De Nova Stella

14/11/2013 - 12:00 am
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Fotografía tomada de Internet.

La quietud del aburrido firmamento, incluyendo las estrellas en el cielo nocturno, era la más admirada “gracia” del Universo en la edad media. Nada cambiaba en la Tierra y nada debía cambiar en el cielo, dado que todo había sido perfecto, exacto y sabiamente hecho desde el principio por un creador. Más allá de las alturas casi todo era constante y entrado el siglo XVI se creía que fenómenos como cometas y lluvias de meteoros, eran simples eventos meteorológicos, similares a relámpagos, reflejos en nubes altas y hasta arcoíris. Incluso, se pensaba que eran alucinaciones enviadas por alguna entidad maligna. En cualquier caso, no sucedían más allá de la Luna. Estamos hablando, claro, de la Edad Media.

Sin embargo, había reportes de hechos inexplicables y espectaculares, que ponían en duda la creencia de un Universo sin cambios. Entre ellos estaba la aparición de estrellas, las llamadas “estrellas nuevas” o “novas” en latín.

¿Por qué se añadían estrellas al cielo y luego estas desaparecían? ¿No bastaban las miles que ya había? ¿Eran señales y presagios de algo por ocurrir? o ¿realmente eran fenómenos atmosféricos? Estas eran preguntas difíciles de responder en una época oscura, donde la actividad científica como tal apenas comenzaba y el poco estudio de la naturaleza se hacía bajo el velo del mito, la superstición y la religión.

Era 1572 y nos situamos muy al norte de Europa, en los territorios que actualmente comprenden Dinamarca y Suecia. Tycho Brahe era el último gran astrónomo observacional sin telescopio, y daba los primeros pasos en la tarea de precisar lo mejor posible las posiciones de estrellas y planetas. Lo hacía a ojo, porque el telescopio, como instrumento regular para estudiar los cielos, vendría casi 40 años después con Galileo Galilei.

Tycho fue un tipo difícil, con una personalidad algo pendenciera y una vida llena de drama, conflictos y pasión. Pero también era el mejor en lo suyo, y conocía el cielo como nadie: años y años de meticulosa observación le permitían discernir el más mínimo cambio en la posición y brillo de las estrellas.

Las habilidades de Tycho y su cercanía con la aristocracia danesa, le dieron fama y protección rápidamente. Organizaba inmejorables recepciones para sus amigos, donde jamás hacía falta comida, bebida y diversión. La más reciente estaba por ocurrir el 11 de Noviembre de ese mismo 1572.

Esa noche algo modificaría no solo el transcurso de la velada, sino prácticamente de la humanidad y lo que inició como un hecho curioso, Tycho lo convirtió en el más grande cambio celeste visto y registrado en cientos de años. Una nova stella salió de la nada, por la constelación de Cassiopea, en el cielo norte. Su brillo fue espectacular, según registró Tycho, y lo confirmaron varios de sus invitados.

¿Era un fenómeno cercano producido por nubes o incluso una ilusión óptica? Conociendo la personalidad de Tycho, seguro no dejaba de repetirse para sí, “¿qué carajos es eso?”.

Los instrumentos que tenía a su alcance eran rudimentarios, pero de excelente calidad, los mejores en toda Europa: compases, sexantes, plomos, enormes reglas, etcétera; con ellos intentó medir algún movimiento en la nova stella para estimar su distancia, pero no lo consiguió. Comparó sus datos con el movimiento y distancia a la Luna, y encontró que fuere lo que fuere, debía estar muchísimo más allá de nuestro satélite, e interpretó el evento como el nacimiento de una estrella. El registro y posterior seguimiento de la estrella nueva, le dio a Tycho el impulso necesario para consolidar su trabajo como astrónomo, sobre todo ante la nobleza reinante.

Después de hacer públicos sus resultados en un pequeño libro llamado “De nova stella”, su fama llegó hasta Federico II, rey de Dinamarca, quien le otorgó la Isla Hven y fondos para construir ahí el mejor y más grande observatorio de toda Europa.

Tycho murió casi treinta años después en Praga, en 1601, sin lograr entender la naturaleza y origen de aquella nova stella.

Hoy sabemos qué fue lo que Tycho presenció: la descomunal y violenta explosión de una estrella compacta, capaz de producir la luz de miles de millones juntas, un evento tan poderoso como raro, en nuestra Vía Láctea, y que son, en todo el Universo, la fuente de elementos químicos como silicio, zinc, oro, platino y muchos más. Lo que Tycho realmente presenció, fue lo que hoy conocemos como una supernova.

Junto con Copernico, Kepler y Galileo, los trabajos de Tycho mostraron que los cielos no son inmutables y que el Universo no es estático ni monótono, sino todo lo contrario. Este Universo evoluciona, se mueve, se modifica: del hidrógeno gaseoso se crean estrellas, y de la muerte de estas se forman el polvo y los elementos químicos, que integran otras nuevas estrellas, además de planetas, lunas y cometas; estos últimos se aglomeran en sistemas planetarios y bajo las condiciones adecuadas se configuran moléculas, atmósferas, sustancias orgánicas y en último caso -con un poco de suerte- vida.

En esencia, las supernovas, como la de Tycho, son uno de los primeros pasos en la complicada transformación de átomos ligeros en pesados, y que, después de un largo peregrinar por el Universo, dan lugar a la formación seres vivos. Nuestro origen cósmico esta indudable y hermosamente ligado a la violenta muerte de esas estrellas.

Imagino a Tycho sonriendo levemente al enterarse de lo que era aquello… una nova stella.

Vicente Hernández

Twitter: @naricesdetycho

Vicente Hernández
Astrónomo y divulgador de la ciencia
en Sinembargo al Aire

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