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Alejandro De la Garza

15/01/2022 - 12:03 am

Luz de Milpa Alta

“Luz trabajó con lingüistas, antropólogos y etnólogos a quienes trasmitió su saber vivo y directo de la lengua náhuatl y de la experiencia indígena; con ellos redactó incluso una gramática del náhuatl clásico”.

“Las palabras de Luz continúan vivas en náhuatl, español e inglés en sus dos libros, reimpresos varias veces, y su imagen plástica de mujer náhuatl perdura en decenas de obras iluminadas por la extraordinaria Luz de Milpa Alta”. Foto: Alcaldía Milpa Alta

Llega al sino del escorpión la declaración del Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas 2022-2032, y esta proclama de la ONU lo lleva a recobrar la historia de Luz Jiménez, mujer náhuatl de Milpa Alta, célebre por haber sido capturada en murales, pinturas, esculturas y fotografías de los años veinte mexicanos y convertirse así en ícono emblemático de “la mujer indígena”; pero Luz fue además traductora, narradora oral, maestra de náhuatl, escritora e “informante” de antropólogos y etnólogos beneficiarios de su conocimiento.

Julia Luciana Jiménez González, Luz Jiménez, nació en 1897 en el pueblo originario de Santa Ana Tlacotenco, zona de Milpa Alta donde se arraiga con hondura histórica la conciencia náhuatl, preservada en sus formas organizativas y su normatividad interna, en el apego y la defensa del territorio, en celebraciones y ritos anuales vinculados al ciclo agrícola y la religión y, también, de manera muy importante, preservada en el uso del náhuatl “clásico”, en el cual perviven las antiguas expresiones lingüísticas prehispánicas.

Luz Jiménez fue representante viva de ese náhuatl clásico y, definida como “informante” —figura colonial puesta en cuestión desde hace tiempo—, colaboró con el antropólogo Fernando Horcasitas desde 1948, cuando éste la conoció en casa del también antropólogo Roberto H. Barlow: “Ella dictaba una serie de textos en náhuatl… Después de esta fecha fue mi fiel informante durante muchos años para mi curso de náhuatl”, recuerda Horcasitas, quien a raíz de su relación con Luz publicó en 1968 el libro De Porfirio Díaz a Zapata. Memoria Náhuatl de Milpa Alta (UNAM), donde se acredita la recopilación y la traducción de los textos narrados por su “informante”, pero desestima el crédito a Luz.

De inmediato hubo críticas por esa “apropiación”, pues los textos de Luz mantenían una impronta propia literario-narrativa. Su infancia en Tlacotenco, las fiestas y rituales, las peregrinaciones a Chalma, la llegada de los zapatistas y la Revolución, las masacres realizadas por los carrancistas (la muerte de su padre y de sus tíos), son narradas por Luz de una forma conmovedora y refinada por el recuerdo. El comentario de Miguel León Portilla es revelador: “…la imagen de los hechos narrados alcanza, a veces, una fuerza expresiva comparable a la de otros textos indígenas del siglo XVI, como aquellos en que se conservan los relatos aztecas de la Conquista”.

En 1979, Horcasitas publicaría Los cuentos en náhuatl de doña Luz Jiménez (UNAM), segundo volumen de traducciones de las narraciones de Luz, ahora sí debidamente acreditadas a su autora. Desde fines de los años cuarenta y hasta su muerte accidental en 1965 (atropellada por un vehículo en la capital), Luz trabajó con lingüistas, antropólogos y etnólogos a quienes trasmitió su saber vivo y directo de la lengua náhuatl y de la experiencia indígena; con ellos redactó incluso una gramática del náhuatl clásico.

El alacrán recupera los años previos de Luz Jiménez, antes de abocarse a la traducción y recuperación de sus historias en náhuatl, cuando a mediados de los años veinte llegó a la capital a trabajar como vendedora en el mercado y como “sirvienta”. Logró entonces un empleo como modelo en las escuelas de arte impulsadas por Vasconcelos, donde la encontró el pintor Jean Charlot, a la sazón asistente de Diego Rivera. De manera accidental, la imagen de Luz Jiménez fue entonces “apropiada” plásticamente como encarnación de lo femenino indígena, justo cuando se instrumentaba la ideología del mestizaje y el indigenismo, y el régimen buscaba la representación nacionalista en las artes del país.

La mirada de los artistas exalta en Luz su herencia indígena y la sublima como fundadora-origen-esencia de la nación. Es reconocible en obras de caballete de Rivera, como La molendera (1926) y Vendedora de flores (1926), y en los murales del artista en San Ildefonso (La Creación, 1922), la SEP, Chapingo, Palacio Nacional, el Palacio de Cortés (Cuernavaca) y el Museo Casa Estudio Rivera-Kahlo.

Orozco la pintó en su mural Cortés y Malinche (1926), en San Ildefonso; Jean Charlot en su cuadro Trabajo y descanso (1924); Fernando Leal en el cuadro India con frutas (1920) y en el mural La fiesta del señor de Chalma (1923) en San Ildefonso; Edward Weston y Tina Modotti la capturaron también en fotografías de 1926-27. Y se le puede ver en las portentosas esculturas de Ignacio Asúnsolo en el Monumento a Álvaro Obregón y en las de Oliverio Martínez en el Monumento a la Revolución. Destaca también su figura generosa en la Fuente de los Cántaros, de José María Fernández Urbina, en el Parque México capitalino.

Tristemente, como nos recuerda la antropóloga Paula López Caballero, Luz no pudo vivir de sus conocimientos; su voz y su imagen necesitaron de la mediación de artistas e intelectuales para “ser oída y vista”, y su trabajo no implicó para ella la independencia económica. Sin embargo, apunta el escorpión, la lingüista Frances Karttunen escribió una biografía de Luz titulada Between Worlds (1994) y para celebrar el centenario de su nacimiento, en 1997, se exhibió la muestra Luz y los buenos maestros en el Museo Mexicano de Texas. En México, se organizó en 1999 una exposición en su memoria en la Museo Casa Estudio Rivera-Kahlo y, en el 2000, el Conaculta publicó el libro Luz Jiménez, símbolo de un pueblo milenario. En la alcaldía Milpa Alta se erigió hace poco una estatua en su memoria.

Las palabras de Luz continúan vivas en náhuatl, español e inglés en sus dos libros, reimpresos varias veces, y su imagen plástica de mujer náhuatl perdura en decenas de obras iluminadas por la extraordinaria Luz de Milpa Alta.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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