Iguala, Guerrero, la ciudad que fue escenario de la persecución, asesinato y desaparición de 43 normalistas de la Escuela Rural Raúl Isidro Burgos la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, vive la resaca del escándalo más grande de su historia, para la que no hay fecha de caducidad.
La vida cotidiana de la ciudad se transformó en medio de la crisis de inseguridad que trajo una severa caída en la economía local luego de que la policía municipal y el entonces Alcalde José Luis Abarca Velázquez resultaran cómplices del crimen organizado que opera en la región.
Hoy, las calles de Iguala guardan el recuerdo de lo que fue aquella persecución. Cada uno de los puntos en donde los estudiantes fueron agredidos, son testigos de un crimen que catapultó al municipio a nivel mundial... pero en forma negativa.
El estigma, dicen sus pobladores, los persigue. Ayotzinapa no se olvida en los comercios, locales, restaurantes y conversaciones. La sangre derramada de los caídos sigue fresca y las fosas repletas de cadáveres de hombres, mujeres y niños, son un grito descarnado que recuerda a los habitantes la muerte rutinaria del lugar.
Iguala, Guerrero, 24 de septiembre (SinEmbargo).– Es sábado en Iguala, justo a una semana del primer aniversario de la persecución policiaca a estudiantes de la escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos (Ayotzinapa) que se desató en sus calles y que dejó como saldo tres normalistas muertos y 43 desaparecidos.
A lo largo y ancho de sus calles, su zócalo y sus alrededores, escasa gente va y viene a pesar de que es fin de semana. No hay turistas comprando oro, ni comiendo en los restaurantes de la localidad.
Tampoco hay compradores en las zapaterías, misceláneas y tiendas de ropa del centro, de perfumes y abarrotes. Algunos comensales locales desayunan en los puestos de comida del mercado y en El Arroyo, uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad. El atrio de la iglesia está solo.
En el auditorio de la Alcaldía, ubicada a un costado del zócalo, el Presidente Municipal interino Silviano Mendiola Pérez –Magistrado con licencia del Tribunal de lo Contencioso Administrativo de Guerrero– ensaya la presentación de su único informe de gobierno, antes de entregar la administración al Alcalde del Partido Revolucionario Institucional (PRI) electo el 7 de junio.
Silviano, sentado al centro de la mesa del presíidium, observa fijamente mientras esboza una sonrisa discreta, el video que se transmite a través de dos pantallas colocadas a los costados del recinto.
“No es un informe de cifras cumplidas, ni espectaculares”, concluye la voz en off de una mujer y luego el Alcalde y los presentes aplauden.
La esposa de Silviano está a su derecha y al enfrente, como público, están sus colaboradores y los realizadores del video. A ellos también les aplauden. El Alcalde interino camina hacia el podium y se prueba el micrófono. Bromea y sonríe a los asistentes del pequeño auditorio. Por la tarde será su informe y después, el 29 de septiembre, será su último día al frente de Iguala, el municipio que heredó de José Luis Abarca Velázquez, el ex Alcalde perredista preso por narcotráfico junto con la ex primera dama María de los Ángeles Pineda Villa.
Ambos nombres no fueran tan conocidos y representativos, de no ser por la desaparición de 43 jóvenes, un desollado y dos más acribillados en esas calles de Iguala.
El zócalo, por donde pasaron la noche del 26 de septiembre de 2014 los autobuses repletos de estudiantes de Ayotzinapa, fue testigo de los balazos al aire que lazaron los policías municipales en su persecución, mientras que la calle Juan N. Álvarez, el último destino de varios de los desaparecidos y muertos, aún desemboca al periférico, la puerta de salida de Iguala que esa noche los llevaría a Tixtla.
A Tixtla, en donde está ubicada Ayotzinapa, la escuela. El camino que regresaría a los estudiantes al comedor que los esperaba con sus raciones de alimento para la cena. La puerta de escape que fracasó.
En la entrada de Iguala no hay retén militar, pero sí a la salida de Chilpancingo, justo antes de internarse a la carretera serpenteante de doble carril que lleva hasta la ciudad.
Un camino por donde transitan los militares apuntando con sus armas largas durante el trayecto. Y aunque a la entrada de la ciudad no hay retenes, en las calles principales están presentes los elementos de la Gendarmería Nacional. Ellos escoltaron a Silviano hasta la Alcaldía para ensayar su informe.
En el auditorio acomodan las sillas a los costados de la mesa del presidum y los organizadores acuerdan quién se sentará en cada una.
–¿Ya nos vamos?–, pregunta la primera dama a su marido.
–Vamos a esperar al Secretario–, le contesta.
–¿Esperar? Todavía tenemos que esperar–, revira ella.
