la reconozco a años luz de distancia; la interior también. Y ojalá fuera solo eso, pero no, yo me obsesiono de las personas que poseen ambas bellezas. Y cuando digo que me obsesiono es en serio. Es más, tengo un ejemplo claro: mi hermano.
Todo comenzó cuando mamá se fue de casa y se agudizó después con la partida de papá. Mi hermano, siendo el más pequeño y el más endeble no precisamente por ser el menor sino por cargar en su nombre de pila el nombre de mi padre y el nombre de mi abuelo, se volvió triste y hermoso. No tiene toda la culpa: a veces las personas, en el afán de repetir una historia de éxito en términos occidentales –o simplemente una historia–, terminan volviéndose locas. Locas, cicladas y bellas.
La cosa es que yo, obsesionada con encontrarle un equilibrio emocional, le conseguí un psiquiatra, suficientes putas y suficiente cocaína. Me equivoqué: fui soberbia al pensar que él se curaría del mismo modo que yo. Me equivoqué, pues; hay personas que se curan por partes, poco a poco, y no de putazo como yo urgía. Que simplemente se curan distinto.
Pronto y, como un chico listo –listo, triste y hermoso–, se hartó de mí y se exilió en una playa del sureste de México. Se internó ahí unos buenos meses y en las mañanas, según platica, antes de que saliera el sol corría a toda velocidad con dirección al mar buscando que la sal le chupara todas sus grietas. Y lográndolo casi todas las veces incluso, dice, cuando la marea lo engañaba buscando chuparlo entero y para siempre. Y trabajó haciendo pan, trabajó en hornos que, dice, eran tan calientes que casi le calcinan el corazón.
Pero lo veo bien ahora que ha vuelto a la ciudad, la brisa de la playa y el fuego de los hornos me lo devolvieron con un aire distinto y con la certeza de que él no quiere nada de lo que yo quiero para él o mi madre quiere para él. Me lo devolvieron hermoso, pero a cambio se quedaron con mi obsesión y está bien, me gusta pensar que el mar es un apologeta de la belleza a su manera.
Mi hermano ha vuelto, pero solo por poco tiempo, dice que buscará andar en moto y en carretera porque así aprecia lo que la mayoría de las personas no: el viento reventándote la cara y los muchos verdes que hay en tan solo un pedacito de tierra. Tiene razón; hace que me pregunte cuánto tiempo necesita una persona para encontrarse y él mismo hace que me responda que, si te va bien, te tomarás toda la vida.
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