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Tomás Calvillo Unna

15/04/2020 - 12:05 am

A la intemperie

A las 4 AM el dichoso silencio no cede, conserva su luzl, a podemos aún respirar,hacerla nuestra…

El umbral de los sueños. Pintura de Tomás Calvillo Unna.

En los márgenes de las ciudades,

a las 4 AM la luz de la luna todavía alumbra.

 

El silencio asemeja un contenedor inmenso,

donde habitan los volátiles impulsos del inconsciente,

de miles que buscan dormir entre la maraña
cada vez más densa

de los pensamientos.

 

El sueño no avala del todo ese enjambre
de ruido que se multiplica con la luz solar;
petrificado en la oscuridad,
agrieta los corazones, sin descanso alguno.

 

El universo, esa palabra paradójicamente impronunciable,
nos habita, estamos ya en su territorio.

 

A las 4 AM hay aún un silencio dichoso,

un bálsamo que acompaña a la palabra amanecer,

en ella conserva su resonancia cuando la pronunciamos.

 

Amanecemos y las notas informativas en su competencia

comienzan a amarrar la imaginación y queman sus alas

con las llamas de sus adjetivos.

 

Nos convertimos en personajes anónimos,

en realidad, lo somos;

una suma estadística de popularidad

de lo tribunos del calendario

y de sus apuestas en los torneos que
dramáticamente se deslizan a una guerra;

ya es una guerra,

donde los primeros prisioneros somos nosotros:

estos miles y millones de oyentes pasivos,

participantes de una narración

dime a quién escuchas y te diré quién eres

dime a quién lees y te diré de qué pierna cojeas”.

 

Ahí estamos creyendo ser ciudadanos

en esta condición masiva de carne de cañón.

 

Los meses están asignados para sucesos previstos,

le nombran vida pública, y de pronto,

lo inesperado irrumpe y antes de que podamos responder

ya quedamos incluidos en las listas de los ejércitos.

 

Estamos en el campo de batalla, preparando las trincheras;

no descansamos, seguimos las instrucciones,

la información cierta, veraz, bien ponderada;

el mundo todo, mágicamente se hace pequeño y nos encapsula;

somos una bala expansiva, y lo probamos y comprobamos

en las redes que llamamos “benditas y malditas”;

dispersamos aquí y allá la pólvora en imágenes, frases, juicios,

alimentamos el circuito, nos sumamos a su estruendo

y somos una onda electrónica más;

un marcaje en la pizarra, en su nocturno hueco,

donde se consume esto, que asumimos es la realidad.

 

Somos también un fake news, y nos duele sabernos así,

y buscamos como salir y corregir la plana.

No, no somos esto, ni eso, ni aquello,

no, hasta gritamos que ¡No, No, No!

Al día siguiente con la respiración agitada

continuamos en ese volantín

donde pretendemos resumir el mundo nuestro y el de los demás.

 

Aferrados a duras creencias,

apuntamos al enemigo que puede estar incluso en casa,

en la habitación contigua o en el comedor.

La razón nos pertenece y eso es suficiente

para izar el estandarte de nuestra horda cibernética.

 

Caminamos en el silencio de los pasillos

custodiados de estantes

para proveernos de alimentos;

trazando en nuestro devenir

repetimos frases hechas

que pretenden explicar los sucesos;

espectadores y actores en esta doble función

ejercemos la retórica siempre moldeable

de una explicación para proseguir;

pagamos y debemos,

pagamos otra vez más

y debemos más para seguir pagando.

 

Volvemos a casa,

exhaustos al comprender

que en realidad retornamos con las manos vacías,

y la razón de ello es que nunca salimos,

hemos estado dando vueltas en círculos

y ahora nos sorprendemos aquí inmóviles

sin el encantamiento de la infancia,

en la incertidumbre de lo inconmensurable

que nos arrincona

en la forzada obediencia de la amenaza.

 

Con el odio dosificado

siembran la desdicha;

la insidia contagia a millones

envenena el aire fresco de la madrugada.

 

Escuchamos afuera y adentro

el crujir de muros y techos;

son nuestras casas, nuestras ciudades…

 

Alguien grita y clama desde las azoteas:

Se derrumba, se derrumba, se está derrumbando.

 

A las 4 AM el dichoso silencio no cede,

conserva su luz

la podemos aún respirar,

hacerla nuestra…

 

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