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Adela Navarro Bello

14/08/2012 - 12:00 am

AMLO, de representar la esperanza a convertirse en la molestia de siempre

Ya son menos quienes de él escriben. Pocos consideran sus ideas como un proyecto tangible y muchos menos son quienes de manera pública le apoyan. Andrés Manuel López Obrador pasó –en poco más de un mes– de ser la esperanza de cambio a convertirse en el estorbo nacional. La inercia de una sociedad acostumbrada al […]

Ya son menos quienes de él escriben. Pocos consideran sus ideas como un proyecto tangible y muchos menos son quienes de manera pública le apoyan. Andrés Manuel López Obrador pasó –en poco más de un mes– de ser la esperanza de cambio a convertirse en el estorbo nacional.

La inercia de una sociedad acostumbrada al fraude, a los abusos del poder y al mismo poder plenipotenciario de las instituciones en México, son los factores para llegar al olvido de éste hombre y de su lucha. Lo están dejando solo con sus toneladas de pruebas, le ignoran en concentraciones masivas para acurrucarse en frívolos escenarios de placer social momentáneo.

En medio de los festejos por los pírricos resultados olímpicos en Londres por parte de la delegación mexicana, López Obrador realizó otra reunión entre sus seguidores, los que le quedan y que por el momento no han sucumbido a la indiferencia social guiados por una campaña de desprestigio tanto de partidos como de gobierno e instituciones.

Hace seis años luego de una campaña radical en pensamiento y actitud y no tanto en lo concerniente a proyectos e ideas para la Nación, Andrés Manuel López Obrador fue tachado de loco, de pretendido mesías de la política electoral, de extremista y –cómo olvidarlo– de ser un peligro para México.

Seis años después y los mexicanos en medio de la desastrosa administración del PAN en manos de Felipe Calderón Hinojosa –más de 80 mil muertos en una guerra contra el narco, altos índices de desempleo y más pobreza– y la probabilidad del regreso del viejo PRI –el de la transa y la corrupción institucionalizada, el de la intolerancia y la represión–, observaron la transformación en el mensaje del candidato ahora de las izquierdas.

Ya no era el loco López, poco a poco se convirtió en el candidato AMLO, pero el señalamiento de representar el peligro para lo que él llamó “los poderes fácticos” no le abandonó. De una manera más velada, pero mucho más eficaz, se concentraron en atacarlo no por su pensamiento, conducta, visión, propuesta o liderazgo, sino que esta vez se empeñaron en demostrar científicamente que ya no contaba con el apoyo ciudadano de una manera tan sencilla como eficaz, las encuestas.

De esta manera salieron beneficiados también los otros dos candidatos, obvia decir que más el priísta Enrique Peña Nieto que la panista Josefina Vázquez Mota, porque entonces la estrategia mediática no se concentró en ver quién tenía la mejor y más viable propuesta para terminar o por lo menos moderar los problemas que aquejan al país, sino quien iba arriba de las encuestas de intención de los votos en el ámbito local y en el nacional por supuesto.

En estas condiciones poco importó el discurso de los candidatos. La verdad se vería en el número de votos a razón de apostarle a las encuestas. El resultado fue el triunfo de Peña y el siguiente alzamiento del candidato López, aderezado por la indiferencia de Vázquez. Empezaron así a darse a conocer las mecánicas utilizadas para la compra de votos, básicamente en eso se ha centrado el discurso de la izquierda lopezobradorista –porque otras partes de la izquierda se acercan al PRI y unas más al PAN–.

La acusación primera a partir de la indiscriminada entrega de tarjetas telefónicas, de mercado y de dinero a la clase pobre de México a cambio de su voto a favor del candidato del PRI, la aceptaron en el tricolor unos 18 días después de señalada. Que efectivamente habían gastado algo así como 60 millones de pesos en tarjetas pero que no eran para electores sino para la estructura territorial de ese partido y con la consigna de cuidar las secciones y el voto en las elecciones del 1 de julio. Abrieron los priístas la puerta cuando los documentos que probaban esas compras comenzaron a circular desde la izquierda y a partir de investigaciones de periodistas independientes.

Había entonces un hálito de posibilidad de que lo denunciado por el candidato perdedor fuese verdad. Finalmente no es tan difícil estructurar un pensamiento para confirmar por lo menos en la cabeza y ante la realidad social en México, que en un país con más de 40 millones de pobres sí se puede comprar el voto a cinco millones. Mientras para la mayoría de quienes opinan lo contrario cien pesos no son nada, para los millones de mexicanos en pobreza extrema o alimentaria lo significan todo.

