Terminó el Mundial de Futbol 2014. Para la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, empieza ahora la etapa de rendir cuentas a los ciudadanos sobre si la organización del criticado evento trajo los beneficios prometidos, principalmente para sus 37 millones de pobres: empleo, mejor infraestructura, derrama económica por los miles de visitantes, etcétera. Las previsiones de crecimiento para el país son a la baja, las críticas contra la fiesta han sido brutales, la Selección Nacional fue humillada por Alemania y Holanda, pero, dicen los analistas, la reelección de Rousseff, el 5 de octubre, no está en peligro. Pero Brasil todavía no sale de este periodo de tensión y expectativa: Ahora tendrá que entrar de lleno a la organización de los Juegos Olímpicos de 2016…
Por Juliana Fregoso y Fernanda García
Ciudad de México, 14 de julio (SinEmbargo).- Lo que para Brasil sería una coronación que elevaría los niveles de popularidad de su gobierno y prácticamente garantizaría la reelección de la actual Presidente Dilma Roussef, se convirtió en una fiesta incómoda que no terminó con el equipo carioca alzando la copa de la victoria, sino con una selección humillada y derrotada ante sus aficionados y un país enfurecido por sus carencias y diferencias sociales.
“Ganar un Mundial brinda bienestar psíquico y nacional. Los brasileños podrán ahora tener un autoestima lastimada, pero el Mundial y el futbol a pesar de tener una gran influencia dentro de la cultura brasileña, no deja de perder su lugar de juego”, consideró Samuel Martínez López, académico del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana.
La fiesta para los brasileños empezó en el gobierno del Presidente Luis Inácio Lula da Silva (2003-2010), quien con su política social dio un impulso decisivo al desarrollo económico del país, que según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, logró que el número de pobres bajara de 49 millones a 16 millones y que la clase media aumentara en 13 millones.
Sin embargo, para su discípula y sucesora, la actual Presidente, Dilma Rousseff, las cosas no fueron tan fáciles: los indicadores económicos empezaron a caer y las protestas sociales a crecer, por lo que el gobierno buscó la organización del Mundial de Futbol 2014 y de la Olimpiada de 2016 como un mecanismo para generar fuentes de empleo y atraer ganancias, pero lejos de ello, la primera de estas justas deportivas detonó una serie de problemas de infraestructura, y persiste la duda de si el país obtuvo las ganancias estimadas.
Rousseff, realizó el mundial más caro de la historia con un costo de unos 14 mil millones de dólares, de los cuales aún no queda claro cuánto terminó pagando el brasileño promedio con sus impuestos y cuánto las empresas privadas.
Brasil es un país donde el 18.6 por ciento de su población vive en la pobreza, unas 37 millones de personas, según datos de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL).
Tan sólo la construcción de nuevos estadios absorbió una cuarta parte de los costos. De los 12 estadios acondicionados sólo se necesitaban ocho, según advirtió la propia FIFA, y la planificación se realizó de una manera que la mitad de la obra de infraestructura urbana y de transporte fue calculada para entregarse después del Mundial.
Cifras del gobierno brasileño destacan que la Copa aceleró inversiones en las principales ciudades del país, donde se invirtieron 8 mil millones de reales en 42 proyectos de movilidad urbana que beneficiarán a 62 millones de personas.
Reportes de prensa señalan que el BNDS (Banco Brasileño de Desarrollo) financió a casi todas las empresas que ganaron las obras de infraestructura y que, todas ellas, subsidiaban al Partido de los Trabajadores (PT), que postuló a Lula y al que pertenece Rousseff [se calcula que por cada dólar donado han obtenido entre 15 y 30 dólares en contratos].
“No es de extrañar que la protesta popular ante semejante derroche, motivado por razones publicitarias y electoralistas, sacara a miles de miles de brasileños a las calles y remeciera a todo el Brasil”, publicó ayer el escritor Mario Vargas Llosa, en una opinión publicada por el diario español El País.
Sin embargo, de acuerdo con la agencia Euromericas, líder en marketing deportivo, la FIFA obtendrá el 95 por ciento de los ingresos que produzca Brasil 2014, es decir, cerca de cuatro mil 900 millones de dólares, lo que rebasa lo obtenido en los mundiales de Sudáfrica (3 mil 200 millones) y Alemania (2 mil 700 millones), lo que también despierta suspicacias sobre cuáles serán las ganancias reales para el país de Rousseff.
