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Rosalina Piñera

14/03/2015 - 12:00 am

El tamaño sí importa

¿King Kong del tamaño de tu pulgar?, ¿La monumental Tierra Media de elfos, hobbits y orcos comprimida en poco más de 3 pulgadas?, ¿La Guerra de las Galaxias se desata entre los límites de tu computadora?, ¿El drama de supervivencia planteado en Gravedad sobre dos astronautas flotando en el espacio… restringido de tu televisor? Cierto, […]

¿King Kong del tamaño de tu pulgar?, ¿La monumental Tierra Media de elfos, hobbits y orcos comprimida en poco más de 3 pulgadas?, ¿La Guerra de las Galaxias se desata entre los límites de tu computadora?, ¿El drama de supervivencia planteado en Gravedad sobre dos astronautas flotando en el espacio… restringido de tu televisor? Cierto, son producciones cuyo destino idóneo de exhibición son salas de cine, sobre pantallas gigantes, de ser posible con visión periférica y sonido envolvente; o con el añadido de experiencias tridimensionales o las posibilidades de inmersión del Cine 4D.

Desde antaño, las grandes producciones fueron pensadas para ofrecer un espectáculo colosal, desde Intolerancia (Griffith, 1916), Napoleón (Gance, 1927), hasta Lo que el viento se llevó (Fleming, 1939), Ben-Hur (Wyler, 1959) y Lawrence de Arabia (Lean, 1962); o títulos recientes como la saga El señor de los anillos (Jackson, 2001), la trilogía de El Hobbit , Los vengadores (Weddon, 2012) o Titanes del Pacífico (Del Toro, 2013), por mencionar algunas.

Aunque… miremos de nuevo. Fuera del recinto cinematográfico ¿habrían tenido el mismo impacto los rostros de Theda Bara, Rodolfo Valentino, Mae West o Greta Garbo?, ¿El guiño de Marilyn Monroe, la sensualidad desbordada de Anita Ekberg, la melancolía de Andrea Palma, la picardía de Ninón Sevilla, la mirada rendida de María Félix en Enamorada? ¿Habríamos sufrido en igual medida la imposibilidad amorosa entre Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca?, ¿el dilema de Meryl Streep en La decisión de Sophie, el golpe emocional de Amores perros o la pasión que consume en Las oscuras primaveras?

Estamos en tiempos de transición respecto a la manera de ver el cine. Así lo hemos vivido desde el nacimiento del Séptimo Arte. De la primera proyección pública en el Salón Indio del Gran Café del Boulevard de los Capuchinos al esplendor de las grandiosas salas cinematográficas. El declive ante la competencia con la televisión. En la ciudad de México atestiguamos como palaciegos aposentos fueron fragmentados en multisalas para acrecentar la oferta de títulos a costa de la comodidad del espectador. Nos despedimos de salas gigantescas como la del cine El Roble que albergaba a 4 mil 150 espectadores en tres niveles o la del Futurama con sus 4 mil ochocientas butacas. Se modernizaron los complejos y las salas a cargo de cadenas exhibidoras ofreciendo mejor calidad de imagen y sonido, comodidad y limpieza. La tendencia va a la baja en cuestión de dimensiones: ahora son las pantallas planas caseras, las computadoras de escritorio, las Tablets y los teléfonos celulares.

Hemos consentido permutar medidas estándar de una pantalla IMAX de 22 x 16 metros por televisores de 42 pulgadas, computadoras de 13 ó 15 e incluso, por las 3.5 pulgadas de los llamados teléfonos inteligentes. Concedamos que las razones del cambio son la comodidad, la accesibilidad que brinda la tecnología que asimilamos a mayor escala cada día, la situación económica de millones de familias para las cuales una ida al cine implica un desembolso significativo sumando transporte, boletos y las insoslayables palomitas. O debido al incremento en los tiempos de traslado en la zona metropolitana en donde un desplazamiento ocupa un lapso promedio de una hora con 21 minutos, sea en medio del tránsito vehicular insufrible o entre apretujones, luchas corporales y atentados contra leyes de la física que establecen que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio cuando -en horas pico-, en los vagones del Metro se puede atestiguar lo contrario.

Al respecto, algunas salas de cine se plantean caminos alternativos para convocar al público: ofrecen exhibir conciertos, espectáculos artísticos, ballet, eventos deportivos y desfiles de moda. Y lo mejor, clásicos de cine reciente, El Padrino, Vaselina, El Resplandor, Rocky, Forrest Gump, El Exorcista, Pulp Fiction, Gladiador. Los espectadores jóvenes han paladeado las mieles de la inmensidad, la enormidad de Marlon Brando y la mafia italiana, el horror que se esconde en un viejo hotel, la carrera gloriosa de un pugilista, el rostro del Mal y el imponente Coliseo de Roma y los emocionantes combates de gladiadores.

La Cineteca Nacional anunció a principios de año el ciclo “Clásicos en pantalla grande” de todas los épocas. Producciones míticas que los cinéfilos han conocido sólo a través del VHS, el CD y el universo de Internet están hoy en día al alcance de la mirada. Además de retrospectivas dedicadas a Kenji Mozoguchi, Michelangelo Antonioni, Sergei Eisenstein y Tomás Gutiérrez Alea. El recinto saca del baúl de los tesoros obras imperecederas, El puente sobre el río Kwai (Lean, 1957), Casablanca (Curtiz, 1942), La Otra (Gavaldón 1946), La dama de Shangai (Welles, 1947), Río Bravo (Hawks, 1958), Viaje a Italia (Rossellini, 1953), Bonnie and Clyde (Penn, 1967), Los 400 golpes (Truffaut, 1959) y otras joyas.

Este 14 y 15 de marzo se exhibirá El ciudadano Kane (Welles, 1941), catalogada como la mejor película en la historia del cine, siempre a la cabeza en las listas de los filmes más influyentes de todos los tiempos. Viajaremos a Xanadu, nos perderemos en los laberínticos pasillos de la mansión del millonario Kane, lo escucharemos murmurar “Rosebud” y veremos replicada su imagen al infinito en la proverbial escena de los espejos. Apreciaremos su grandeza en la pantalla gigante y corroboraremos, una vez más, que el cine se ve mejor en el cine.

 

 

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.

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