Sexenio para una actriz

14/01/2013 - 12:01 am

Es uso y costumbre en México que la esposa del presidente en turno o primera dama asuma el cargo de promotora de la agenda de temas asistenciales, una figura que la convierte en una especie de benefactora de los más necesitados. Ocurre también en las entidades federativas, donde las primeras damas locales encabezan el reparto de juguetes para los niños pobres, la entrega de cobijas en invierno, la asistencia a madres solteras y personas de la tercera edad, entregan donativos de sillas de ruedas, aparatos auditivos y toda clase de ayudas en especie. Así ha sido desde la era priísta, costumbre inspirada quizás en el ícono latinoamericano de la primera dama por excelencia, Eva Perón, amada por las clases populares en Argentina por sus obras benéficas.

Siendo un cargo marcadamente femenino, ya se hacían bromas durante la campaña electoral del 2012 sobre el papel que tendría que desempeñar  el esposo de Josefina Vázquez Mota en caso de que ella se convirtiera en la primera mujer en la Presidencia.

El pasado 10 de enero se hizo público el anuncio esperado: Angélica Rivera, la esposa de Enrique Peña Nieto, será la presidenta del patronato del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, mejor conocido como DIF. El cargo es honorario y es distinto de la dirección general del DIF, que en esta ocasión será responsabilidad de Laura Vargas de Osorio, esposa del secretario de Gobernación. No es que Laura Vargas vaya a ser asistente de Angélica Rivera, como se ha dicho en varios medios, son cargos distintos.

El papel de primera dama es, en general, de impacto mediático y político en tanto que se le ve como el enlace más directo para hacerle llegar mensajes al Presidente; una especie de gestora de primera mano de las necesidades de la clase popular.

En el caso de Angélica Rivera nos informaron en Los Pinos que aún no tiene una oficina instalada, incluso nos dijeron que el nombramiento todavía no era “oficial”, pero es un hecho que se dará continuidad a la tradición de asignarle la agenda asistencialista.

En el sexenio pasado a Margarita Zavala, mujer política conocedora del discurso feministas, no le gustaba que la llamaran primera dama sino sólo “Esposa del Presidente” –en el sexenio de Vicente Fox, Marta Sahagún aspiraba incluso a que le dijeran Presidenta algún día–  y como tal encabezaba los actos públicos correspondientes a la amplia agenda de temas del DIF Nacional, que va más allá de la atención a la población infantil.

Siendo este nombramiento parte de los usos y costumbres en la política mexicana, había expectación sobre si la actriz de televisión que devino en primera dama sería o no asignada al encargo honorario de presidir el DIF. No se exige una preparación particular para ocupar el puesto, aunque siendo sobre todo un lugar de relevancia mediática y política se exige contar con cierto carisma y don de gentes, tipo Evita Perón, aunque en estos tiempos es deseable también cierta capacidad discursiva que le permita al menos salir al paso y no desentonar de lo políticamente correcto.

En una revisión desde el inicio de la era neoliberal en México diremos que Paloma Cordero de De la Madrid y Cecilia Occelli de Salinas contaban con la característica del don de gentes: detrás o al lado de sus esposos estaban siempre listas para brindar una agradable sonrisa, estrechar la mano y besar a un niño. En el caso de la esposa de Ernesto Zedillo, Nilda Patricia Velasco, ocurrió todo lo contrario, ella era mal encarada, acompañaba sin agrado a su marido y no lo ocultaba, no tenía interés en mostrarse afable.

Ya en la etapa panista, Marta Sahagún se engolosinó con las cámaras; para ella la presencia pública era la oportunidad de hacer pasarela y la aprovechaba para mostrar un vestido nuevo cada vez perfectamente coordinado con joyas, bolso y calzado del mismo tono, en un continuo homenaje a lo kitsch.

Se atrevía más que sus antecesoras a pronunciar discursos que le preparaban en su oficina de primera dama, aunque no supiera pronunciarlos ni estuviera mínimamente enterada de lo que decía. Más allá de la famosa pifia de cuando citó una frase célebre de “Rabina Gran Tagore” por decir Rabindranath Tagore, poeta y filósofo cuya obra evidentemente desconocía, se encargó de divulgar profusamente el término erróneo de “personas con  capacidades diferentes” para referirse a la población con discapacidad, un término que ha costado mucho, al menos un sexenio, quitar del discurso oficial, así como de planes y programas de gobierno.  Era común escucharle aberraciones –al igual que a su ignorante marido– como aquella cuando visitó a las madres de familias damnificadas por un desastre natural en Quintana Roo; en medio de los escombros y las demandas de ayuda de quienes lo habían perdido todo, regañó: “aquí no quiero ver caritas tristes”.