–Ya, esto ya casi se termina, ya falta poco–, dice él. Y le pide paciencia.
La primera dama se encoge de hombros y se sienta en una de las butacas del auditorio para observar transcurrir el ensayo de Silviano.
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Iguala, dicen sus pobladores, ya no es la misma que fue antes de la noche del 26 de septiembre de 2014. Su oro ya no brilla, ni sus comercios facturan lo de hace un año. Las ventas de acuerdo con la Cámara Nacional del Comercio (Canaco) y de los comerciantes de la ciudad, bajaron alrededor de 30 por ciento y 20 por ciento de los locatarios traspasaron sus negocios y se fueron de la ciudad.
Si el carnicero mataba un cerdo diario, ahora mata uno cada tres días. Si don Ignacio Rodríguez, de 75 años, ganaba 300 pesos diarios tocando la guitarra y cantando por las calles del centro de la ciudad los fines de semana, ahora sólo se lleva 100.
No hay dinero en la cartera, dice don Ignacio. Luego del cierre de una embotelladora de Coca-Cola Femsa y una distribuidora automotriz de Volkswagen, muchos habitantes se quedaron sin empleo.
Cerró "La Cantera", una empresa que exportaba 90 por ciento de su producción a territorio estadounidense y por la pérdida de puestos laborales, el comercio local está deprimido.
Y qué decir del turismo. Es inexistente. Nadie quiere ir a Iguala a comprar oro en el Centro Joyero como antes, aseguran los pobladores. El horror del hallazgo de decenas de fosas comunes no solo espantó a la población, sino que repelió a los visitantes.
Hay miedo para ingresar a Iguala. La idea de despertar un día con la noticia de que están rodeados de un cementerio clandestino, asusta a cualquier cristiano, dice Mary, una mujer de 38 años que trabaja en una zapatería del centro.
Lo que más la asustó fue que en las fosas clandestinas encontraron enterradas a familias enteras: mujeres y niños, dice.
“Queremos la paz para Iguala, que se recupere por lo que está pasando”, expone.
Mary reconoce que aún no sale del asombro ocasionado por el impacto de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y lo que sucedió después: casi todo el cuerpo de la Policía Municipal investigado e involucrado en la desaparición de los jóvenes, el arribo de la Gendarmería, la fuga del entonces Alcalde y su esposa. El estigma.
“Es muy triste que Iguala es reconocido a nivel mundial no por ser la cuna de la Bandera de México, sino por la desaparición de los normalistas”, dice Mireya Salgado.
Mireya acostumbraba ir en procesión a uno de los parajes de la zona de Iguala – donde se encontraron fosas– cada 25 de julio para celebrar el día del “Señor Santiago”. Este año nadie fue por el terror que causó en la población el descubrimiento de los entierros.
El pueblo sabía, dice, que el ex Alcalde José Luis Abarca estaba coludido con el narco. Era un secreto a voces. Pero nunca imaginaron que los desaparecidos de Iguala y comunidades aledañas, terminaban sepultados en la clandestinidad en los alrededores.
La población escuchaba que desaparecía uno, otro y otro, pero nadie los encontraba. Nunca se volvía a saber de ellos.
Muy cerca a uno de esos panteones clandestinos vive un compadre suyo. Mireya y su familia acostumbraban ir a visitarlo los fines de semana para comer carne de venado asada.
Sin embargo hoy, la mujer ya no frecuenta la casa de su compadre. Hace unos meses, después de los sucesos del 26 de septiembre, un sicario secuestró a su nieta y asesinó a su hijo y a su nieto de 14 años.
“Se llevó a la nieta y el hijo de mi compadre la rescató y se la llevó de regreso a su casa. Hasta allá fue el sicario y mató a su hijo y al nietecito de 14 años”, cuenta.
Del Iguala que fue no queda nada, lamenta.
“La gente venía de México [DF], Chilpancingo, Acapulco a comprar oro. Con tanta violencia y delincuencia ya no viene nadie. No podemos usar oro, nomás joyas corrientes”, indica y se lleva la mano a una de sus arracadas y la sacude.
Margarita Quezada de 65 años y con 25 trabajando una zapatería de su propiedad, coincide con Mireya.
Las ventas en su negocio cayeron alrededor de 30 por ciento o más, mientras la inseguridad para los pobladores se incrementó.
“No hay policías. Si alguien es asaltado grita y pide auxilio y los de gendarmería dicen que no se pueden meter”, relata.
Así le pasó a María, una mujer de 74 años que también tiene una zapatería. Fue asaltada a plena luz del día en su tienda, sin que nadie la ayudara.
