¡Otro boxeador mexicano muerto por embolia! Después de “Chatito” Jáuregui…la lista sigue; ¿cuántos van?

14/12/2013 - 1:30 am

Ciudad de México, 14 de diciembre (SinEmbargo).- Fungía como entrenador después de una época gloriosa como pugilista en la que supo reinar en los pesos ligeros de la Federación Internacional de Boxeo (FIB), con un nocaut propinado al estadounidense Leavander Johnson hace 10 años en un pletórico Olympic Auditorium de Los Ángeles. Conocido como “Chatito”, Javier Jáuregui, se entregó a la vida profesional. Amante de la satisfacción generada al subirse un ring dispuesto a batirse frente al contrincante en turno. Enjundioso, fiel a la estirpe mexicana, se le diagnosticó muerte cerebral ayer por la tarde, causando una conmoción en el boxeo nacional. El daño crónico desde su etapa como profesional, lo terminó por afectar. Algunos casos son mucho más fulminantes. Las razones sobre el deceso de boxeadore mexicanos son ahora de voz pública gracias a una determinación mediática.

La televisión abierta le dio entrada a uno de los deportes más seguidos en México. Cada fin de semana, una serie de peleas muestran a jóvenes talentos nacionales inspirados por la oportunidad y por la exposición mediática tan importante en esa industria de grandes bolsas a base de la resistencia física aunada al poder de golpes bien conectados. La gloria deportiva se ha alimentado mucho de esta disciplina. Grandes combates son venerados desde historiadores, periodistas y escritores sucumbiendo a las emociones que erizan los sentidos. Una disputa entre dos seres moviéndose entre el arte y la muerte.

“Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro”, lo definió Julio Cortázar, amante sin mesura desde niño del boxeo. El fatalismo ronda los rings en medio de la habilidad natural de los pugilistas. Para muchos, es una actividad de excesiva violencia, para otros es el loable duelo valiente entre dos mortales sin miedo a un final fatídico. Existen 55 casos de mexicanos que perecieron intentando trascender desde su talento con los puños cubiertos por esos guantes que terminan boca arriba haciéndole juego al cuerpo desvanecido. La transmisión en los principales canales de la televisión mexicana, le ha dado relevancia a los últimos casos.

MARCO NAZARETH

“El Texano” había perdido cuatro de sus últimas cinco peleas cuando le avisaron que tenía una nueva disputa en puerta. El nacido en Puerto Vallarta no disimuló su emoción cuando se enteró que conocería al gran ídolo de toda su vida. Julio César Chávez estaría observándolo cuando se subiera a ese ring como parte del crecimiento de su hijo Omar. El futuro del menos de la dinastía cambiaría para siempre, tras solo cuatro rounds de un intensa pelea. A sus 19 años, el heredero de uno de los baluartes mexicanos más recordados, experimentaría una sensación de la que nunca podría separarse.

“Usted ha sido mi ídolo de toda la vida”, le dijo a Chávez minutos antes de caer desvanecido e inconsciente. Al minuto 2:59, el réferi Guillermo Ayón detuvo la pelea tras la serie de puñetazos que Omar le propinó a Marco. Un año antes se habían enfrentado saliendo victorioso el hijo de la leyenda, provocando una serie de críticas de la afición. Para Nazareth era una revancha para darse a conocer y en la que recibiría 15 mil pesos por seis episodios. Omar ganó su combate 18, anotándose su nocaut 13. El texano arribó a su esquina diciendo que se sentía mareado. “¡No me echen agua, porque siento que me quema!”, gritó y se desmayó.

Era el 18 de julio de 2009 cuando comenzó una agonía de casi 80 horas. Un sábado que pintaba para una celebración, sería el inicio de una desesperación familiar. “Que esto que le sucedió a mi hijo sirva de ejemplo para todos los que están en este deporte”, declaró Marco Antonio Nazareth desconsolado. A las 6.20 del martes 22 de julio, el aferrado boxeador perdió la vida debido a los golpes recibidos en ese fin de semana fatídico. Desde entonces, la carrera de Omar Chávez se quebró. Las ilusiones de un joven de 23 años, terminaron “en la raya”, como siempre decía.

