MÉXICO: PAÍS DE HISTORIAS QUE REGRESAN

15/09/2012 - 12:00 am

En Historias que regresan. Topología y renarración en el segunda mitad del siglo XX mexicano [Fondo de Cultura Económica/Universidad Iberoamericana], la propuesta de José Ramón Ruisánchez hace frente a los obstáculos que aquejan a la historia mediante el acercamiento más sutil y más fiel que proporciona la literatura ante el devenir del ser humano.

Con el fin de revisar ese pasado desde una perspectiva más reveladora para crear una conciencia histórica de mayor profundidad, Ruisánchez Serra compila siete obras de autores mexicanos representativos de la segunda mitad del siglo XX: El disparo de Aragón de Juan Villoro, Entrada libre de Carlos Monsiváis, El principio del placer de José Emilio Pacheco, La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, De perfil de José Agustín, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes y Pedro Páramo de Juan Rulfo.

En la introducción de esta obra, el también profesor asistente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Houston, Texas, aclara que aun cuando los textos arriba mencionados no corresponden a la novela histórica sí narran momentos muy cercanos en el tiempo al de su elaboración y, por tanto, “sortean sin muchos problemas la necesidad de recrear el paisaje de una época para concentrarse, en cambio, en el momento en que las estructuras simbólicas hegemónicas se agotan y la imaginación domina las esferas íntima, social y pública, proponiendo versiones del presente desde las cuales se modifica de manera crucial la comprensión de la nación y de lo nacional”.

Con la autorización del autor, y en el marco de una aniversario más de la Independencia de México, SinEmbargo.mx presenta una parte de las conclusiones de este libro que nos reencuentra con orígenes, personajes y hechos de nuestro pasado reciente.

DE LAS CONCLUSIONES…

Así, a través de la lectura de Rulfo, lo que llega a la segunda mitad del siglo de la narrativa de la Revolución Mexicana es radicalmente distinto, se ha renarrado y ha sufrido un apartamiento hacia usos diferentes que saben aprovechar virtualidades en que no se había ahondado, las virtualidades liberadas por Rulfo ya no dependen de un contexto histórico fijo, puntual.

En resumen, Rulfo es la encrucijada fundamental que le da paso a una nueva narrativa de la historia, gracias a que en vez de a los hechos, se enfrenta directamente a los procesos mismos. Rulfo construye la condición de posibilidad de un tipo de renarración que, al tiempo que se refiere a una historia inmediata, actúa de manera radical sobre el archivo y, centralmente, sobre las prácticas de renarración mismas. Si en Pedro Páramo, la escucha modifica la naturaleza de la intersubjetividad, después de Pedro Páramo, lo que se modifica es la manera de producir textos que no sólo representan un salto topológico, sino que lo hacen con tal potencia que modifican la idea de nación; textos que al renarrar entre sus personajes, obligan a una comunidad de lectores a renarrarse, a re-espacializarse y a renunciar a los lugares a que los empuja una interpelación monológica y vertical.

Es notable, por ejemplo, cómo el significante “Revolución” se divide, por una parte en lo “revolucionario institucional” del partido: la traición que es al mismo tiempo discurso monolítico, y por otra parte en lo topológico, en revoluciones, en promesas incumplidas que no se cancelan sino que resurgen en virtualidades más o menos veloces en su regreso, que fecundan a los libros fundamentales de la narrativa posterior.

El barrio de San Lorenzo en El disparo de argón se parece a Comala. Los une algo que no estaba tan claro en la ciudad narrada en décadas anteriores donde lo acéntrico era aún el horizonte imposible de articular de lo multicéntrico. Tanto el espacio narrativo creado por Villoro como el de Rulfo aparentan ser perfectamente cerrados. Sin necesidad de una muralla o de algún otro medio técnico evidente, un nombre circunscribe a sus habitantes, los ancla, crea una autosuficiencia que implica su desprecio y su miedo respecto al exterior. En ambos casos el cierre topológico del espacio crea la posibilidad de una apertura renarrativa polifónica. Aunque los detalles anecdóticos de las dos novelas son muy distintos, en ambos casos se trata de ficciones donde un orden casi absoluto se abre a nuevos tránsitos espaciales y narrativos. No sería extraño que los habitantes de San Lorenzo fueran nietos de aquellos que lograron salir de Comala, consecuencia directa del éxodo del campo a la ciudad, pero que ni así pueden librarse de las presiones del poder que los obligan a reinterpretar los ordenamientos.

