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Benito Taibo

15/06/2014 - 12:00 am

De futbol y de héroes

Demasiado dinero, mercadotecnia, parafernalia, cortinas de humo, tejemanejes; demasiadas ambiciones y esperanzas puestas en unos cuantos hombres, demasiado derroche y  demasiados policías. Demasiado de todo, en un país, Brasil, al que le faltan muchas cosas que podrían ser aliviadas con el dinero que se invirtió en construir estadios que no se necesitan, en lugar de […]

Demasiado dinero, mercadotecnia, parafernalia, cortinas de humo, tejemanejes; demasiadas ambiciones y esperanzas puestas en unos cuantos hombres, demasiado derroche y  demasiados policías.

Demasiado de todo, en un país, Brasil, al que le faltan muchas cosas que podrían ser aliviadas con el dinero que se invirtió en construir estadios que no se necesitan, en lugar de hospitales y escuelas que verdaderamente  hacen falta.

A mí me gusta el futbol, pero me gusta más la justicia.

Dicen por ahí que la esperanza vana es un pequeño demonio que vive dentro de todos  y que no se pliega a las leyes de la lógica ni de la razón. Se alimenta con la posibilidad, el resquicio y sobre todo, del azar.

Somos un país propenso al sorteo, la rifa, la tanda, la oportunidad dorada, el negocio turbio pero “infalible”, el penalty tirado con los ojos cerrados y encomendándonos a la virgen de Guadalupe, el mínimo chance salvador que vendrá a cambiarnos la vida para siempre.

Pero, sin duda, lo contaba y cantaba, mucho mejor que yo, el maravilloso Chava Flores en su ¿A que le tiras cuando sueñas, mexicano? que más que parodia, es una perfecta radiografía de nuestros males endémicos.

Así, cada cuatro años, el animalito que nos habita, nos hace concebir locas probabilidades mundialistas, que se atizan desde la tele con patrioterismo ramplón, breves minifaldas, hartas chelas y desaforados gritos que piden que  todos le vayamos al equipo de verde, porqué son los “nuestros”. Y en cuanto pierden (y es que pierden ellos, nunca “nosotros”), dejamos de ser los propietarios de ese nacionalismo de bolsillo, que sólo sirve para acabarnos los tenis dando inútiles vueltas al ángel de la independencia, que desde las alturas nos mira aterrado, o aterrada;  y es que lo llamamos “ángel” y sin embargo tiene pechos. Ni al sexo de nuestros símbolos podemos atinarle.

Y volvemos cabizbajos a casa, con el diablillo de la esperanza vana, agonizante, para darle de comer y consentirlo lo más que se pueda, hasta que aparezca una nueva oportunidad de sacarlo al sol,  junto con nuestras camisetas verdes y las banderas con águilas devorando serpientes.

A mí me gusta el futbol, pero me gustan más los héroes anónimos.

Los invito a un breve viaje por el tiempo. Estamos en el verano del 42 (y no es la canción ni la película) en la Ucrania ocupada por los nazis. Los sobrevivientes del que fue alguna vez el poderoso equipo de futbol  Dínamo de Kiev se reúnen para formar una nueva escuadra: el FC Start.

Desnutridos, agotados, internos en campos de concentración, ocho de esos jugadores son reclutados (obligados) para intentar dar, en medio de la barbarie y el horror, una apariencia de normalidad en la que nadie cree (pero que los nazis impulsan vehementemente). Tres más provienen de las filas del que fuera su eterno rival, el Lokomotiv.

El 21 de junio se enfrentan a la guarnición húngara (colaboracionista de los nazis) y les encajan seis goles, recibiendo tan sólo dos a cambio.

El 5 de julio hacen trizas a la guarnición rumana  con marcador de 11-0.

Y los habitantes de Kiev comienzan a ver en esos partidos, un atisbo glorioso de resistencia frente al enemigo. Así que  comienzan a llenar los campos de juego.

El 12 de julio le meten un sonado 9 a 1 a los trabajadores del ferrocarril militar.

Los nazis ven en el FC Start (cuyos jugadores siguen hambrientos y agotados), la posibilidad de demostrar en la cancha, su superioridad racial, y de paso humillar a los ucranianos. Así que hacen venir desde Alemania al PGS (del cual no he podido encontrar una sola referencia) y el cual es triturado categóricamente con un seis a cero, el 17 de julio. Y salen vitoreados de la cancha como verdaderos ídolos.

Viendo en esta derrota un posible brote de insurrección, se arma un equipo de élite seleccionado entre los más arios, más hábiles y más fuertes miembros de de la Luttwaffe (la aviación del Reich) y los enfrentan con los ucranianos (que seguían pasando hambre) el 6 de agosto.

Gana el FC Start por cinco a uno.

Se pide la revancha. Y es pactada para el día 9 del mismo mes en el Zenit Stadium.

Pero antes, la Gestapo advierte a los jugadores ucranianos que serían fusilados si ganaban de nuevo.

Y ganaron…

Cinco goles a tres.

Y el FC Start, se convierte así, en el símbolo de la resistencia y  la esperanza real (no vana).

Humillados, los humillantes nazis, aparentemente (hay versiones contradictorias) obligan a los jugadores a hacer un último partido, el 16 de agosto de 1942, contra el poderoso Rukh, al que liquidan con un maravilloso ocho a cero.

Al finalizar el encuentro, la Gestapo arrestó a varios jugadores (otros lograron escapar entre la enloquecida muchedumbre que invade la cancha) y enviados a la tortura y al campo de concentración de Sirets.

Tengo aquí la lista de esos jugadores que se convirtieron, gracias a un simple juego que muchos odian pero que a otros enloquece, en unos auténticos héroes:

 Georgi Timofeyev,  Pavel Komarov,  Nikolai Korotkykh (que murió tras ser torturado después del partido del 6 de agosto), Vasily Sukharev, Feodor Tyutchev, Makar Goncharenko, Mijaíl Putisin, Mijaíl Mielnizhuk, Mijaíl Keehl, Nikolai Trusevich, Iván Kuzmenko y Alexei Klymenko (estos tres últimos fueron fusilados en febrero de 1943).

Jorge Valdano, inteligente teórico del deporte-espectáculo, dice una frase que me gusta: “El futbol es lo más importante de lo menos importante”  a la que yo tan sólo añadiría: “Con sus honrosas excepciones”.

A mí me gusta el futbol, pero me gustan más las historias como esta.

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