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Jorge Alberto Gudiño Hernández

14/09/2019 - 12:05 am

Pagar impuestos

“La idea que descansa detrás de esta propuesta es que todo aquel que genere ingresos producto de un trabajo, deberá pagar los impuestos correspondientes como lo hacen los asalariados”.

Foto: Cuartoscuro

He leído y escuchado muchas quejas esta semana en torno a la modificación de ciertas leyes fiscales. En concreto, la que indica que se cobrará el IVA a las plataformas digitales: Netflix, Prime, HBO, Fox y otras del mismo tipo. También existe la intención de gravar los servicios de taxis, UBER, Cabify, Didi y demás; junto con las ventas por catálogo. La idea que descansa detrás de esta propuesta es que todo aquel que genere ingresos producto de un trabajo, deberá pagar los impuestos correspondientes como lo hacen los asalariados (a quienes se les descuentan de inmediato) y quienes emiten recibos de honorarios (quienes presentan declaraciones mensuales y u o anuales).

En realidad, no parece estar mal el origen de la propuesta. Uno de los mayores problemas de la recaudación fiscal en este país es el alto nivel de informalidad en los empleos. Un enorme porcentaje de quienes trabajan lo hace sin registros, seguridad social ni recibos de ningún tipo. No son personas malas, ni mucho menos. Pensemos en los miles de comerciantes que ofrecen sus productos en los mercados; en las personas que trabajan en las casas; en quienes complementan los ingresos familiares vendiendo de puerta en puerta; en los profesores de clases particulares; en los lavacoches, vendedores en bicicleta, changarros de todo tipo que abundan por doquier. No son malas personas y nunca lo han sido. Al contrario, la mayoría trabaja duro para ganar algo de dinero. La informalidad, en este caso, no se basa en la idea de evadir impuestos o negarse a pagarlos. Por el contrario, con ésta vienen muchas consecuencias: la falta de seguridad social es la principal de éstas. Abolir, en este caso, esas prácticas, más que una persecución del Estado, precisa un incentivo: que se gane algo por el hecho de declarar ingresos. Si algún día se logra, será a partir de un proceso largo y cargado de incentivos.

Algo diferente sucede con las compañías de contenidos. Pensemos en la que sea: invierten millones de dólares en sus producciones, apuestan a que el público guste de sus programas, han tenido un crecimiento exponencial en los últimos años y muchas de ellas cotizan en la bolsa de otros países. ¿Por qué, entonces, no deben pagar impuestos? Es donde cambia la intencionalidad. Si bien no son evasores fiscales dado que han construido un sistema de ingeniería fiscal que les permite alojarse en el país que más les convenga, también están lejos de ser el bolero que se instala todo el día a las afueras de un corporativo. La otra diferencia es, en este caso, venturosa: se puede tener un pleno y absoluto conocimiento de sus ingresos: están de sobra auditados. Así que cobrarles el IVA no resulta complicado y, mucho menos, absurdo.

Es cierto que nuestro enojo con el Estado respecto a la forma que utiliza nuestros impuestos es añejo. Todos podemos enumerar ejemplos en los que el sistema de distribución de los mismos tiene fallas. Sin embargo, la idea de ampliar la recaudación, de hacer que paguen quienes reciben dinero por su trabajo y a quienes se conoce dado que forman parte de empresas inmensas, es positiva. De lo contrario, seguiría existiendo un perverso mecanismo de evasión legal o, al menos, justificada y eso, a la larga, también desincentiva a quienes sí pagan todos sus impuestos.

Pese a lo anterior, me parece muy mala idea que se incremente el gravamen al ahorro. El dinero ya pagó impuestos al ser obtenido y, además, el ahorro es algo positivo. Aumentar sus tasas sólo podría hacer que algunas personas prefieran guardar su dinero en otros lados. Por lo pronto, si la recaudación aumenta, siempre será una buena noticia.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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