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Jorge Alberto Gudiño Hernández

14/03/2015 - 12:03 am

Top Gear o la crítica literaria

Jeremy Clarkson aborda lo mismo un Ferrari que el coche más barato del mercado. Lo hace para probarlos, en televisión. Cuando los maneja en la pista, acelera y frena con violencia, derrapa sus llantas, hace ochos y fuerza las vueltas: los lleva al límite. A veces los saca a las calles para someterlos a pruebas […]

Jeremy Clarkson aborda lo mismo un Ferrari que el coche más barato del mercado. Lo hace para probarlos, en televisión. Cuando los maneja en la pista, acelera y frena con violencia, derrapa sus llantas, hace ochos y fuerza las vueltas: los lleva al límite. A veces los saca a las calles para someterlos a pruebas tan exigentes como irrisorias. Es la tónica de Top Gear, programa producido por la BBC de Londres.

            Tanto Clarkson como los otros dos conductores saben de coches aunque ninguno es capaz de construirlos, no son fabricantes. Sin embargo, entienden a grandes rasgos su funcionamiento y, sobre todo, tiene mucha experiencia de manejo. La página de Top Gear asegura que han probado más de ochocientos automóviles nuevos, un número considerable a la hora de establecer parámetros y comparar.

            Son muy pocas las ocasiones en que, sobre el auto en turno, sólo dicen cosas malas… o buenas. Incluso cuando uno de ellos lo hace, los otros sirven de contrapunto. A fin de cuentas, sigue siendo una labor subjetiva. Y eso es lo que aprecia el televidente. En cuanto se suben al automóvil se percibe su emoción. Son adultos que actúan como adolescentes. Hacen lo que sea con tal de disfrutar el manejo y, mientras lo hacen, sus voces en off llevan a cabo una evaluación. Esta simultaneidad no sólo aporta verosimilitud sino que consigue compartir sus vivencias. Al final, tras ponderar virtudes y defectos, el televidente puede o no estar de acuerdo pero sabe de primera mano que los argumentos tienen sustento.

La crítica literaria en México es escasa. Se debe a los pocos espacios que existen para ejercerla, al poco interés del público, al bajo nivel de lectura. Además, los límites entre un tipo de texto y otro a veces resultan confusos: algunas reseñas dan opiniones lapidarias mientras otras tantas críticas cuentan de qué va la obra en cuestión. Al margen de ello, es sencillo identificar algunos tipos muy claros:

            Las reseñas que, como crítica, se anulan desde su origen. Las hay por doquier. Aunque son un mero producto publicitario, funcionan como acicate a la lectura. Así, cumplen su función a cabalidad y, al hacerlo, hasta resultan necesarias como orientación en un mundo atestado de novedades.

            Ya dentro de los trabajos que apuntan a la crítica es posible encontrar unas cuantas favorables. Esto causa sorpresa: “por fin alguien serio hablará de un libro que vale la pena”, pienso como lector ingenuo. Me he llevado muchos fiascos: pocas son las lecturas salidas de ahí que valen la pena. Sin embargo, no soy un parámetro y puedo reconocer que alguien tiene gustos diferentes a los míos. Valgan pues esas críticas positivas. El vicio salta pronto: las críticas positivas suelen ser para libros de autores que pertenecen a la misma editorial, grupo literario o espacio laboral del crítico. Como crítica, apenas unas pocas de éstas valen la pena.

            Quedan las negativas. Gracias a los portales electrónicos es fácil acceder a los archivos para hacer una rápida constatación cuantitativa: la gran mayoría de las críticas tiene un carácter negativo. Pero que sean negativas no significa que sean malas.

Muchos de los críticos ejercen una doble función: son escritores. Esto no es bueno ni malo, supongo. Si los conductores de Top Gear fueran fabricantes de autos, quizá opinarían parecido a como lo hacen o, tal vez, tendrían un programa aburridísimo, lleno de tecnicismos y datos irrelevantes. Lo importante es que los críticos demuestren ser lectores probados. De ahí la legitimidad de los conductores del programa inglés: han manejado tantos coches que resulta evidente su conocimiento sobre los mismos.

            A veces sucede lo mismo con los críticos. Lo acepto, muchos de los textos que hablan mal de determinada novela me convencen. Sus argumentos son sólidos, están bien fundados, parten de un análisis detallado. En ocasiones, leerlos me lleva a experimentar esa satisfacción intelectual consistente en encontrar en el argumento ajeno la idea propia, como forma de legitimarla o, en su caso, sorprenderme ante alguno de los planteamientos críticos. En verdad, confieso que he disfrutado muchos de esos textos que se ocupan de destrozar a otros.

            Entonces, existen más críticas negativas que alentadoras. Bien se podría aducir que esto se debe a que existen más libros malos que buenos. Las políticas editoriales no sólo obedecen a la calidad. El dictamen comercial tiene un peso más importante que el literario. Suena lógico que las críticas denostadoras se multipliquen. Pero la lógica no es la única forma de actuar. Porque el mercado, también, es inmenso. Así que no sería difícil escoger los buenos. O cualesquiera, suponiendo que no existe una tendencia previa. Olvidemos la suposición: tal tendencia existe.

            De otra forma no podría explicarse que los críticos se ocuparan sólo de libros malos. Pensémoslo bien: son especialistas, saben buscar, su intuición está respaldada por la experiencia. Pueden elegir con tino. De lo contrario, no puedo sino compadecerme de su labor. Ocupan horas y días en un trabajo en el que son expertos y que, sin embargo, no pueden disfrutar.

            Es como si los conductores de Top Gear estuvieran condenados a manejar automóviles descompuestos o de amigos. El resentimiento pronto los acecharía. Por eso se vuelve comprensible que, al leer a los críticos, se puedan encontrar grandes frases, análisis detallados, y conclusiones contundentes. Lo que no se percibe es el disfrute. Falta el entusiasmo de Top Gear, esa necesidad casi infantil de ser sorprendido por el coche, la obra en cuestión, el libro que tenemos en las manos y al que estamos dispuestos a dedicarle varias horas de nuestra vida. Y no, no hay tal. Tal vez por eso, a mí que no me interesan los coches, a mí que he dedicado gran parte de mi vida a la lectura, me resulta más satisfactorio encender la tele para ver Top Gear que sentarme a leer una crítica.

Una versión de este texto fue publicada el año pasado, para el periódico que circuló en el Hay Festival de Xalapa.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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