Por fortuna, Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón, hizo a un lado la frivolidad de la Sahagún y asumió su papel como primera dama con mayor dignidad. Sin embargo, daba la impresión de que era obligada a mantener un bajo perfil para no opacar la figura de su marido (empresa fácil). Su equipo de comunicación social enviaba a los medios las versiones estenográficas de sus discursos en los cuales era difícil encontrar alguna idea destacada o un argumento relevante, incluso un párrafo construido sólidamente.

La presencia de Zavala en actos públicos convocados por el DIF, acompañada de una amplia comitiva de camarógrafos y reporteros,  contribuía a dar relevancia a temas como el de la inclusión laboral de las personas con discapacidad, por ejemplo, o los derechos de los niños y los adultos mayores, la protección a familias migrantes, la donación de órganos o la atención a población vulnerable. Bastaba con que ella dijera que el asunto era importante para que por la noche o al día siguiente apareciera en todos los medios de información una nota, así fuera breve, sobre estos asuntos de la agenda del desarrollo social, siempre opacada en México por la alharaca política.

En el tema de la inclusión se empeñaba en hacer uso de los términos correctos, como “personas con discapacidad”, reiteraba dos o tres frases sobre la necesidad de dejar atrás las políticas asistenciales para este grupo social y traducirlas en el cumplimiento de derechos.

Margarita Zavala solía repetir  que cuando se deja fuera de la participación social a niños o adultos con alguna discapacidad la que pierde es la sociedad, y que cuando incluimos “les estamos diciendo te queremos aquí con nosotros”; reconocía la labor de la sociedad civil como principal impulsora del cambio y, en particular, el empeño de las madres y padres de personas en la conquista de mejores condiciones sociales. Destaco, sobre todo, el aspecto discursivo. Respondería a otro análisis evaluar los avances reales al interior del DIF Nacional y sería con referencia a la gestión de la directora general, Cecilia Landerreche Gómez Morín.

Sin embargo, con su experiencia política, Margarita Zavala pudo haber mostrado mayor talento. La estrategia de seguridad de su esposo,  que a la luz de los resultados fue fallida, la afectó también a ella. Tuvo que escuchar el justo y dramático reclamo de las madres que perdieron a sus hijos adolescentes en la matanza de Villas de Salvarcar, en Ciudad Juárez, a quienes Calderón había señalado como pandilleros.

Y qué decir de la sombra que dejó sobre ella y su familia las complicidades y corruptelas que llevaron a la tragedia sin nombre de la Guardería ABC, una especie de bodega mal adaptaba para atender a niños y administrada por Marcia Matilde Gómez del Campo, prima de Margarita. Sin duda esto afecta negativamente el balance de su presencia pública. El crimen sigue impune.

Ahora toca el turno a la actriz Angélica Rivera, quien no es del todo nueva en el papel de primera dama. Ya lo fue en el Estado de México  durante la última etapa del gobierno de Peña Nieto. En esa entidad ocupó el cargo de presidenta honoraria de la Cruz Roja. Estuvo impulsando la colecta de la emérita institución, no faltaron las fotos en actos de entrega de donaciones y ayudas en especie a población vulnerable. Durante la campaña electoral para la Presidencia se diseñó su participación en videos donde ella reseñaba las actividades diarias de su esposo en una especie de relato detrás de cámaras.

En la lógica de atraer a las masas como si se estuviera promoviendo a un astro del pop, la figura de “La Gaviota”, como se le conoce a la actriz por su papel estelar en una de las telenovelas de mayor raiting en Televisa, el equipo de campaña aprovechó su popularidad para atraer votos para su esposo convertido ya en el candidato más conocido entre las masas por su atractivo físico.

Hasta ahí todo ha marchado conforme al libreto: una figura popular, mujer atractiva con la fama y el prestigio de la principal televisora del país, ha hecho buena pareja con un hombre joven y atractivo también, convertido ahora en presidente de México. Pero quizás el reto de atender a una sociedad civil cada vez más participativa y enterada de sus derechos y con una mirada crítica sobre lo que se hace o se deja de hacer desde el gobierno, exija algo más que una sonrisa fotogénica. Falta mucho por avanzar en el DIF, pero un retroceso sería lamentable.

Libertad Hernández / dis-capacidad.com
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