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Mientras que el gobierno construía estadios nuevos para el Mundial, hace un año, familias pobres fueron despojadas de sus hogares de forma violenta, tal como lo documentó la prensa internacional. Hubo niños masacrados, trabajadores explotados y algunos murieron en el levantamiento de las obras, pero de esto casi nadie se acuerda.
El atropello más grande a los derechos humanos que marcó la víspera de esta Copa 2014, fue el desalojo de las favelas de Río de Janeiro que dejaron muertos, heridos e indignación en el pueblo de Brasil y en todo el mundo.
Entre amenazas, golpes y violencia, cerca de mil 100 familias que habitaban en casas improvisadas –entre ellos vendedores ambulantes– fueron amedrentados por policías, quienes además los despojaron de sus pertenencias.
Los medios y las redes sociales difundieron de manera viral varias imágenes en donde se mostró la indolencia de las autoridades al “limpiar” las calles.
De acuerdo con el informe “Mega evento y violaciones a los derechos humanos en Río de Janeiro”, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 150 mil familias estaban en peligro, entre las cuales, ya se habían registrado a 7 mil 185 de ellas.
Raquel Rolnik, relatora de la ONU, mostró su preocupación y criticó a las autoridades de Brasil por atentar en contra de los derechos de sus habitantes con la finalidad de “mejorar la imagen” del Mundial de Fútbol de 2014, así como de los Juegos Olímpicos de 2016.
La relatora de la ONU explicó que las ciudades de Sao Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Curitiba, Porto Alegre, Recife, Natal y Fortaleza, fueron las más afectadas y destacó que los desalojos fueron tempranos, sin que se diera tiempo de proponer y discutir alternativas.
“Se prestó insuficiente atención al acceso a las infraestructuras, servicios y medios de subsistencia en los lugares donde esas personas fueron realojadas”, reveló Rolnik.
En los meses recientes, miles de personas han salido a las principales calles de Brasil para manifestar su descontento con el Mundial y exigir mejor calidad de vida y educación.
El 9 de junio, en entrevista con SinEmbargo, el Embajador de Brasil en México, Marcos Raposo Lopes, reconoció que en su país existía crispación social, pero que eran sólo pequeños grupos los que culpaban a la organización del evento deportivo por las carencias que enfrentan.
“La crispación social puede tener también su origen en la mala distribución de la riqueza en el territorio”, donde según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) en 2011 el 10 por ciento más rico de la población acaparaba el 44.5 por ciento de los ingresos totales del país, mientras que el 10 por ciento más pobre sólo obtenía un 1.1 por ciento del total.
A inicios de junio pasado, los brasileños salieron a las principales calles de las ciudades de ese país para protestar contra los multimillonarios gastos del evento y contra el aumento del precio del transporte público, en el contexto de la Copa Confederaciones, y a un año de que arrancara la fiesta futbolera.
En Sao Paulo, Río de Janeiro, Brasilia, Belo Horizonte, Fortaleza, Salvador y otras ciudades del país, los manifestantes fueron convocados a través de las redes sociales y urgieron al gobierno brasileño mayores inversiones en transporte, en salud y en educación.
Al respecto, la Presidenta Dilma Rousseff dijo: “No voy a admitir que haya ningún tipo de desmanes con la intención de impedir que la gente tenga acceso a la Copa. No es democrático destruir la propiedad privada y pública, y mucho menos que las manifestaciones tengan costos humanos”.
NADIE BAILA ZAMBA
Para las calificadoras internacionales Brasil está también en la mira: Durante la última semana de marzo, la calificadora de riesgo crediticio Standard & Poor’s (S&P)rebajó un escalón la nota de Brasil, desde “BBB” a “BBB-”, el menor nivel dentro de la categoría de grado de inversión. De este modo, el país que conduce Dilma Rousseff, quedó cerca de territorio especulativo en cuanto a su capacidad para cumplir, en tiempo y forma, con sus obligaciones financieras.
Según los argumentos de S&P, Brasil “derrochó la buena reputación que alcanzó durante el boom económico de la última década. En los últimos años, la potencia sudamericana ha sufrido por un crecimiento de apenas 2 por ciento. Rousseff intentó revivir la economía con agresivos recortes de tasas de interés y gastos sociales, pero ha sido criticada por intervenir demasiado, y por recurrir a mecanismos contables para cumplir sus metas presupuestarias”.
