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Antonio Salgado Borge

15/07/2016 - 12:00 am

Matrimonio igualitario: naturaleza, viejitos consumidos y esqueletos

Entre los más visibles opositores al matrimonio igualitario en México se encuentran los jerarcas de algunas iglesias y los dirigentes de sus asociaciones civiles satélite

Foto:Cuartoscuro
Foto:Cuartoscuro

Entre los más visibles opositores al matrimonio igualitario en México se encuentran los jerarcas de algunas iglesias y los dirigentes de sus asociaciones civiles satélite. A pesar de que sus posiciones no representan a la mayoría de los creyentes -y en el caso del catolicismo muy probablemente tampoco la del papa-, el protagonismo de estos líderes religiosos es tal que incluso una elección de Gobernador –la de Aguascalientes- podría anularse debido a sus reiteradas intervenciones e invitaciones, algunas desde el púlpito, a votar por los candidatos promotores del “matrimonio natural”.

A pesar de que 8 de cada 10 personas en nuestro país son católicos, los mexicanos aprendemos desde pequeños que dentro de un Estado laico las iglesias están separadas del Gobierno y que no es posible emplear argumentos religiosos o espirituales para oponerse o promover una ley. Y es que sustentar que el matrimonio igualitario, o cualquier otra cosa, es “diabólico” o “antinatural” porque un texto sagrado así lo dice presentaría dificultades evidentes. ¿Qué texto sagrado –la Biblia, el Corán, el Talmud…- elegimos para sustentar nuestra afirmación? Poner a competir a los dogmas de distintas religiones es una tarea inútil porque resulta imposible encontrar un criterio para determinar al ganador de entre diversos textos sagrados a los que, en todos los casos, se les atribuye reflejar una voluntad divina.

Además, si nos decidimos por uno de éstos –que probablemente sería el más popular en el lugar dónde nos tocó nacer-, aun dentro de un mismo texto pueden haber pasajes contradictorios o, de plano, que justifiquen actos que hoy son considerados criminales. ¿A qué secciones deberíamos hacer caso al momento de legislar? Ciertamente sería tan insensato como convenenciero suponer que los elegidos deben ser aquellos que mejor se adapten a nuestros prejuicios o necesidades, y que los incómodos deben ser ignorados. Por si esto no fuera suficiente, nos topamos con que siempre será problemático distinguir qué partes del texto son literales y cuáles son alegorías que debemos interpretar. Acudir a argumentos espirituales para justificar el derecho positivo es, por ende, insostenible.

Esto lo saben perfectamente bien los jerarcas religiosos que se oponen a los matrimonios igualitarios. Es por ello que terminan jurando que sus opiniones no se sustentan en textos sagrados explícitos, sino que lo que les mueve es prevenir uniones que supuestamente atentan o pervierten de alguna forma a la naturaleza. Así lo dijo el obispo de Toluca, quien recientemente desarrolló en público el siguiente argumento en forma de experimento mental –fallido-: “Inviten a unos hombres y mujeres a una isla lejana, sola. Pónganles comida, medicina, pónganles todo y déjenlos que pasen allá algunos años, y en otra isla lleven a puros hombres y déjenlos que pasen algunos años. Pasados unos 30 o 40 años regresen. Donde estaban puros hombres, lo único que queda son viejitos consumados [sic] o algunos esqueletos, y donde pusieron hombres y mujeres van a haber un montón de chilpayates. ¿Qué dice la naturaleza?. ¿Dónde está la vida? Hijos, no es la religión, la naturaleza habla. La humanidad siempre ha creído en el matrimonio”

La pretensión de secularizar preceptos religiosos a través de su naturalización no es nueva; pero en el caso del matrimonio igualitario este intento tan sólo puede sostenerse durante pocos segundos. Por principio de cuentas, incluso si aceptamos que la naturaleza tiene “intenciones” que pueden ser interpretadas, y que de esta interpretación se deben derivar nuestras leyes, deben admitir que, al igual que los humanos, algunas especies animales no recurren al sexo con fines meramente reproductivos. Los bonobos, por ejemplo, se involucran en relaciones sexuales con machos y hembras con el fin de socializar o de solucionar posibles conflictos. Las evidencias en este sentido son contundentes: las prácticas homosexuales no son desviaciones de la voluntad humana; por el contrario, éstas son frecuentes en miles de otras especies animales. Los hechos sepultan la idea de que la homosexualidad o el sexo sin matrimonio son algo “antinatural”, “pecaminoso” o incluso “diabólico”.