Más allá de este flujo demográfico hacia ella, debo señalar que la Ciudad de México me interesa principalmente en tanto nombre de un espacio intensamente topológico en el que sus habitantes, cuando tornan personajes –y, de nuevo, a partir de la lectura de estos personajes– modifican su definición subjetiva al renarrar de manera incesante sus historias y con ello erosionan la solidez de la “Historia”. En este sentido Comala resulta imprescindible porque, de nuevo, más que un lugar en el mapa, es una manera de modificarlo, es la cifra de su accionar polifónico. Comala funciona de manera sorprendentemente parecida a los fragmentos narrables de la urbe, en tanto espacio textual, en tanto correlato topológico de la renarración. Y al mismo tiempo, esta renarración urbana renarra, porque se lo apropia, el significado de Comala.

En buena medida Juan Preciado ocupa la misma posición que la suma en paralelaje de los pronombres de Artemio Cruz, la del narrador sin nombre de De perfil, la de “EP” en La noche de Tlatelolco, la del diarista adolescente y los adultos asediados por espectros en El principio del placer, la del ubicuo cronista de los textos de Entrada libre, la del doctor Fernando Balmes en El disparo de Argón. En todos los casos, se trata de narradores cuya ignorancia parcial de las historias es parte crucial de los textos, cuya necesidad de la versión del otro, cuyo movimiento es una investigación de espacios donde se revela otra versión de su propio estar en el barrio, en la ciudad, en la nación. Así mismo, son maneras de narrar que privilegian la contaminación topológica: inquietan el afuera resguardado donde el lector podría observarlos impunemente y lo incluyen, cada uno a su manera, como una pieza necesaria en el ejercicio de renarrar momentos cruciales de la historia.

El hecho de que Pedro Páramo se produzca porque Juan Preciado está dentro de una tumba ocupada debe leerse en dirección a dos aspectos complementarios de la misma imposibilidad: así como hay un espacio imposible de llenar, también hay un elemento cuyo lugar, si existe, sólo se podría hallar en un más allá del orden simbólico establecido. La consecuencia es que la circulación renarrativa-topológica es inevitable y permanente. Los procesos de estatización son ilusorios: no sólo el presente sino el pasado mismo, observado desde el presente, están siempre replegándose en nuevas figuras porque no hay manera de que acomode todos sus elementos en su lugar; siempre hay un desplazamiento por el espacio. El elemento sobrante que ocupa una tumba con alguien más lleva a la conversación interminable. Y leo inevitablemente esta conversación desde al movimiento incesante que no permite que se fijen la circulación ordenada por las calles y plazas y horarios de las ciudades que me han enseñado los demás textos narrativos de los que me ocupo: los lugares no existen, porque hay un lugar mal ocupado, y una cosa que permanentemente carece de lugar. Dicho de otro modo: los muertos de ayer nos fuerzan a hablar –y actuar– en las ciudades de hoy.

A su vez, hay que leer las figuras que forman los distintos personajes de Pedro Páramo de manera complementaria al desajuste genealógico, a la renuncia a los pactos que forman la estructura del parentesco que estructura De perfil pero también La muerte de Artemio Cruz, a la subversión de la verticalidad y su reacomodo en La noche de Tlatelolco y Entrada libre, a la incompatibilidad del amor primero y la memoria después en El principio del placer.

Al final la importancia de la topología-renarración es su capacidad para modificar lo que se propone como invariable para reestablecer un desde siempre y para siempre de la lucha hegemónica (por decirlo con Laclau y por lo tanto con Gramsci), incluso, mostrar que es potencialmente posible modificar lo universal, es decir, el campo mismo que contiene estas tensiones. La topología-renarración modifica retrospectivamente la Historia sin reestablecer ciertas reglas. Como lo articula Butler:

El discurso reiterativo ofrece, entonces, la posibilidad –aunque no la necesidad– de quitarle al pasado su control exclusivo de lo universal dentro en política. Esta forma de performatividad política no absolutiza de manera retrospectiva su exigencia sino la recita y vuelve a poner en escena un grupo de normas culturales que desplazan la legitimidad de una presunta autoridad hacia el mecanismo de su renovación. Este cambio hace más ambigua y más abierta a reformulación la movilidad de la legitimación en el discurso. De hecho, tales exigencias no nos regresan un saber que ya teníamos, sino provocan una serie de preguntas que muestran la profundidad que tiene y debe tener nuestro no-saber cuando exigimos las normas del principio político. (Butler, Laclau, Žižek 41)

Los siete textos demuestran sin duda la potencia de la renarración como agente de modificación de los lugares de autoridad, creando el espacio topológico para el cuestionamiento no sólo de cierta versión, sino de las reglas mismas de su legitimación y, por lo tanto, en última instancia, de lo que Butler –y Laclau y Žižek, en el mismo libro– llaman lo universal dentro de la política. Esto es, la concepción misma de lo que comprendemos como “política” y por ende cada una de las reglas de su ejercicio. El correlato más claro en estos libros de este proceso es la modificación constante de la ciudad, de las rutas de la información, el intercambio, sus límites y prohibiciones, el salto al ejercicio topológico como mythos central de la renarración. El paso a un no-saber.

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