Mapa rumbo a David Cronenberg

13/12/2014 - 12:00 am

De zombis a estrellas en decadencia, de Toronto a Hollywood, del híbrido horror y ciencia ficción al drama oscuro y ácido, de multifamiliares silenciosos a mansiones donde reina la frivolidad, de la locura aislante a la terapia colectiva. El mapa cinematográfico de David Cronenberg ha cubierto, en más de cuatro décadas, casi todas las rutas posibles en su pesquisa sobre la naturaleza, o más bien, sobre la condición antinatural humana, desde su complejidad orgánica hasta los abismos intangibles de la demencia, la enajenación y las huellas traumáticas. Sin dejar de lado, los atavíos sobre la piel, la belleza, las máscaras, las cicatrices, la hipocresía, la depravación. Nada mal para quien fuera un niño solitario y un adulto que se declaró identificado con los parásitos.

La ruta de vida de David Paul Cronenberg inició en Toronto, Canadá, hace 71 primaveras. Al conocer el atlas fílmico del autor, cualquiera pensaría que su familia era poco normal o que su infancia surcó experiencias retorcidas. La literatura y la música eran los universos familiares. De su padre, Milton Cronenberg, escritor y editor, heredó el apego a la lectura y las herramientas para escribir a edad temprana sus primeros relatos escalofriantes. De su madre, Esther, talentosa pianista, aprendió el idioma armonioso y dominó la guitarra clásica. Se graduó en Literatura por la Universidad de Toronto y desarrollo interés especial por la ciencia.

En el meridiano de su existencia, una coordenada trágica: la enfermedad degenerativa sufrida por su padre trazaría rumbos cardinales en su universo creativo: la obsesión por la degradación orgánica, el menoscabo físico, el deterioro mental traducido en la pantalla en un cine de carácter atípico, aunque genuino, con el sello de autor provocador. Todo ello, aunado a la formación académica de Cronenberg, con investigaciones de virus y micro universos orgánicos, marcaría el rumbo de sus primeras propuestas cinematográficas.

En 1970, en Crímenes del futuro, plantea que el uso y abuso de cosméticos los cuales han mermado la capacidad reproductiva de las mujeres. Para remediarlo, un dermatólogo cruza caminos con organizaciones misteriosas y personajes que desarrollan en sus cuerpos órganos a voluntad. En Parásitos (1975) un médico loco castiga a la sociedad consumista con una enfermedad venérea que les genera ansiedad por el sexo. En Rabia (1977), una joven sometida a una terapia experimental cuyo insólito resultado es la generación, en su axila, de un extraño ser sediento de sangre. Zombis, esclavizados al placer sexual pueblan este cine.

El camino de Cronenberg pudo haberse detenido ahí, estancarse en los pantanos de un género casi instalado en el gore, pero había otros rumbos por recorrer. Éstos senderos evolutivos le permitirían conquistar la madurez artística y otorgar a los críticos la certeza de que en sus cintas había algo más que sangre y vísceras. Scanners (1981), sobre un grupo de humanos con capacidades telepáticas y otros poderes mentales es su salida definitiva de las sombras limitadas del Cine B para situarlo en el plano internacional.

Un Cronenberg más mesurado y digerible para las audiencias se perfiló en La zona muerta (1983), adaptación del libro de Stephen King. El relato en torno a un profesor (Christopher Walken) quien regresa de un coma con el don de predecir el futuro, le significaba una topografía ya conocida sobre los enigmas de la mente. Con La Mosca (1984), el autor aprueba en taquilla y retorna al océano corporal, con el ensayo trágico de un científico (Jeff Goldblum) cuya estructura celular se combina con la del alado insecto del título. Terreno fértil para plantear la degradación, en todos los planos, de un hombre y su  transformación paulatina en monstruo.

La afición a la literatura de William Burroughs se hizo cine con la adaptación de la novela “El almuerzo desnudo” (1991), sobre un escritor perturbado (Peter Weller) cuya realidad alterna con pasajes demenciales y entornos surrealistas. En Crash, extraños placeres (1996), exploró el vínculo hombre-máquina, a través de una perspectiva tan fascinante como repulsiva de la sociedad: un grupo de individuos encontraban el éxtasis al reproducir accidentes automovilísticos de leyendas artísticas como James Dean o Jayne Mansfield.

Los laberintos de la mente fueron inspeccionados nuevamente en Spider (2002), con Dennis Spider (Ralph Fiennes) y su carga de un pasado perturbador: un asesinato que se devela entre pesadillas y realidades alternas. En Una historia violenta (2005), se introdujo en otra escala de la naturaleza humana, ahí justamente, donde se deja de ser humano y se aniquila el valor de la vida. La faz desfigurada del mafioso (Ed Harris) tras la pista del sicario Tom (Viggo Mortensen), es el trayecto del hombre-monstruo.

En Promesas peligrosas (2007), el autor transitó por conductas perversas del hombre. La descomposición, esta vez moral, por medio del trazo de las mafias, los negocios ilícitos y los pactos de sangre como el virus que carcome a la sociedad. En el 2011, con Un método peligroso llevó al diván a Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y al psiquiatra Carl Jung (Michael Fassbender), a confrontar sus ímpetus eróticos y conductas reflexivas generadas por una amante común.

Este año, en Mapa a las estrellas (2014), Cronenberg mira hacia la constelación donde habitan las celebridades de la llamada Meca del Cine. En un Hollywood aquejado por su pérdida de estatus; morado por personajes enfermos de fama, soledad, relaciones incestuosas, frivolidad y vicios. En este plano persiste su inclinación por los relatos provocativos, su interés por la metamorfosis física, mental y espiritual, por el precipicio de la memoria y el castigo de la conciencia y claro, su apego a las pieles y a las almas plagadas de cicatrices.

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.
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