El retorno a la horda

14/05/2012 - 12:02 am

De acuerdo con Peter Sloterdijk en su libro En el miso barco (Siruela, 1994) las sociedades primitivas, al tratar de unir a personas ajenas, crearon ficciones para crear unidad social. A través de inventar una noción de “propiedad”, desarrollaron mitos creacionales, lenguajes e historias comunes que justificaban la dominación. Por lo tanto “la horda es más bien un club totalitario que genera sus propios miembros para ‘socializarlos’ según las reglas del club, las cuales dan significado al mundo. La ley de la horda es la reposición de la horda en su propio linaje”. (p. 26)

Más adelante, según el filósofo alemán, el desarrollo de las sociedades llevó a la creación de estados y la construcción de sus propios mitos, aunque no distintos de las hordas. Sin embargo, la creciente complejidad y pluralidad de las sociedades hace que tengamos que abandonar los viejos esquemas, obligándonos a replantear nuestro pensamiento para reconstruir las bases de la cohesión. Y en este nuevo entorno no existe lo absoluto: se requiere de lo que él llama la hiperpolítica, conde el reto es que cada uno encontremos nuestras mejores respuestas, conservando al mismo tiempo la viabilidad del futuro.

Frente a estas reflexiones, la democracia sólo es viable a través de conservar sus postulados básicos: la tolerancia, la solidaridad y la constante promoción al libre debate. Este sistema sólo funciona con ciudadanos conscientes de sus derechos y obligaciones y que respetan las reglas del juego. De lo contrario, existe el riesgo constante de que resurjan los instintos de la horda, deteriorando las instituciones democráticas a otros rumbos que no desearíamos.

El pasado viernes 11, el candidato a la presidencia por el PRI y el PVEM, Enrique Peña Nieto, asistió a la Universidad Iberoamericana. Todas las crónicas registran un encuentro accidentado con los estudiantes, donde afloraron las pasiones tanto a favor como en contra del abanderado tricolor. Y aunque se espera que esto suceda en toda campaña, hay límites que no se deberían cruzar, como la ofensa o el ataque personal bajo ninguna justificación. ¿Quién gana o quién pierde con un escenario como éste?

En primer lugar, un lenguaje que recurre a calificativos como “asesino” o “cobarde” en lugar de centrarse en críticas a las propuestas (por ejemplo, cuestionar la eficacia de una Comisión Nacional Anticorrpución como un órgano burocrático más en un régimen que inhibe la rendición de cuentas) refleja pobreza en la capacidad para reflexionar. Y eso es de entrada lamentable para estudiantes de nivel superior. Un lenguaje empobrecido es el mejor recurso para que otros puedan manipular a través de percepciones simples y maniqueas.

Muchas personas justificaron el trato a Enrique Peña Nieto diciendo que eran ciudadanos “hartos” a quienes los agravios acumulados sólo les permitían externar su enojo de esa forma. Apelar a sentimientos básicos no corresponde a un ciudadano, sino a las estructuras mentales de una horda. Además, ¿qué agravios pueden tener de Carlos Salinas de Gortari personas que nacieron durante ese sexenio? ¿Qué les dice Atenco en realidad, cuando estaban saliendo de la primaria? Se esperaría que tuvieran una opinión tamizada por la distancia, y ciertamente más elaborada que quienes vivimos esos años. Sin embargo, reproducen sin crítica alguna los discursos (parciales a final de cuentas) de una facción.

También aparecieron militantes del PAN y del PRD elogiando que los alumnos de la Ibero. Ignoran que un entorno como el que se está generando bloquea las garantías de respeto y libre debate para todos, llevándonos a una espiral donde la propia democracia se desprestigia. Además suena a doble moral que los panistas celebren lo que le pasó a Peña Nieto cuando Josefina Vázquez Mota fue víctima de actos similares por parte de trabajadores de Mexicana y quesadilleras de Tres Marías: negar la civilidad para todos es festejar la decadencia de la institucionalidad.

Justificar actos de incivilidad política no es un triunfo para la democracia, sino el retorno al espíritu de la horda, donde cada grupo tiene sus causas para estar descontento y se reserva el derecho a contestar de la mejor manera que considere. Si un ciudadano está obligado a conocer los por qué y a encontrar la mejor solución a través del contraste de ideas, la fabricación de víctimas y victimarios no sólo lo degrada, sino que lo deja a merced de quienes tienen la capacidad para imponer su propia opinión de lo “bueno” y lo “malo”.

¿A dónde puede llevar esta espiral? La experiencia muestra que a una recaída autoritaria en el mejor escenario o, en el peor, a una guerra civil. Un lenguaje empobrecido es más eficaz para promover soluciones fáciles. La noción de agravios libera al individuo de su responsabilidad frente a la comunidad, haciendo que la venganza sea un método más eficaz que el derecho para resolver problemas.

¿Quién se beneficia? Quien tiene la mejor capacidad para confundir este entorno de decadencia con espíritu cívico. Quien confunde seguir un planteamiento maniqueo con “información” o “educación”. Quien promueve la eternización de un agravio, cierto o no, como forma de generar conciencia histórica.

Promovamos los valores de la democracia: la confrontación y las pasiones son normales (y deseables) en las campañas, siempre y cuando no se crucen límites. Frente a la irresponsabilidad de nuestra clase política mostremos nuestra capacidad para ser ciudadanos.

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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