Bengala humeante sobre las protestas en Turquía

13/06/2013 - 12:00 am

Cuando escucho la palabra “Turquía”, visualizo la magnificencia de Estambul y Antara, el condensar de las nubes sobre el Tauro y el Antitauro, los secretos dorados del Bósforo y la llovizna que hace resplandecer Anatolia como una perla…

Fosforecen mentalmente las refinadas imágenes que del Imperio Otomano trazaron los relatos orientalistas: suntuosos palacios con mezquitas ocultas, juegos de porcelana china y salones colmados con regalos reales; pordioseros y opiómanos insolados que en los portones del mercado alucinan ilustraciones de Osman y Behzad, mientras marchan espahís y jenízaros para combatir en Buda: me transporto al monótono recitar cláusulas sacras de un imán, viendo como derviches giróvagos meditan y se elevan cual plumas en el trance de la Sema, en tanto un grupo de cadís salomónicos esquivan caravanas mercantes para transitar junto a un viejo equilibrista que balancea un huevo con una vara, perseguido por niños admirados a través de una tarde traslúcida.

Turquía es asombro y reverencia. Viene a mí como la unión entre eso que la verdad nos oculta pero que la fantasía compensa en los copiosos renglones de relatos destinados a satisfacer la imaginación europea.

Empiezo por mencionar los desfases de la narración occidental sobre la realidad de oriente, para aludir a un problema delicado y habitual: las líneas interpretativas son peligrosas cuando no se cuenta con la información suficiente ni se conoce el contexto a fondo. Por ello, en este texto glosaré algunos puntos claves sobre lo que sí sabemos que está ocurriendo en ese país, dejando a los especialistas la tarea de alcanzar una precisión mayor a mis reservas.

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Cuando hoy escuchamos mencionar a Turquía, pensamos en las manifestaciones que desde el 27 de mayo han sacudido a ese país como una transmisión de voltaje. El punto de ignición fue un grupo que pretendía salvar el parque Gezi de un proyecto urbanístico en la Plaza Taksim, en Estambul. Tras su desalojo violento, las protestas se multiplicaron y ahora miles piden la dimisión del gobierno encabezado por Recep Tayyit Erdogan, a quien se responsabiliza por emplear fuerza excesiva e irracional contra los manifestantes.

Como sabemos, el fenómeno es más fuerte que su reducción a un puñado de ecologistas que se movilizan para salvar árboles centenarios y de Kemalistas en contra de un centro comercial que copia exactamente un antiguo cuartel otomano, que reemplazaría al simbólico Centro Cultural Atatürk apostado frente al parque Gezi. En realidad, en Turquía existen fuertes dilemas, tensiones y contradicciones entre islamismo y laicismo, así como entre autoritarismo y democracia, que se reflejan en la coyuntura:

– El régimen. Turquía es una democracia parlamentaria, representativa y competitiva, donde la variable religiosa tiene un peso específico, a pesar de ser el único país musulmán con una constitución laica. Esto genera estructuraciones sociales a desnivel y asincronías en el proyecto y discurso del Estado-Nación.

– La sociedad. En Turquía la gente no se había dividido tanto desde 1980, cuando el último golpe de estado polarizó a la población. Recordemos también que hubo fuertes manifestaciones –aunque menos nutridas a las actuales– cuando la llegada de Erdogan al poder, en 2003.

– Lo simbólico: Atatürk fue el padre del proyecto de modernidad turca y Erdogan tiende al camino religioso de islamismo moderado. La idea del centro comercial es emular un antiguo cuartel de artillería de Topçu, famoso porque ser el sitio donde tuvo lugar en 1909 un intento de golpe por parte de franjas reaccionarias que defendían la sharía y el poder del sultán.

Respecto a la centralidad de la figura de Edorgan, también valen apuntes. Es religioso y conservador. Las restricciones publicitarias y la limitación al consumo de alcohol son muestras de su entusiasmo por modelar a la sociedad turca en ese tono. Su aprobación es más evidente en Anatolia, mientras las protestas más poderosas se circunscriben a la clase media y mayoritariamente laica de Estambul.