DANIEL AGUILLÓN

Dividía su vida entre el gimnasio y su trabajo como chofer. Tenía los sueños intactos a sus 23 años. Lo más que deseaba era ser un prominente campeón del mundo cuando el miércoles 15 de octubre de 2008 se subió al ring para enfrentar al mexicano Alejandro Sanabria por el peso superpluma de la Fecarbox en el foro Scotiabank del Distrito Federal. Tras dos derrotas por nocaut en el octavo episodio, deseaba una noche victoriosa que le despertara de nuevo las ilusiones. Todo se diluyó cuando su mandíbula sufrió un terremoto por un golpe preciso de lamentables consecuencias faltando un round para lo pactado.

Mientras caía inconsciente, en su esquina se despertó la alarma. El golpe fue tan certero que su gente ya percibía una noche larga. De inmediato fue trasladado al Hospital Xoco donde fue sometido a una operación de urgencia para extirparle un coágulo en el cerebro. La madrugada llegó con toda el nerviosismo de familiares y amigos. Los sueños de un hombre se interrumpían cuando el doctor dictaminó “muerte cerebral”. Fuertes en su fe, las plegarias sustituyeron al anunciamiento médico. Sin aceptar desconectarlo pasaron cinco días desconcertantes, hasta el lunes 20 cuando se anunció su muerte.

Con 50 peleas como amateur y 20 como profesional, moría Daniel sin llegar a cristalizar lo que tanto deseó. El doctor Estaban Martos, auxiliar de servicios médicos de la Comisión de Boxeo del Distrito Federal (CBDF), expresó su rotundo malestar en la sesión semanal del organismo: “ustedes son los culpables por permitir que siga habiendo estas tragedias”. La “Muerte anunciada”, como la catalogó el galeno, tuvo repercusiones mediáticas, poniendo en la palestra el eterno debate sobre lo peligroso de esta disciplina deportiva. Rafael Herrera, Presidente de la CBDF, calificó la desgracia como un “accidente de trabajo”. Sus dos padres, cuatro hermanos, su esposa y sus dos hijos de tres y un año), lloraron la desgracia laboral.

FRANCISCO LEAL

Dos golpes detrás de su oreja derecha fueron suficientes para interrumpir la capacidad natural del ser humano para mantenerse erguido. Segundos antes, se había desplomado en medio del conteo de protección del réferi. Sentado en el ring, fuera de sí, el médico encargado de la pelea le sostenía la cabeza pidiendo insistentemente un collarín que jamás llegaría. Raúl Hilares festejaba del otro lado del encordado cuando se dio cuenta de la trágica escena, interrumpiendo abruptamente su felicidad. En el lugar hubo un silencio desolador, mientras se extinguía de a poco, sin la asistencia médica adecuada.

“Franklin” tenía 8 años como profesional con 20 victoria, 13 nocauts, 8 derrotas y 3 empates. Fue llevado a un hospital local, después a La Paz y por último en San Diego donde moriría cinco días después de aquellos golpes mortales. Esteban Martos, médico de la CBDF, criticó fuerte el trato que se le dio al pugilista de 26 años. “Una barbaridad”, describió con pesar la forma en la que fue atendido Leal. “Nunca debe atenderse una situación de esas con el peleador sentado, sin estar inmovilizado con un collarín y una camilla sin cintos”, declaró al diario La Jornada. Afligido por lo sucedido con Daniel Aguillón, Martos intenta darle un poco más de profesionalismo a los servicios médicos pendientes de una pelea.

