Cosmos: mi viaje personal

13/03/2014 - 12:00 am
FOX/NatGeo
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Hay recuerdos que a pesar de no ser completamente claros, nos acompañan toda la vida. Este es uno de los míos.

Vagamente me veo sentado en suelo de mi casa frente al televisor -esas enormes y pesadas cajas con pantalla convexa y que al apagarlas dejaban un punto brillante el centro. Probablemente eran los primeros años de la década de los 80s; yo debía tener alrededor de cinco o seis años.

No estoy seguro del día de la semana de aquella imagen, sin embargo, intuyo que eran sábados o domingos, pues no me veo con el uniforme de la escuela, la misma a la que fui toda la primaria. La luz del Sol entrando por un tragaluz en la sala me hace pensar que era algún momento entre las dos y las cuatro de la tarde.

Por instantes me veo acostado completamente y con los pies sobre el carrito donde estaba la televisión. Volteo a la derecha y veo el comedor, a mi papa y a mi mamá platicando en la sobremesa.

En la televisión veo a un hombre caminando, platicando tranquilamente frente a mí, siempre con una sonrisa en la cara. En realidad no comprendía todo lo que su voz narraba. La imagen de aquel hombre me daba confianza, pero además, por alguna extraña razón, me transmitía emoción y una sensación algo ingenua de que las cosas de la ciencia son hermosas, apasionantes y divertidas.

Recuerdo escenas específicas pero desordenadas de aquellos programas: un motociclista viajaba por las calles de un pueblo mientras una voz mencionaba algo sobre la velocidad de la luz y el tiempo. El planeta Venus lo presentaban con un infierno, donde la temperatura es increíblemente alta y llueve una sustancia capaz de destruir las naves espaciales. En Marte es probable que alguna vez hubiera vida, “no lo sabemos” decía una voz, mientras afirmaba que un día podría ser nuestro segundo hogar.

En mi mente veo una escena con dos personajes de la antigüedad y que al parecer no se caían del todo bien. Uno ofrecía una gran fiesta, mientras el otro quería algo que el primero tenía y no deseaba dárselo. Tiempo después me enteré que aquellos actores representaban a Tycho Brahe y Johannes Kepler, astrónomos de finales del siglo XVI y principios del XVII buscando coincidencias, pautas o patrones en los movimientos de los cuerpos celestes. Buscaban “la armonía de los mundos.”

El programa del que les hablo y el hombre del cual tengo en mi cabeza escenas borrosas son Cosmos y Carl Sagan. Con el pasar de los años la serie se repitió varias veces en televisión abierta en México. Fue un éxito mundial desde su lanzamiento en el otoño de 1980 en los Estados Unidos. Fue (y es) el ejemplo claro de que la televisión puede presentar contenidos interesantes, de excelente calidad y basados en temas científicos.

Para mí, Cosmos y Carl Sagan han representado el primer recuerdo infantil de la ciencia. Mi primer encuentro con el conocimiento, con el Universo, con la naturaleza y sus leyes, con personajes históricos y con eso que algunos llaman la capacidad de asombro.

Mi admiración hacia Sagan y la imagen que tengo de Cosmos han sido peculiares: difícilmente siento lo mismo hacia alguien a quien haya conocido personalmente y la música de Vangelis que acompaña la serie siempre me ha transmitido una idea de infinitud, de enorme alegría, pero también de nostalgia y añoranza.

Cosmos marcó mi vida y me ha hecho sentir una emoción singular, una necesidad de algo muy diferente a otras cosas. Tiempo después entendí de qué se traba: conocer, entender y explicar la ciencia. Sagan escribió en “El Mundo y sus Demonios” que no explicar la ciencia le parecía perverso y divulgarla lo comparó con amar a alguien, “cuando estás enamorado quieres contárselo a todo el mundo” decía.

Tenía esa prosa elegante, casi poética, sus palabras contagiaban la emoción por entender el mundo, comunicaban cierta melancolía por los hechos pasados (buenos y malos), por los grandes logros, por los descubrimientos extraordinarios que cambiaron nuestra visión del Universo, por los héroes y los villanos. Pero también nos invitaba a ir con cuidado, a ser cautelosos, escépticos y cuestionar las reglas establecidas. Sagan plasmó su trabajo como divulgador, educador, escéptico y científico en un programa de televisión hace poco más de 30 años.

Este fin de semana pasado Cosmos regresó con un aire fresco, renovado, diferente pero similar. El conductor de la serie ahora es el astrónomo Neil deGrasse Tayson, las animaciones e imágenes científicas son fenomenales, los dibujos animados que acompañan las narraciones históricas son muy buenas en forma y estilo, pero sobre todo, Neil deGrasse logra transmitir la emoción por la ciencia, por entender y conocer cosas nuevas. Nos lleva por lugares recónditos del Universo mientras nos dice qué sabemos y cómo sabemos lo que sabemos.

Neil deGrasse Tyson (Luis Sinco/Los Angeles Times)
Neil deGrasse Tyson (Luis Sinco/Los Angeles Times)

El primer capítulo transmitido en Latinoamérica el pasado Martes 11 por los canales de cable FOX y NatGeo me gustó mucho. Las referencias y el homenaje que Neil hizo a Carl fueron muy emotivos. El doblaje en español fue bueno y necesario para llegar al máximo público posible. Estoy seguro que el resto de la serie gustará tanto como esta primera parte.

El Cosmos de Carl Sagan tenía el subtítulo “Un viaje personal” y para muchos de nosotros fue eso: una experiencia, una imagen, un instante que cada uno recuerda y atesora de manera personal. Sagan comunicaba de manera excepcional su amor por la ciencia, pero también era un férreo activista contra los problemas de su época, como la Guerra Fría, la criminalización por el uso de algunas drogas, la contaminación y el cambio climático y el avance de creencias pseudocientíficas. Muchos de esos problemas, por cierto, aún los tenemos frente a nosotros.

Estoy convencido de que para esta y las futuras generaciones “Cosmos: Una odisea de tiempo y espacio”, de la mano de Neil de Grasse Tyson, también será un apasionante viaje personal.

Vicente Hernández

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Vicente Hernández
Astrónomo y divulgador de la ciencia
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