Jorge Alberto Gudiño Hernández
13/08/2022 - 12:05 am
Diversidad
“Vi la noticia del Sonora Grill y de los restaurantes que dividen a su público en función del color de su piel. Al margen de toda la crítica que puedo ejercer, pensé en lo ridículo que sería que abrieran una sucursal en Canadá, en Oshawa”.
A finales de 2021, mi hermano y su esposa emigraron a Canadá. En concreto, a un pequeño pueblito (que ellos insisten en llamar ciudad) llamado Oshawa. En abril nació mi primer sobrino. Así que este verano hicimos planes para irlo a conocer. Oshawa está a menos de una hora en coche de Toronto, por lo que también se pudo hacer algo de turismo. Eso sí, llevábamos más de una década sin vacacionar en temporada alta y, con este viaje, constatamos que la decisión de no hacerlo en estas fechas es la correcta.
En Oshawa no hay mucho que hacer y, si bien el sobrino acaparaba nuestra atención, tenemos dos hijos que también requieren entretenimiento. Una de las visitas obligadas fue al lago. El lago Ontario. No exagero al decir que parece mar, océano incluso. La línea del horizonte se dibuja con nitidez a la distancia. Si acaso, sorprendía la falta de embarcaciones, tanto de recreo como de trabajo. No había bananas ni parachutes, tampoco cargueros. Quizá porque Oshawa no es un puerto importante en esas costas. Lo que sí había era una playa que, para los parámetros mexicanos, resultaba un tanto ridícula. Era escasa, pero suficiente para que casi todos fueran felices ahí. Se entiende por qué Acapulco, Cancún o Los Cabos enloquecen al turismo internacional.
Si la diversidad étnica, cultural y social ya había llamado la atención en las ciudades (o pueblos), en la playa se exacerbó. No era fácil distinguir los idiomas en los que se hablaba. Sabemos que Canadá es un país que da la bienvenida a los migrantes. También, que Oshawa no es un sitio turístico. De ahí que pudiéramos concluir que la mayoría de los visitantes a la playa fueran residentes de la región. Y no, el inglés y el francés no eran los idiomas que más se escuchaban salvo a la hora de comprar comida.
Fue lindo ver ese mosaico cultural en la estrecha franja de arena de esa playa. Fue interesante comparar a quienes entraban al lago con toda su ropa con quienes se asoleaban casi sin ella. Fue llamativo ver cómo las precauciones dentro de un baño bastante sucio diferenciaban a las personas que llevaban hasta desinfectantes portátiles de las que caminaban descalzas sin mayores reparos. Lo mejor fue que, a pesar de los diversos orígenes (incluido el nuestro, por supuesto, que alguien ha de haber visto como exótico), todos eran corteses y respetaban las normas. No vimos a nadie meterse en la fila, a nadie tirar basura, a nadie discutir a gritos por un lugar de estacionamiento… ni, ciertamente, a muchos policías.
En uno de esos ratos de agotamiento nocturno revisé mis redes sociales, ese automatismo que nos desconecta pretendiendo lo contrario. Vi la noticia del Sonora Grill y de los restaurantes que dividen a su público en función del color de su piel. Al margen de toda la crítica que puedo ejercer, pensé en lo ridículo que sería que abrieran una sucursal en Canadá, en Oshawa, para ser más precisos.
Siempre ha sido lamentable la discriminación y el racismo. Señalarla ahora es más sencillo que nunca y es algo que debería aprovecharse. Si la condena de las redes sociales vacía al restaurante de marras, bienvenido sea el castigo ante una práctica, cuando menos, deleznable. Lo malo es que nuestra memoria también es corta. No dudo que pronto se encuentre, de nueva cuenta, llena cada una de sus sucursales.
En un intento por cerrar, debo decir que una de las tardes mi hermano sugirió ir a comer a una suerte de bar. Era un híbrido muy a la gringa. De ésos que tienen pantallas enormes donde se transmiten eventos deportivos y venden tragos enormes, pero con una carta muy aceptable. Como habíamos comido muy mal los días previos me entusiasmó la idea, pero señalé a mis dos hijos y al suyo. No hubo problema. Terminamos todos metidos en un bar en donde, sin duda, los extraños éramos nosotros. Nuestra mesa era la única con niños y, además, con una carriola. Más aún, nos pusieron en la terraza que da a la calle, en uno de las mejores mesas y, sin duda, la más visible desde el exterior. Hay sitios donde la diversidad es tan corriente que ha dejado de serlo.
Y sí, fue maravilloso conocer al pequeño.
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