María aún recuerda aquella Iguala que desbordaba tranquilidad. La ciudad de su juventud, donde podía dormir en su casa con las puertas abiertas.
“Ahora estamos mal, mal. Este puesto ya lo voy a cerrar, estamos muy mal. Hay mucha inseguridad, no te puedes descuidar tantito porque te roban”, dice.
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Pero la realidad de Iguala, de acuerdo con el Alcalde interino, es muy distinta a la que cuentan sus habitantes. Incluso la salida de Coca- Cola FEMSA de la localidad, se debió a factores externos y que nada tuvieron que ver con la inseguridad, afirma.
A la compañía no le pareció rentable contar con una embotelladora en Iguala y sostener los empleos. Por eso se fue, argumenta.
Para Silviano Iguala ya no es lo que fue: la ciudad se ha recuperado y nadie repara en lo bueno que tiene: su población es “gente de paz, tranquila, honesta y trabajadora”.
En entrevista con SinEmbargo, luego de ensayar su informe de gobierno, el Alcalde asegura que el reto para la nueva administración será consolidar lo que su equipo de trabajo empezó, a través de una estrategia de medios masivos de comunicación, que permita dar a conocer al Iguala que ahora es.
“Lo que consideramos fundamental es recuperar la institucionalidad del municipio, la gobernabilidad y lo hemos logrado. En relación al aspecto económico entregamos una administración funcional y con finanzas sanas”, puntualiza.
Luego de la desaparición de los normalistas, cayó sobre Iguala el descrédito y el estigma, indica: “la publicidad que se le dio respecto a los hechos, fue bastante negativa”.
“Porque hoy hay gente en algunas partes de la República, que piensan que Iguala es un estado de sitio, un lugar donde la gente no puede andar tranquila en la calle, desarrollando sus actividades, eso es falso. Hoy Iguala ha recobrado esa confianza, esa certidumbre, nuestras gentes tienen una vida normal”, dice.
Pero el Alcalde interino se desplaza por el municipio escoltado por elementos de la gendarmería con las manos puestas en armas largas.
–¿Lo de las fosas alrededor de Iguala?–, se le pregunta.
“Sí impactó, como impacta en todos los estados donde se han descubierto fosas. Sin embargo, la nueva administración viene con renovados bríos para implementar programas en los cuales, ya en los medios de comunicación, se hable del Iguala que hoy tenemos. Que es totalmente diferente. Los acontecimientos que se dieron, son parte de algo que sucedió, pero no se puede vivir con el estigma”, contestó.
Sobre el narcotráfico y los negocios del ex Alcalde José Luis Abarca, Silviano dice que desconoce cuáles son sus propiedades.
Acepta que la Plaza “Galerías Tamarindos” sigue funcionando, pues muchos locatarios tienen puestas sus inversiones ahí. También el Centro Joyero de Iguala.
–¿Los negocios de Abarca siguen abiertos?
–Algunos establecimientos que no sé si sean de él, porque se han dimensional mucho las cosas, se han hablado de demasiadas propiedades, pero yo no tengo certeza de ello. Pero la Plaza Galerías Tamarindos está trabajando normalmente, porque hay particulares que invirtieron.
–¿El Centro Joyero?
–Ese es una inversión de muchos particulares.
En octubre de 2014, la entonces Unidad de Investigaciones de MVS, liderada por Carmen Aristegui, reveló que Abarca cuenta con 17 propiedades a su nombre, una casa y una joyería al de María de los Ángeles Pineda Villa.
El equipo de Aristegui Noticias publicó que a la colocación de la primera piedra de la Plaza “Galerías Tamarindos” acudió el entonces Gobernador de Guerrero, Zeferino Torreblanca Galindo.
La pareja cuenta también con seis locales en el Centro Joyero de Iguala, en donde venden alhajas de oro y plata.
Abarca y su esposa poseen un rancho en Cocula y 11 predios entre viviendas y terrenos, de acuerdo con la información que dio a conocer MVS.
A casi un año de distancia de la persecución, asesinato y desaparición de estudiantes en Iguala, y de conocerse que Abarca y su esposa estaban ligados al narcotráfico, Silviano asegura que se puede transitar con seguridad por la carretera Iguala-Chilpancingo. Incluso se puede ir y venir a Cocula sin ningún problema. Hasta asomarse por el basurero, en donde supuestamente según la “verdad histórica” de la Procuraduría General de la República (PGR), fueron incinerados los 43 normalistas desaparecidos.
Mireya Salgado, una habitante de la ciudad, no opina lo mismo. Tiene un hijo joven y cada que sale a la calle, se siente nerviosa. Teme que la inseguridad la alcance a ella o a su familia, como le ocurrió a su compadre con su hijo y su nieto ejecutados por un sicario.