Pero regresemos al tema del matrimonio y la función que se le atribuye en nuestra sociedad. Es claro que los animales, incluidos los seres humanos, no necesitamos del matrimonio para reproducirnos. Si así fuera probablemente no estaríamos aquí y ahora; nuestra especie se ha extendido por el planeta mucho antes de que se inventara el matrimonio. Si no necesitamos del matrimonio para reproducirnos, y si muchas personas pueden casarse sin la intención de reproducirse, claramente el matrimonio no puede estar vinculado inexorablemente a la idea de reproducción.

Además, contrario a lo que piensa el obispo de Toluca, la humanidad no siempre ha creído en el matrimonio. Si aceptamos la evolución –y el Vaticano mismo la acepta- entonces no podemos identificar un momento específico en que el ser humano llega desde arriba a romper con todo lo existente en el mundo animal, sino que debemos considerar que, como ocurre con el resto de los animales, los humanos hemos cambiado continua y gradualmente. Dado que nosotros provenimos de la misma línea que los chimpancés y los bonobos, entonces claramente no siempre hemos empleado al matrimonio como institución social. Por si esto no fuera suficiente, existen evidencias sobradas de que el concepto de matrimonio mismo cambia siguiendo criterios temporales y espaciales. La Biblia da cuenta de que el rey Salomón y el rey David tenían muchas esposas, que Isaac se casó con su prima y que Abraham hizo lo mismo con su media hermana.

Estoy de acuerdo con quienes piensan que la adopción es un derecho de los niños y no de los adultos, y que este derecho está en función de que los menores cuenten con las circunstancias necesarias para desarrollar sus capacidades humanas y autodeterminarse. Para ello se requiere de muchas condiciones, pero una de ellas no es que haya un hombre y una mujer en casa; el desarrollo de muchos niños en entornos provistos por padres solteros son prueba perfecta de ello. Sin embargo, ni siquiera poniendo entre paréntesis lo anterior se sigue la idea de que para las parejas integradas por personas del mismo sexo es antinatural adoptar. Los Chimpancés machos o hembras suelen adoptar a infantes cuando éstos son separados de su madre. Esto prueba que los primates adoptamos mucho antes de que exista el matrimonio o la figura legal de la adopción.

De acuerdo con la perspectiva puramente naturalista, absolutamente todo lo que es forma parte de la naturaleza, desde las partículas estudiadas por la física cuántica hasta los cerebros humanos pasando por todas nuestras creaciones. En este caso, nada de lo que es por naturaleza y en naturaleza ocurre podría ser considerado antinatural. Pero claramente no es este el tipo de naturalismo que personas como el obispo de Toluca tienen en mente. Para ellos la naturaleza “habla” y da “dictados” a la humanidad.

Sin embargo, invocar a lo natural como fuente de verdades objetivas e inmutables que nos indican cómo debemos vivir nuestras vidas es un error. Al menos que yo sepa, la naturaleza nunca le ha hablado literalmente a nadie – al menos a nadie sobrio o en sus cinco sentidos-. A pesar de que la naturaleza no tiene voz algunos interpretan sus supuestos deseos como aquello que es más común o que cumple una función principal. Si aceptamos lo anterior tendríamos que considerar que los seres humanos utilizamos algunas de las partes de nuestro cuerpo para muchas tareas que divergen de sus funciones primordiales. Bajo esta óptica la mayoría de las cosas que hacemos serían consideradas “antinaturales”. Aún más interesante es pregúntanos de dónde se saca la idea de que para que uno tenga un derecho, tiene que ser naturalmente capaz de hacer cierta cosa. Usted tiene el derecho a la propiedad privada de la tierra, a pesar de que usted no puede generar tierra, y yo tengo el derecho a subirme a un avión aunque sea incapaz de volar.

Regresemos entonces al fallido experimento mental del obispo de Toluca. “¿Qué dice la naturaleza?” La naturaleza no habla, aunque algunos se esfuercen por arrancarle palabras. Mucho menos podemos extraer de sus leyes o cadenas causales instrucciones de cómo vivir nuestra vida o cómo debemos exigir a otros que lo hagan. “¿Dónde está la vida?” En prácticamente todos los rincones de este planeta, y para ésta exista definitivamente no se requiere del matrimonio. La humanidad siempre ha creído en la la vida en comunidad, en la empatía y en la solidaridad, pero no siempre en el matrimonio. Y a pesar de las resistencias de algunos, pasados 30 o 40 años, la versión excluyente de matrimonio que mejor conocemos terminará siendo cosa de viejitos consumidos y esqueletos.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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