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Jorge Alberto Gudiño Hernández

15/12/2018 - 12:03 am

Narcos, la serie

No entraré en la discusión sobre la posible apología de la violencia que hace. Siempre me ha parecido que la ficción, incluso la que se basa en hechos históricos, no debe entrar en el ámbito de la corrección pública. Su intención va más allá de las posibles influencias que pueda generar.

“De entrada, me gustaron más las temporadas anteriores. Es probable que esto se deba al guion y, sobre todo, a que el personaje de Pablo Escobar estaba mucho mejor desarrollado que el de Miguel Ángel Félix Gallardo, encarnado por Diego Luna”. Foto: Netflix

Terminé ayer de ver la cuarta temporada de Narcos. No soy un crítico de productos audiovisuales, cine o series pero disfruto consumiéndolas. Sobre todo, por las noches, cuando el cansancio hace que M y yo optemos por entretener las últimas horas del día viendo la tele.

Dicho lo anterior, apenas utilizaré algunas líneas para verter mi opinión. De entrada, me gustaron más las temporadas anteriores. Es probable que esto se deba al guion y, sobre todo, a que el personaje de Pablo Escobar estaba mucho mejor desarrollado que el de Miguel Ángel Félix Gallardo, encarnado por Diego Luna. Resulta evidente que éste es más plano, con menos matices, como si fuera necesario resaltar su genialidad antes que otra cosa. Es un tipo capaz de resolver cualquier problema casi sin inmutarse. Tan es así, que resultan mucho más atractivos personajes como Caro Quintero o Don Neto, tienen un componente humano que se escapa del protagonista.

No entraré en la discusión sobre la posible apología de la violencia que hace. Siempre me ha parecido que la ficción, incluso la que se basa en hechos históricos, no debe entrar en el ámbito de la corrección pública. Su intención va más allá de las posibles influencias que pueda generar.

Me detengo entonces, en una sospecha que tiene tintes de certeza. Si en las temporadas anteriores había un antagonismo claro con ciertas fuerzas gubernamentales, con aquéllas que no habían sido corrompidas por los cárteles colombianos, en esta última entrega, es difícil encontrar ese contrapeso. Hay antagonismo, por supuesto, pero éste no descansa en las fuerzas del orden.

Detengan su lectura, ahora, quienes no han visto la serie, bajo el riesgo de enterarse de algo que les eche a perder algo de la trama.

La historia, se avisa desde los primeros minutos de la serie, descansa sobre el asesinato de Kiki Camarena, un agente de la DEA que consigue salvar todas las trabas de las policías corruptas mexicanas para lograr la destrucción del mayor plantío de mariguana de la historia. Muere a manos del narco, es cierto, pero lo hace por una clara injerencia de los poderosos de México. De hecho, Félix Gallardo quiere ponerlo en libertad tras un secuestro producto más de las pasiones que de la planeación. Quienes lo condenan, entonces, son personajes oscuros ligados al poder político. Lo que desatará el inicio de la gran guerra que nos lastima hoy en día.

Es por todos sabido que el narco mexicano no habría tenido el éxito que ostenta de no haber colusión con el gobierno y las fuerzas del orden. Ser testigo de su ocurrencia, aunque sea en el plano de la ficción, genera un desasosiego tal que es imposible no estallar de coraje. Es cierto, han sido millones de dólares los que han corrido de un lado hacia el otro, como sobornos o pagos para el buen funcionamiento de la empresa ilícita. A cambio, sin embargo, el daño ha sido masivo en muchísimos niveles.

Estas semanas hemos sido testigos, a cuenta gotas, del juicio contra el Chapo Guzmán. Los testimonios también acusan a políticos encumbrados y a altos mandos policiales. En tanto las voces son de testigos protegidos y los alegatos provienen de la parte acusadora, bien podríamos negarlos a falta de que se prueben tales dichos. Sin embargo, sabemos bien que no se desvían mucho de la verdad.

Si sumamos la ficción de Narcos con los testimonios de delincuentes que buscan liberarse o reducir sus penas, la conclusión es simple: el narco mexicano ha llegado hasta donde está gracias al apoyo del poder legítimo. Y eso, más allá de la calidad de la ficción o de la complejidad de los personajes, es grave, muy grave. Tanto, que se antoja que, cuando menos, alguno de estos nombres pronto esté en el banquillo de los acusados. El mal ya hecho no se podrá revertir pero la impartición de la justicia es lo único que puede llevarnos a la resolución de este tipo de problemas.

Si de algo vale, Narcos nos ha mostrado parte del camino. Distorsionado, es cierto, y refigurado por la ficción. Pero es una muestra clara de que el mal mayor sigue impune y es menester perseguirlo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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