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Tomás Calvillo Unna

14/09/2016 - 12:00 am

El Abismo de la prisa y la erosión política

Uno puede observar como se ha vuelto la prisa una epidemia sin control.  Lo advertimos y sufrimos en las decisiones políticas que se toman, poco reflexivas y cargadas de vértigo y precipitación. En nuestras tareas cotidianas estamos condicionados a una velocidad que nos despoja incluso del sentido mismo de nuestras actividades, vaciando el concepto de responsabilidad.  […]

La intimidad se ha perdido y la exterioridad dominante convierte en fatuidad la experiencia de vida y su asombrosa riqueza y complejidad. Foto: Tomas Calvillo Unna
La intimidad se ha perdido y la exterioridad dominante convierte en fatuidad la experiencia de vida y su asombrosa riqueza y complejidad. Foto: Tomas Calvillo Unna

Uno puede observar como se ha vuelto la prisa una epidemia sin control.  Lo advertimos y sufrimos en las decisiones políticas que se toman, poco reflexivas y cargadas de vértigo y precipitación. En nuestras tareas cotidianas estamos condicionados a una velocidad que nos despoja incluso del sentido mismo de nuestras actividades, vaciando el concepto de responsabilidad. 

La velocidad se ha insertado en la médula de la vida contemporánea y unida a la realidad virtual nos convierte cada vez más en ciudadanos sometidos y controlados por espectáculos exponenciales de emociones que alienan nuestro tiempo y espacio.

La intimidad se ha perdido y la exterioridad dominante convierte en fatuidad la experiencia de vida y su asombrosa riqueza y complejidad.

La dimensión política en estas condiciones multiplica su perversidad sometiendo incluso sus procesos racionales a esquemas permeados por todo tipo de violencia; desde aquella que anida en el lenguaje, en los insultos, en las agresiones verbales propias ya de las redes, hasta las del control más exacerbado que la tecnología facilita para extorsionar anónimamente o como instrumento reconocido del poder aplicado masivamente para arrojar al individuo al circo romano del desprestigio y la infamia.

Espectadores pasivos; y cuando se pretende actuar, las jaurías sueltas, y dirigidas desde las sombras de la virtualidad acechan y destruyen los caminos libertarios que buscan recuperar el espacio, el territorio de la dignidad ciudadana y su poder nato de gobernarse y pensar, pensar individual y colectivamente para articular acciones que recuperen el horizonte perdido de la comunidad en sus diversas dimensiones.

Lo que está en juego hoy en día en México no se puede reducir a solo procesos electorales, como una permanente fiesta de la clase política donde se distorsiona y manipula el destino de la nación al escribir un guión unidimensional de una historia cargada de omisiones.

La aparente libertad del presente es en realidad la expresión del ruido y la velocidad, donde lo que se premia es el status quo de la pasividad que fomenta la solidificación de la estructura criminal que ha acotado a la política en su sentido más pleno de la expresión. 

La incapacidad ciudadana para cohesionarse y llevar a cabo con consistencia las diversas luchas para recuperar los espacios vitales de la convivencia, es un ejemplo más de esa fusión de la velocidad y la virtualidad, operadas por su propia inercia tecnológica que carcome cada causa al mezclarla y sumarla indefinidamente a las múltiples fracturas que estamos viviendo en nuestra vida social.

Los luchadores sociales son acosados y administrados en negociaciones circulares que no tienen salida alguna, más que la imposición de un autoritarismo endémico de quienes buscan ascender en la vieja y crujiente pirámide de un poder cuyos basamentos son cada vez más frágiles.

La ruptura del sistema político será más profunda de lo que podemos imaginar, si no se apuesta a intentar hacer las cosas de manera diferente, a encontrar los nuevos equilibrios con las diversas organizaciones sociales emergentes en las regiones del país, a dejar de actuar con el segundero estrujando los entendimientos posibles.

Las calles tarde o temprano tomarán la palabra cuando los ciudadanos se reencuentren así mismos sin la intermediación de quienes dicen que los representan, y asuman su tiempo para no desbarrancarse en el abismo de una violencia arropada de normalidad democrática.

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