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Antonio Salgado Borge

13/07/2018 - 12:01 am

La hipótesis de la ignorancia

Para algunos de sus más fervientes opositores, AMLO llegará al poder principalmente porque logró convencer a un ejército de ignorantes. Llamemos a esta explicación “la hipótesis de la ignorancia”.

La “hipótesis de la ignorancia” no sólo no se sostiene, y algunos de quienes la defienden lo hacen porque son ignorantes de su propia ignorancia. Foto: Cuartoscuro

Para algunos de sus más fervientes opositores, AMLO llegará al poder principalmente porque logró convencer a un ejército de ignorantes. Llamemos a esta explicación “la hipótesis de la ignorancia”.

“La hipótesis de la ignorancia” no explica ni puede predecir que un individuo pueda resultar seguidor de AMLO. Por ende, “la hipótesis” pertenece al basurero. Pero los defensores de “la hipótesis” son obstinados y suelen mostrar una notoria falta de disposición a rectificar ante evidencias que les son adversas. Por ejemplo, a pesar de que los datos duros indican que el sector más educado de la población votó por AMLO o que muchos intelectuales reconocidos se sumaron a su proyecto, y considerando que es socialmente aceptado que educación implica mayores probabilidades de conocimiento, los defensores de “la hipótesis” siguen pensando que muchos de quienes votaron por Morena fueron engañados debido a su ignorancia.

Es claro que quienes defienden “la hipótesis” encuentran problemático aceptar que existen personas genuinamente convencidas porque racionalmente han llegado a la conclusión de que sus intereses pueden ser genuinamente representados por el proyecto de quien será nuestro próximo Presidente. Esta obstinación no es trivial. Para intentar entenderla, consideremos la siguiente -nueva- hipótesis: algunos de los defensores de “la hipótesis de la ignorancia” no son capaces de ver que al aceptar esta hipótesis están ignorando su propia ignorancia. Llamémosle a esta nueva hipótesis “la hipótesis sobre la hipótesis de la ignorancia” o, para abreviar, “la metahipótesis”.

Desde luego, para que “la metahipótesis” funcione es indispensable contar con una explicación plausible de por qué algunas personas ignoran que al defender “la hipótesis de la ignorancia” están ignorando su propia ignorancia y qué es exactamente lo que estas personas están ignorando –sería un error concebir la ignorancia en términos absolutos-. Revisemos entonces dos opciones complementarias.

(1) La primera implica los prejuicios que conducen al clasismo o el racismo. Que algunas personas relacionen a Morena con ignorancia podría deberse a su incapacidad de digerir que los cargos públicos sean ocupados por individuos que “no pertenecen naturalmente” a posiciones directivas. Durante la presente elección un número inusitado de personas surgidas de la periferia y que no se han codeado con las élites llegaron a la cima. Pero eso no es todo. En algunos casos -y esta es la gran novedad- la incorporación individuos antes discriminados al poder legislativo o ejecutivo no es trivial; estas personas se han incorporado a la vida pública para empujar la lucha contra las condiciones que los han vuelto víctimas de discriminación.

¿Por qué este fenómeno habría de ser difícil de digerir para algunos mexicanos? La forma de la molestia de los indigestos ante la aparición de los marginados es, en un sentido y guardadas las proporciones, análoga a la molestia que ha producido en algunos sectores en Estados Unidos y partes de Europa la aparición en espacios públicos de migrantes. Algunas personas ven en las minorías una amenaza, pues su incorporación al mercado laboral o con su cada vez más marcada representación política ponen el riesgo el monopolio de la población blanca. Pero el que se siente amenazado no tiene que ser consciente de que su preocupación proviene del sentimiento de amenaza. La preocupación, claro está, puede operar a nivel inconsciente y manifestarse en formas poco racionales que van desde las narrativas viciadas hasta las agresiones físicas o los insultos.