Para este momento de la situación post electoral, López Obrador aún contaba con algunos medios, con algunos sectores de la sociedad y con la atención de algunas autoridades. Los señalamientos continuaron con las tarjetas Monex, con las de Soriana y después con movimientos ilícitos en cuentas bancarias de gobiernos accionadas por funcionarios de la campaña tricolor, léase como el Estado de México y Luis Videgaray. Entonces empezó la rebatinga política y de instituciones. Por un lado del Instituto Federal Electoral no se pueden cambiar las reglas de fiscalización –o eso dicen algunos consejeros– lo cual lleva a la inevitable acepción: no habrá delito que perseguir en cuanto al uso de recursos o el presunto abuso de recursos y rebase de los mismos por parte del equipo del candidato ganador.

Luego en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación básicamente la misma medida. No podrán determinar el resultado de la elección, la validez de la misma, fuera de las leyes que para ello existen, ergo no podrán determinar que con la entrega de una tarjeta un mexicano voto por el candidato ganador de manera tan específica y tan puntual como se requiere en este caso.

Finalmente están los partidos. Líderes del Partido de la Revolución Democrática cada vez más lejos de quien fue su candidato; dirigentes del Partido Acción Nacional que prefieren concentrarse en no permitir la intromisión del presidente Calderón en su estructura y pensamientos, a entablar una lucha para demostrar la ausencia de limpieza en la elección que también perdieron. De hecho Gustavo Madero declaró hace unos días que persistirán en la investigación, procesamiento y sanción en el caso Monex así como en otras irregularidades que han denunciado respecto a la elección, pero que reconocerán el resultado de la calificación de la elección que corresponde al tribunal electoral hacer. Es decir, conscientes están de las irregularidades en medio de las cuales se ganó la presidencia de la República, pero no buscan un escenario distinto, sólo sanciones.

En estas condiciones Andrés Manuel López Obrador se va quedando sólo. La postura de las instituciones al adelantar que no están en posición de hacer nada más allá de lo que la Ley les dicta, y de los partidos de poco a poco desmarcarse de él, ha permeado en la sociedad mexicana. Si el IFE dice que no hay mucho, si el TRIFE mantiene un silencio, si los partidos le dan la vuelta a la página aún en detrimento propio, entonces es lógico pensar que el único que dice que la situación fue ilegal, es el que está mal. Ponderamos los mexicanos a las instituciones, y observamos acostumbrados a que la Ley no se aplique a cabalidad y a que los poderosos siempre, pero siempre, salgan beneficiados, y ese es un escenario alimentado para conformar a una sociedad que no está acostumbrada a defenderse, que prefiere emigrar, ignorar, no señalar, no denunciar, para evitar problemas que afecten su entorno personal.

Socialmente la idea de que no sucederá nada, de que el Tribunal Electoral validará la elección, está cada vez más adentrada en los mexicanos. Pasada la euforia de las campañas, de los números e incluso de las Olimpiadas, al regreso a la rutina del día a día, pocos mantienen la esperanza de que algo, alguito cambie, y se van mejor haciendo a la idea que el PRI regresó a Los Pinos, efectivamente el 1 de julio de 2012. Y López Obrador vuelve a ser concebido como el loco que una vez más, sin pruebas tangibles, desafía al sistema sólo por haber perdido y nada más. A su reunión “Expo Fraude” que convocó en el Zócalo de la Ciudad de México, acudieron cientos de miles menos que a sus mítines incluso post electorales, lo que atiborró esa tarde la plaza central fueron toneladas de parafernalia, fotografías, tarjetas, documentos e incluso animales, todos presentados como pruebas de la compra de votos y como evidencia de la adquisición de voluntades y del rebase en los topes de campaña. Poco hablaron, escribieron o transmitieron los medios de comunicación sobre tal hazaña. La noticia se fue a interiores en los periódicos que decidieron abordarla y fue tremendamente opacada y minimizada por la clausura de los Juegos Olímpicos en Londres, e investigaciones especiales de los medios, como parte de la rutina editorial del país.

Andrés Manuel López Obrador, se está quedando solo. Y la premisa de la validación de la elección es cada vez más una concepción colectiva. A poco más de un mes de la elección se fue la esperanza y regresó el mesías. Otra oportunidad perdida para los mexicanos. Total a esperar la calificación del TRIFE, que son los únicos con derecho a juzgar.

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