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Jorge Alberto Gudiño Hernández

13/09/2014 - 12:00 am

El mundo es de las empresas

Muchas veces me he preguntado si no equivoqué mi camino cuando renuncié a trabajar en una empresa de buen tamaño, con un plan de carrera a largo plazo, en un ambiente amigable y con un montón de prestaciones. Con frecuencia me respondo que sí, que me equivoqué al optar por muchas chambitas en lugar de […]

Muchas veces me he preguntado si no equivoqué mi camino cuando renuncié a trabajar en una empresa de buen tamaño, con un plan de carrera a largo plazo, en un ambiente amigable y con un montón de prestaciones. Con frecuencia me respondo que sí, que me equivoqué al optar por muchas chambitas en lugar de una sólida que me diera antigüedad, un sueldo seguro y todas esas cosas. Es un arrepentimiento que me llega por oleadas pero que puedo manejar. Sobre todo cuando, por una u otra razón, algunos amigos me cuentan sus tragedias particulares dentro de esas empresas.

         Caso uno. Él era joven, acabado de egresar y fue contratado para un puesto de ensueño considerando su falta de experiencia. A lo largo de casi veinte años, ascendió varios puestos, se casó, tuvo hijos y ha tomado decisiones en torno a todos estos factores: se mudó, junto con toda su familia, a una casa cercana a su lugar de trabajo; inscribió a sus hijos en la que consideró la mejor escuela posible por esos rumbos; su esposa consiguió un trabajo cercano; pidieron un préstamo hipotecario que aún están pagando y se han acostumbrado a una forma de vida que los tiene contentos. A fin de cuentas, son dos profesionistas exitosos que están sacando adelante a sus hijos (así es como se dice, ¿o no?).

El asunto es que un buen día alguno de los jefes de más alto nivel decidió que sería bueno mudar la división en la que trabaja mi amigo. No muy lejos, a una pequeña ciudad a unos doscientos kilómetros de distancia. En lugar de dar explicaciones concretas que justifiquen la mudanza, deciden hablarles sobre las ventajas de la vida en provincia, de lo cerca que queda, del bono de tres meses de sueldo que les darán cuando se trasladen. ¿Y si no quieren o pueden? Su liquidación estará lista al terminar la mudanza. Y así es como, de buenas a primeras, se termina con todo un plan de vida, sin posibilidad de oponer resistencia. Peor aún: les han dicho que ni se les ocurra ir buscando trabajo porque, si renuncian, no tendrán liquidación.

Caso dos. Una enorme empresa trasnacional compra a otra enorme empresa trasnacional. En el mercado mexicano tienen una participación equivalente. Ella tiene una historia parecida a la de mi amigo: como llegar al trabajo le llevaba más de una hora, hizo un esfuerzo junto con su familia para mudarse cerca. También hubo créditos y préstamos de por medio. Ahora, de buenas a primeras, les dicen que tendrán que mudarse de oficinas. Están dentro de la misma ciudad pero a casi el triple de tiempo de recorrido. Eso le afecta mucho porque estaba acostumbrada a comer con sus hijos y eso ya no le será posible. Además, los empleados de la empresa compradora sonríen victoriosos, como si fuera una conquista de ellos y no un negocio internacional que se llevó a cabo sin que estuvieran enterados.

Para colmo, nadie dice nada. No se sabe qué día se mudarán o a partir de qué momento tendrán que reportarle a un jefe nuevo. Tampoco hay certezas sobre quién será despedido y quién se quedará, con lo que no resulta fácil conseguir un nuevo empleo. Para colmo, aunque el sueldo y las prestaciones sean idénticos (que no lo son), lo cierto es que ella comenzará a gastar más porque no comerá en casa y manejará muchos más kilómetros al día. Eso sí, ya alguien le recomendó que se mudara cerca de la empresa, como si fuera echarle gasolina al coche.

Podría seguir con otros casos o extrapolarlo hasta alcanzar a cada uno de las decenas de empleados que trabajan en esas compañías y en muchas más. No lo hago porque, en todos, el factor común es el bienestar de la empresa. Eso suena lógico, todos querríamos que nuestro negocio fuera más rentable. Sin embargo, parte de dos equívocos. El primero tiene que ver con quienes toman las decisiones. En la mayoría de los casos son empleados, personas susceptibles de ser tratadas de la misma forma en que están tratando a los demás. Los accionistas mayoritarios poco se ocupan de las minucias. El segundo tiene una carga más moral porque se relaciona con el hecho de no perjudicar a los otros. ¿En verdad les costaría mucho a las empresas avisarle a los empleados que van a despedir? Considérese que, en los dos casos planteados, los trabajadores no se van porque sean malos sino porque no les acomoda el nuevo esquema. Pero no, la intención es explotarlos al límite. Ya será problema de las personas cuando deban pasar varios meses para conseguir un trabajo.

Entonces no me arrepiento. Trabajo en lo que me gusta y a los ritmos que puedo. A veces el equilibrio de mi economía es más precario que el de mis amigos aunque suelo tener una certeza básica: entre más trabajo más gano. Algo que no siempre pueden presumir ellos. Mucho menos ahora cuando el corporativismo está orillándolos a decisiones amargas en las que, se le vea como se le vea, quienes pierden son las personas.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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