En la pequeña cápsula del México privilegiado, no se termina de digerir el súbito papel protagónico que han asumido quienes hasta hace poco estaban destinados ser “extras” o, cuando mucho, actores secundarios. Pero en muchas ocasiones el rechazo proviene de la ausencia de reflexión y la falta de disposición para cuestionar por qué no es “normal” encontrar a un individuo con rasgos indígenas, o surgido de la periferia, en una posición con voz y poder; lo “normal” es que estas personas caminen cabizbajas y que aparezcan lo menos posible. Claro, cuando estos individuos no aparecen en posiciones de poder no molestan porque “no son”; pero cuando por fin aparecen entonces hay que tener cuidado, pues se nos viene el reino de los “chairos” o “ignorantes”.

Pero hay una diferencia fundamental entre Estados Unidos y México que es necesario subrayar antes de pasar al siguiente punto: en nuestro país, las personas que por su origen u apariencia son automáticamente consideradas ajenas a la élite económica o política son mayoría. Para ser claro, en la clase de los no privilegiados o mal representados cabría tres cuartas partes de México. Todo parece indicar que algunos de los defensores de “la hipótesis de la ignorancia” ignoran que, al hacerlo, ponen en riesgo sus propios intereses; si el orden de cosas desigual e injusto se ha podido mantener durante tanto tiempo es, en parte, por la falta de una narrativa que unifique el sentido de pertenencia a una clase -la clase de los no privilegiados-.

(2) La segunda forma de explicar por qué algunas personas que defienden “la hipótesis de la ignorancia” ignoran que están defendiendo una falsedad pasa por considerar que “la hipótesis” implica ausencia de empatía; es decir, falta de capacidad de ver el mundo a través de los ojos de otros o de ponerse en sus zapatos. Desde el privilegio es fácil perder de vista que una persona en condición de pobreza o estancada en una precaria clase media, sin oportunidades reales de movilidad social o viviendo en un entorno violento, pueda emocionarse con un gobierno que promete limitar los privilegios, redistribución, facilidades para acceder a la educación gratuita o pacificación.

La falta de empatía puede tomar muchas formas, como justificar la miseria de algunos atribuyéndosela a una supuesta falta de deseos de trabajar o de mejorar su ingreso, o pensar que increíble abundancia que se goza es proporcional al mérito –para citar al clásico, “sí merezco la abundancia”-; es decir, estamos ante una incapacidad de reconocer que si a uno le hubiera tocado nacer en condiciones de un condenado, entonces uno estaría igualmente igual de condenado.

Pero claro, reconocer semejante cosa implicaría replantear radicalmente la forma en que se ve el mundo y aceptar que los intereses propios -por ejemplo, no pagar impuestos proporcionalmente al ingreso- pueden chocar con los intereses de los no privilegiados. Y es difícil sacrificar parte de la bonanza. Esta lógica, exhibida sin pudor por algunos de los empresarios más ricos de México, se replicó, sin mayor impacto electoral, en algunos círculos que ven a estos hombres como sus referentes. Los memes y críticas contra los seguidores de Morena o simpatizantes de AMLO incluyen de forma notoria las ideas de que el nuevo Presidente mantendrá a una bola de flojos o que hace falta ser un vago para simpatizar con la redistribución que se promete. Mucho más tranquilizante resulta pensar que el candidato que promete miente y que quienes le siguen lo hacen porque no conocen lo que verdaderamente les conviene.

La “hipótesis de la ignorancia” no sólo no se sostiene, y algunos de quienes la defienden lo hacen porque son ignorantes de su propia ignorancia. En este artículo he planteado dos formas complementarias de explicar cómo y por qué quienes defienden “la hipótesis de la ignorancia” ignoran su propia ignorancia: prejucios y falta de empatía.

Desde luego, alguien que haya repetido “la hipótesis de la ignorancia” seguramente levantará la ceja y dirá, sinceramente, que al defender esta hipótesis nunca tuvo la intención discriminar o que realmente es capaz de experimentar empatía. Pero a ello se podría responder que los “sesgos implícitos”, o los elementos relativamente inconscientes o relativamente automáticos que se traducen en prejuicios, son probablemente más comunes que los sesgos explícitos. Es decir, que para discriminar no hace falta saber que se discrimina, y que para dejar de ponerse en los zapatos de quienes más sufren no hace falta tener la intención de rehusarse a hacerlo.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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