Carlos A. Pérez Ricart
15/03/2022 - 12:04 am
El triunfo histórico de las Ateneas
“Al inicio de 2022 las mujeres componían el 25 por ciento de la totalidad del cuerpo de seguridad de la CdMx; su máximo histórico. En contraste, en Estados Unidos las mujeres solo representan el 12.5 por ciento de los elementos policiales. No existen datos compilados al respecto, pero es probable que en ninguna otra entidad federativa en México haya una proporción siquiera similar de mujeres en sus respectivas corporaciones”.
El equipo pesa más de catorce kilos. Tardan varios minutos en colocárselo. Primero, el chaleco; luego las espinilleras, el casco y, al final, el escudo y un extintor. Es tanto el peso que son comunes las lesiones en rodillas que muchas veces terminan en intervenciones quirúrgicas. “Vale la pena”, dice una de las mujeres. Para cuidar las manifestaciones no llevan armas; ni siquiera los habituales toletes. Así, con esos catorce kilos extras encima, deben hacer frente a los martillos, petardos, piedras, tubos, palos y bombas molotov que personas furiosas quieren usar contra ellas. A ello se suma el cansancio y el infame calor.
Las mujeres policías de la Ciudad de México llevan catorce kilogramos de indumentaria y también la carga de años de olvido. Aun así, resisten.
La historia de las mujeres en la policía capitalina es una que aún está por escribirse. Sin embargo, sabemos que se remonta a los años de la Revolución, con la participación de algunas de ellas asignadas para realizar operaciones secretas y misiones de vigilancia. Poco más tarde, al cabo de la lucha armada, las mujeres afianzaron su participación en el mercado laboral de la Ciudad de México de los años veinte, y varias se incorporaron a la policía para realizar trabajo de escritorio como secretarias en las comisarías. Algunas más optaron por el trabajo de campo, y fueron destinadas a labores de cuidado y vigilancia en espacios públicos como parques y jardines. Su participación en las fuerzas del orden, en algunos casos, fue sobresaliente, al grado de ser asignadas en labores más especializadas, como sucedió con Josefina España, quien con tan sólo veinte años de edad ya laboraba como oficial en el servicio de identificación criminal y dactiloscopista.[1] Sin embargo, a pesar de su notable desempeño, ni Josefina ni sus compañeras de campo o de oficina fueron reconocidas por su trabajo ni como parte de la corporación. A los ojos de sus pares masculinos desempeñaban un trabajo menor, por el cual no eran dignas de ser consideradas como policías.
Es hasta el año 1930 cuando, por orden del Jefe de la Policía del Distrito Federal, Valente Quintana, que se creó el Cuerpo de la Policía Femenil, con 69 mujeres que recibieron la debida instrucción.[2] Aun cuando con la creación de esta agrupación por fin se reconocía a la mujer como una parte activa de las fuerzas del orden, su aparición no estuvo exenta de críticas. La irrupción de las mujeres en una profesión profundamente masculinizada, si bien fue celebrada entre los sectores progresistas, también despertó una serie de burlas y comentarios despectivos entre los grupos más tradicionales, quienes las consideraban débiles e incapaces de emular a los varones al momento de combatir la delincuencia.[3]
A pesar del respaldo de Quintana, y de contar con una escolaridad y adiestramiento que no en pocos casos superaba a la de los policías varones, la mayoría de las oficiales femeninas rápidamente fueron relegadas a trabajos “menores”, en sitios donde pudieran cuidar de niños y adultos mayores, y al cabo de unos cuantos años el proyecto se extinguió. Desaparecido el Cuerpo de la Policía Femenil, esas mujeres y otras más continuaron en la corporación como secretarias, analistas en laboratorios de identificación o celadoras en correccionales y algunas más haciendo labores de tránsito. Unas cuantas lograron colocarse en tareas de patrullaje o en la policía secreta.
