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Tomás Calvillo Unna

13/07/2016 - 12:02 am

Los ritmos de la globalización

Podríamos afirmar que los ritmos de la globalización los está definiendo la expansión de la tecnología.

Podríamos afirmar que los ritmos de la globalización los está definiendo la expansión de la tecnología. Foto: Especial
Podríamos afirmar que los ritmos de la globalización los está definiendo la expansión de la tecnología. Foto: Especial

“Si escondes tu ignorancia, nadie te herirá y nunca aprenderás”
Ray Bradbury en Fahrenheit 451

Podríamos afirmar que los ritmos de la globalización los está definiendo la expansión de la tecnología. Y ello tiene profundas implicaciones que fueron advertidas décadas atrás, principalmente por la literatura de la ciencia ficción.

La presencia de la máquina en la historia, sobre todo de aquella de la cual podemos aún reconocer con facilidad sus huellas, se remonta al menos al siglo XV, cuando las distancias geográficas fueron acortadas por los instrumentos inventados para desarrollar el transporte, en su caso por la ingeniería naval.

El transporte marino acortó las distancias y comenzó el proceso que hoy conocemos como globalización, lo que Charle Mann recoge como el intercambio colombino que afectó la faz de la tierra al acelerar un comercio biológico que modificó patrones alimenticios, económicos y culturales prácticamente en el mundo entero.

¿Cómo entender el actual período histórico en que nos encontramos, si pensamos en la larga duración? Tal vez nos tendríamos que ver como uno de los últimos capítulos de ese periodo de expansión marítima y terrestre iniciada a fines del siglo XV principalmente por Portugal y España.

En ese sentido la relación de tecnología, capital y poder militar no han dejado de estar presentes al igual que sus consecuencias de todo tipo. El aprendizaje ha sido más que doloroso; poblaciones arrasadas, opciones históricas canceladas, en aras de una unilateralidad civilizatoria que comenzó a moldear la faz de la tierra, donde la ciencia y la tecnología se convirtieron en los dos brazos, las dos piernas y los dos hemisferios cerebrales del poder que se erigió en el siglo XX y XXI.

El propio origen del concepto de la historia, es decir, el pensamiento reflexivo sobre el tiempo, su experiencia, la filosofía, incluso el pensamiento político que delinearon los acotamientos y advirtieron de los horizontes posibles, y sobre todo, de los peligros del abismo que implicaba darle la espalda a los ritmos de la naturaleza, fueron ignorados.

La violencia que siempre ha estado, adquirió otra dimensión, más destructiva en todos los niveles (piénsese sólo en el armamento atómico); la violencia fue enajenada al ritmo propio de la tecnología y se disparó en todos los sentidos de la palabra hasta convertirse casi en ingobernable (véase el daño del terrorismo y la relación exponencial de su amenaza y destrucción).

Lo mismo ha sucedido en la mayor parte de las tareas cotidianas de la sociedad. El ritmo impuesto, que permea desde el amanecer hasta el anochecer proviene de los sistemas tecnológicos que marcan nuestros pasos.

Todo ello, tiene implicaciones en los procesos políticos, sociales y en lo que solemos llamar educación, un término cada vez más ambiguo, más alejado de sus orígenes y más determinado por ese ritmo, ya no de la comunidad, o los grupos sociales amplios o incluso las urbes; es ese ritmo digital que estalla en nuestras manos sin hacer ruido y en muchas ocasiones sin propósito alguno.

Observados en la distancia somos una cadena electrónica, de miles adheridas a una fugacidad que multiplica su angustia en millones de imágenes, entre el silencio de la larga noche, que pretendemos ignorar.

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