Las expectativas de las calificadora para los próximos meses, con todo y las ganancias que supuestamente dejó el Mundial, es que “la nación tendrá una política fiscal» y un “bajo crecimiento para los próximos años”. Además, la firma subrayó que las señales dispares de política del gobierno brasileño tienen “implicaciones negativas” para las cuentas fiscales y para la credibilidad de la política económica.
Otros organismo, como el Banco Mundial (BM), coinciden con esta perspectiva: para este año se calcula que la economía crecerá apenas 1.5 por ciento, lo que representa medio punto menos que en los últimos años.
“Las perspectivas de inversión privada son muy escasas, por la desconfianza que ha surgido ante lo que se creía un modelo original y ha resultado ser nada más que una peligrosa alianza de populismo con mercantilismo y por la telaraña burocrática e intervencionista que asfixia la actividad empresarial y propaga las prácticas mafiosas”, consideró por su parte Vargas Llosa en su análisis.
Por otro lado, el Banco Central de Brasil elevó durante el primer trimestre del año su pronóstico de inflación para 2014 a 6.1 por ciento, desde una estimación anterior de 5.6 por ciento, debido a la sequía que afectó cultivos en el sur del país, y que provocó un incremento en los precios de los alimentos.
“Lo importante es hasta qué punto el Gobierno reacciona a esa pérdida de credibilidad macro y toma esto como una oportunidad para adoptar políticas más ortodoxas y convencionales, que le permitan rebalancear la economía y lidiar con los desequilibrios macro”, dijo Alberto Ramos, jefe de investigación del grupo de inversión Goldman Sachs para América Latina.
“Al sector blanco [los brasileños de clase alta] no le gustan las políticas que se han proyectado los gobiernos tanto de Lula como de Dilma, pues las tacha de populares, casi chavistas. Económicamente Brasil tiene una fuerte proyección internacional, su moneda está fuerte, a pesar de que su economía no crece y permanece estancada. Esto es sólo una consecuencia del efecto indirecto de la crisis del 2008. Si la economía brasileña está detenida es debido a que China también dejó de crecer y dejó de adquirir materias primas de Brasil, pero no la afectó pues sigue estableciendo relaciones económicas con África, Europa, en especial con Rusia y la India”, consideró por su parte Samuel Martínez.
El académico aseguró que a pesar de los problemas sociales que ha enfrentado el país en el último año, del posible fracaso económico del Mundial y del mediocre desempeño de su selección, que apenas logró la cuarta posición, es probable que durante las próximas elecciones presidenciales del 5 de octubre Rousseff gane la reelección.
Desde el humillante partido en el que Brasil perdió 7-1 ante la selección de Alemania, en la prensa carioca empezaron a circular versiones sobre si el fracaso en un deporte que es religión para los verde amarelos también pondría en riesgo la reelección de la Presidenta.
“El ciudadano promedio brasileño sabe distinguir entre juego y la vida real y social y política. Así que los que antes estaban en contra de las políticas de Lula y Dilma, seguirán en contra ya que pertenecen al mismo partido”, dijo el académico de la Universidad Iberoamericana.
«El partido fue un desastre, como nunca había ocurrido. Pero nadie puede decir que el Gobierno sea responsable por eso», declaró a periodistas el Ministro de Comunicaciones, Paulo Bernardo Silva, un importante colaborador de la mandataria y su correligionario en el oficialista Partido de los Trabajadores.
La propia Presidenta, en un mensaje en su cuenta en Twitter, se presentó como una más entre los 200 millones de aficionados brasileños «muy tristes con la abultada derrota» pero insistió en destacar el éxito del Mundial, del que se tenían dudas debido al atraso en las obras y a las protestas que amenazaba con paralizarlo.
Pero algunos líderes de la oposición, sin embargo, insistieron en vincular la imagen de la fracasada selección con la de Rousseff, que lidera los sondeos de intención de voto con cerca del 40 por ciento de la intención del voto.
“Ahora que quiere hacerse reelegir y que la verdad sobre la condición de la economía brasileña parece sustituir al mito, muchos la responsabilizan a ella de esa declinación veloz y piden que se vuelva al lulismo, el Gobierno que sembró, con sus políticas mercantilistas y corruptas, las semillas de la catástrofe”, escribió Vargas Llosa..
Para el resto del planeta, el mundial ya terminó, pero para el gobierno de Brasil su final es el inicio de una nueva pesadilla: la organización de los Juegos Olímpicos de 2016.