Jorge Alberto Gudiño Hernández
14/05/2022 - 12:05 am
Abdala
«Sabemos que, con suerte, Abdala no sólo no ocasionará daño alguno sino que, quizá, servirá para generar inmunidad. Pese a ello, deben ser valientes quienes, bajo esas premisas, decidan aplicarle algo así a sus hijos. Yo no lo soy tanto».
Soy un fiel creyente de la vacunación. No sólo contra la COVID sino de toda la vida. Mis hijos tienen completos sus esquemas de vacunación y nunca puse traba alguna cuando el pediatra prescribía la dosis o el refuerzo en turno. Suspiré aliviado cuando se hizo el anuncio respecto a las primeras vacunas contra la COVID. Más, cuando las aprobaron. Más, cuando acompañé a mis suegros y a mi madre a vacunarse. Más, cuando fue mi turno y el de mi esposa. Aplaudí, incluso, la logística de la CdMx (donde vivo) para administrar las dosis correspondientes: todo fue organizado y expedito.
No todo ha sido positivo. Siendo profesor, decidí no vacunarme con CanSino y esperar una vacuna avalada por la OMS. Me significó esperarme un par de semanas. Levanté la voz cuando las autoridades sanitarias decidieron no vacunar a los médicos privados al mismo tiempo que al resto. También lo hice cuando no consideraron a todas las personas involucradas con los procesos de salud (el famoso “personal sanitario”, por su traducción del inglés) para la aplicación de una dosis temprana. Vi, con mucha preocupación, que no vacunarían a menores de edad, primero; de quince años, más tarde; y de 12, después, con la misma presteza que a los otros rangos poblacionales. Escuché los pretextos del subsecretario en relación a estas decisiones.
Hasta donde se sabe, en México sólo está autorizada la aplicación de la vacuna Pfizer para menores de 12 años. Es la autorización de la Cofepris, el órgano encargado de hacerlo. Coincide, entre otras, con la autorización que existe en Estados Unidos y muchos más países. Pese a ello, las autoridades encargadas del control de la pandemia, aseguraron que no era muy necesario aplicarla a niños de este rango de edad. Las razones esgrimidas resultaban un tanto ridículas. Tanto, que se incrementó el flujo de mexicanos que buscaban vacunar a sus hijos en Estados Unidos. El turismo de vacunación creció notablemente.
Esta semana el Presidente anunció que se vacunará a los menores con Abdala, la vacuna cubana. El anuncio tan curioso como grave. Primero, siguiendo el argumento del Subsecretario, ¿para qué se vacuna si no es necesario? Segundo, ¿cómo se puede anunciar el uso de una vacuna que no está autorizada en nuestro país? Tercero, ¿por qué si ya decidieron vacunar a la población en ese rango de edad, no lo hacen con la única vacuna autorizada a la fecha? Cuarto, ¿por qué utilizar una vacuna que no cuenta con el aval internacional, que no tiene estudios publicados, de la que no se conocen los parámetros de su eficiencia ni sus datos clínicos?
La lista podría seguir. Sabemos que, con suerte, Abdala no sólo no ocasionará daño alguno sino que, quizá, servirá para generar inmunidad. Pese a ello, deben ser valientes quienes, bajo esas premisas, decidan aplicarle algo así a sus hijos. Yo no lo soy tanto. Los médicos en los que confío tampoco lo recomiendan.
Así que ni modo. Pese a los múltiples suspiros de alivio que solté en los meses pasados gracias a las vacunas (cuyos méritos, más allá de la organización, no dependieron de nuestros gobiernos), sigo pensando que el manejo de la pandemia en nuestro país ha sido lamentable. El que ahora quieran hacer este experimento con más tintes políticos que médicos con nuestros niños me parece la peor de las ideas del mundo. Ojalá me equivoque. A diferencia de otros, yo sí estoy dispuesto a reconocer cuando lo hago.
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