Edorgan tiene confianza excesiva en su popularidad, lo que ha derivado en una especie de arrogancia que promueve la confrontación directa, por el gesto autoritario que le reviste. El saldo actual de esa actitud es de tres muertos, más de 4000 heridos y varias centenas de manifestantes en prisión.

En términos internacionales, no hay que olvidar que Turquía está en la antesala para su ingreso a la Unión Europea. Si bien es cierto que ello implica asumir el discurso del respeto a los derechos humanos y el Estado de Derecho, ese mismo piso mínimo disminuye en el contexto de las crisis que obligan a reprimir las ocupaciones de espacios públicos en varios países.

Así las cosas, el liderazgo de Erdogan ya no sería el adecuado para llevar acabo ese proceso, pero por ahora es muy difícil que el primer ministro tenga necesidad de renunciar. Sin Embargo, uno de sus deseos era que mediante una reforma, pudiera mantenerse en el poder hasta 2023, una posibilidad que se diluye.

Es relevante el Estado de sitio mediático. Hay 47 periodistas encarcelados en Turquía por razones de trabajo, más de los que se reconocen en cualquier otro lado del mundo. Los medios en Turquía están bajo el control estatal e impiden el acceso al periodismo extranjero, creando una  burbuja del silencio. Halk TV es el único espacio no oficialista.

En términos tecnológicos, existe un importante sector con acceso a Internet. La mayor parte de los tuits vienen del interior de Turquía, mientras que en otros procesos eran principalmente muestras de apoyo que se originaban en el exterior. No es casual que hayan sido detenidos una treintena de jóvenes en Esmirna por “convocar a provocar disturbios” en Twitter.

Esta situación se ha compensado en lo posible con las transmisiones en mainstream y los videos grabados por los manifestantes con sus celulares. En ese sentido, @140journos es el sitio para tener información creíble sobre las protestas.

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Por ahora, los objetivos de las protestas son mantener las ocupaciones y ampliar las manifestaciones para permear en toda la sociedad turca. En cuanto a sus demandas concretas, en su reunión con el viceprimer ministro en Ankara, Bülent Arinc, un grupo de representes ha expuesto las principales exigencias: mantener el parque de Gezi como una zona verde; detener su transformación en centro comercial y no demoler el Centro Cultural Ataturk. Castigar a los policías responsables de la represión y prohibir el uso de gases lacrimógenos, así como  poner en libertad a los manifestantes detenidos y eliminar los obstáculos a la libertad de expresión.

Mi breve análisis de la sociedad turca y sus problemas encaja con estas peticiones. Sin embargo, mucho queda por investigar y problematizar. ¿Qué pueden tener en común una joven turca çapulcu acampando en el Parque Gezi, con un indignado Madrileño de la Puerta del Sol y un 132 en el cerco a Televisa? Estoy seguro que hay elementos que se corresponden por la globalización del arsenal de la protesta social, o mejor, porque la rebelión es un folclore sin tierra. Esos patrones deben de ser buscados y explicitados, tarea que asumo para otra ocasión.

Posdata: Sobre Turquía, he visto en los videos a una chica con la cabeza rota, sangrando sin parar sobre una camilla improvisada. He visto a un policía disparar directamente a un manifestante, al que deja agonizando en posición fetal sobre el asfalto. Hay que tener carbón en el pecho para no solidarizarse con quienes desarmados, combaten macanas, bombas de gas y chorros de agua a propulsión. ¿Cómo no pensar en Chile, España, Egipto, en la Ciudad de México el 1 de diciembre? ¿Cómo no remitirnos a los presos del pasado 10 de junio?

Protestar es un Derecho, reprimir es un Delito. Libertad a los presos políticos y castigo a los responsables.

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César Alan Ruiz Galicia
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