Con el correr de los años el número de efectivos femeninos en las filas policiacas creció discretamente. Para 1972 había unas seiscientas policías en el grupo femenil perteneciente a la Dirección General de Policía y Tránsito. Para ellas nada fue fácil; nada fue gratis: cada día debían pelear contra los prejuicios machistas de la sociedad y de sus propios compañeros. No había órganos de control ni forma de denunciar los abusos con los que las mujeres debían convivir todos los días.
La situación no mejoró entrado el siglo XXI. Solo en los últimos años es posible advertir cambios profundos en la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC): la policía de la CdMx. Los avances logrados en esta administración están a la vista de todos. Por mencionar algunos: las mujeres ya no son obligadas a cortarse el pelo al entrar a la Academia de Policía, absurda práctica que subsistió por décadas; reconociendo la importancia numérica y jerárquica de las mujeres en la corporación, se crearon grados policiales en femenino; se anularon las brechas salariales entre hombres y mujeres, y se generaron políticas transparentes de ascenso a puestos de mayor responsabilidad. Además, se constituyó una Unidad Especializada de Género que ha llevado prácticamente todas las denuncias de abuso por parte de mandos hombres a la Fiscalía General de Justicia de la CdMx. En algunos casos se han girado ordenes de aprehensión. La última generación de la Academia de Policías tuvo más mujeres graduadas que hombres. Queda mucho por hacer, pero el derrotero es claro.
Al inicio de 2022 las mujeres componían el 25 por ciento de la totalidad del cuerpo de seguridad de la CdMx; su máximo histórico. En contraste, en Estados Unidos las mujeres solo representan el 12.5 por ciento de los elementos policiales. No existen datos compilados al respecto, pero es probable que en ninguna otra entidad federativa en México haya una proporción siquiera similar de mujeres en sus respectivas corporaciones.
Hoy existe en la policía de la CdMx un grupo conformado exclusivamente por mujeres, la Unidad de la Policía Metropolitana Femenil “Atenea”. Su mando no es un hombre; la encargada de coordinar a las Ateneas es la licenciada en derecho, Itzania Otero, mejor conocida como “jefa Atenea”. Lleva 10 años en la policía y tres en la primera línea de contención de las marchas que se celebran cada ocho de marzo. En su tiempo libre —que no debe ser mucho— cursa un doctorado en seguridad ciudadana. Tiene 34 años cumplidos, resistiendo. Su lucha feminista tiene lugar fuera y dentro de su institución.
El grupo Atenea está formado por casi quinientas mujeres de entre 18 a 50 años. Fue la base del grupo que cuidó la manifestación del 8 de marzo. De sus filas solo tuvo que ser llevada a un hospital la policía herida con un picahielo en el pómulo, una mejora frente a las más de sesenta que terminaron en el hospital el año pasado. La consigna de las Ateneas es clara: garantizar la libre manifestación y tránsito al tiempo en que buscan contener grupos de choque. ¿La clave? Mantener la calma en todo momento. El 8 de marzo lo lograron; hoy son el orgullo de la policía de la capital.
En la tradición griega Atenea era la diosa de la sabiduría y la guerra. Era la más sabia, la más valiente y, desde luego, la más ingeniosa de los dioses del Olimpo y la mejor en estrategia de combate. En México sus representantes no han quedado a deber. Flores y admiración total a ellas.
Colaboró en la escritura de esta columna Daniel Herrera Rangel.
[1] Meneses, Rodrigo, “Mujeres en la Policía: género y orden público (1930)”, en Illades, Carlos y Mario Barbosa (eds.), Los trabajadores de la ciudad de México 1860-1950. Textos en homenaje a Clara E. Lida, México, El Colegio de México, 2013.
[2] Íñigo, Alejandro, Bitácora de un Policía1500-1982, México, D. D. F., 1985.
[3] Bailón Vásquez, Fabiola, “El cuerpo de la Policía Femenil: imágenes y representaciones, ciudad de México, 1930”, en Secuencia, Núm. 107, 2020.
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