Lejos de los grandes escenarios con remuneración de siete ceros, las disputas en la provincia mexicana carecen de la atención mediática y por ende de cierto profesionalismo en la organización. Mientras los boxeadores buscan un triunfo que les pueda otorgar un mejor cartel con escenarios más acordes a sus sueños, alrededor de la disputa no existen garantías suficientes en caso de una emergencia. La muerte de Leal fue vista como ineficiencia médica por parte de doctores generales sin el mínimo conocimiento de las lesiones recurrentes que pueden llevar a la muerte. “El Pequeño Soldado”, como le decían muchos, perdió la vida después de sufrir un paro cardio-respiratorio entrando en coma.

RUBÉN CONTRERAS, UNA LLAMADA DE ATENCIÓN

Rubén Contreras, saliendo del hospital. Foto: boxingnews24.com
Rubén Contreras, saliendo del hospital. Foto: boxingnews24.com

A sus 32 años, llegó al Staples Center de Los Ángeles, California para enfrentar a un baluarte como el estadounidense Brian Viloria, destinado a ser uno de los mejores boxeadores libra por libra. En un episodio más de esas peleas donde se le asigna un rival menor acostumbrado a la derrota a una promesa, el chihuahuense Contreras subió al encordado guiado por la ilusión de aparecer ante las cámaras internacionales pendientes de su rival. Rubén tenía solo 9 victorias en 28 peleas, perdiendo las últimas 9 de sus 13 últimas actuaciones con los guantes bien puestos. Su legado en el boxeo profesional no salió de sus puños, sino de su fortuita sobrevivencia.

En el sexto round de una pelea pactada a ocho episodios, Contreras se retiró del combate sufriendo convulsiones, que lo hicieron ingresar al hospital para que fuese sometido a una cirugía con la intención para aliviar la presión en su cerebro causada por una hemorragia que le provocó entrar en coma. Postrado en una cama del nosocomio angelino, su vida dependió de un respirador artificial, que iba siendo retirado poco a poco. Las noticias sobre su estado eran seguidos de cerca desde suelo mexicano, con todo el mundo del boxeo nacional esperando un desenlace fatídico.

En un comunicado de prensa, tres días después del combate, dirigentes del pugilismo nacional reforzaron las medidas para los combatientes que cruzaran la frontera. “El objetivo principal es proteger la integridad del peleador y la calidad del espectáculo”, señalaba. Mientras tanto, una comisión del Estado de California iniciaba una investigación sobre los pormenores del  duelo para saber el motivo de la hospitalización. La prensa especializada criticó la programación de una pelea dispar, entre dos peleadores con distintos objetivos y diferente nivel de boxeo. Dos semanas después, Rubén Contreras abandonó el hospital tras recuperarse del coma. Se retiró definitivamente del boxeo.

MEDIDAS PREVENTIVAS

“El boxeo es una forma elevada del arte”, declaró un apasionado Cortázar pendiente de la danza de dos boxeadores retando a la muerte. Como cualquier disciplina deportiva que empezó en el amateurismo, fue el negocio la que rediseñó sus caminos. Los agentes, representantes e innumerables de interesados, arman carteles aprovechando la desesperación de alguien en la orilla del retiro para que se preste como trampolín ante la joya con su talento natural para ser Campeón del Mundo.

Los escenarios fatídicos, son marcados por la inexperiencia académica de los médicos destinados a cuidar la salud de ese par de atletas soñadores. Desde una clínica especial, profesionalización de los doctores y combates más parejos, son las peticiones constantes de la prensa deportiva, así como de algunos familiares que lloraron en el entierro de un ser querido fallecido con los guantes puestos. El boxeo nacional, potencia en el mundo, despierta ilusiones en un sinfín de jóvenes queriendo emular a las grandes figuras. La lista de decesos pretende estancarse, sin provocar más lamento. La señal abierta de lo que antes era pago por evento, promueve mejoras en el entorno, garantizando un espectáculo sin que se lamenten pérdidas humanas.

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