Contra la estigmatización de los profesores

13/03/2013 - 12:00 am

Por una reforma educativa que sí sirva de algo

¿En qué clase social hay mayor incidencia de violencia de género? La pregunta salió uno de esos días en que uno no tiene nada que hacer y anda buscándole tres pies al gato. Estaba tomando té (sí, té) con un amigo criminólogo que hizo su maestría, precisamente, en violencia de género y en ese entonces trabajaba en una ONG feminista. Después de discutir un rato cambiamos la pregunta: de quién es más fácil escapar ¿de un albañil golpeador o de un diputado golpeador?, ¿de un gobernador?, ¿de un general?, ¿o de un megaempresario?

Mi amigo trabajaba en un estudio de campo sobre violencia de género en comunidades indígenas de Oaxaca (los resultados eran alarmantes) pero le pareció maravillosa la idea que a fin de cuentas era suya: ¿por qué no estudiar violencia de género en las clases altas e hiperaltas?

No lo logró, la ONG dijo que “eso no sucedía” y, eventualmente, mi compa se vio obligado a buscar un nuevo trabajo.

Y es que el asunto es ése: sabemos de lo que investigamos y de lo que no, pues no. Si usted revisa la bibliografía sobre violencia de género, encontrará miríadas de artículos y estudios que muestran y analizan la violencia en las clases bajas, pero encontrará poco o nada sobre violencia de género en clases altas. No importa que, por sentido común, sea mucho más riesgosa la situación de una mujer casada con un tipo violento, rico y poderoso (porque pensar que los hombres ricos no son machos es una petición de principio que raya en la tontería). Pero si no se estudia, es como si no existiera. Y, al revés, lo que se estudia en un grupo y no se compara con otros grupos, funciona muy bien para estigmatizar al grupo de estudio. De ahí la idea de que los pobres no sólo son pobres, sino también violentos (e ignorantes, sucios, etcétera).

En el caso del desastre del sistema educativo mexicano, ¿sucede algo similar?

Sí.

En los últimos meses, antes y después de la captura de Elba Esther Gordillo, han pululado artículos y estudios que estigmatizan a los profesores de las primarias y secundarias públicas. Que si son unos ignorantes y por eso no quieren presentar exámenes. Que si han caído los hábitos de lectura en México. Que si el 49% de los maestros no recuerda el título del único libro que han leído en su vida. Que si son unos haraganes que heredaron las plazas y el problema es el sindicato. Que si esto y que si lo otro.

Supongamos que todos estos estudios están hechos correctamente y sus resultados son fidedignos. Yo no lo sé, pero supongamos. Aún así, faltaría preguntarnos lo más importante: ¿para qué? Es decir, cuáles son los objetivos de estos estudios, quién los está pagando, qué soluciones se presentan ante esta problemática: ¿la reforma educativa? ¿Nada más?

Al mismo tiempo, las instituciones educativas privadas siguen haciéndose una promoción maravillosa de sí mismas: que si todos sus profesores tienen postgrado, que si los huercos aprenden inglés y mandarín desde el kínder, que si tienen lo más nuevo en tecnología y los plebes usan iPads desde primero de primaria, que si los libros que utilizan son de lo mejor porque son gringos, etcétera. En resumen, que si gastas tu varo pagando colegios y universidades privadas, tu hijo tendrá un futuro promisorio.

¿En serio? ¿Y el conocimiento?

Como mencioné al inicio, cuando se estudia sólo a un grupo social, sin compararlo con otro, el resultado es la estigmatización: los pobres son golpeadores y la escuela pública es una porquería, mientras que los ricos son súper lindos y la educación privada es una maravilla.

¿Por qué no hacer dichos estudios entre los profesores de los colegios privados? ¿Y comparar?

Entre otras cosas, también trabajo como profesor universitario en un par de universidades privadas harto conocidas y llevo más de dos años preguntándoles a mis estudiantes –como preguntas “de rescate”– cuestiones básicas de conocimiento general, como escribir los 31 estados de la República con su respectiva capital. También les pido que especifiquen si su formación básica la hicieron en una institución pública o privada. A la fecha, no he encontrado diferencias significativas entre unos y otros. Entonces, ¿por qué esta creencia de que la educación privada es mejor?

Por supuesto, mis “investigaciones” no son contundentes en lo más mínimo en lo referente a qué tipo de institución educativa provee de más y mejores conocimientos o herramientas didácticas a sus estudiantes. Pero, ojo, tampoco ninguna de las frases publicitarias de las instituciones privadas lo muestran: que usen libros gringos no significa que aprendan, que tengan que llevar un iPad desde primero de primaria no significa que sepan escribir (tal vez todo lo contrario), que hablen mandarín e inglés no significa que sepan aritmética y, por supuesto, que los profesores tengan postgrado no significa que sean buenos profesores (de hecho, dada la proliferación de postgrados “patito” también puede ser contraproducente pues, en la práctica, para la contratación y los tabuladores da lo mismo si te graduaste con honores de Yale o pasaste de panzazo en la Universidad de Gatos Pardos).

Así, si queremos tener un diagnóstico más certero sobre la educación en México, no basta estigmatizar a la escuela pública: ¡pongamos las mismas evaluaciones a las escuelas privadas! Y comparemos. Preguntémosles a los profesores de las escuelas más fresas del país cuáles son los tres libros que han cambiado su vida, a ver qué responden.

Si en verdad las universidades están seguras de tener al mejor profesorado, hagámosles un examen sorpresa a los maestros: qué tal uno de esos de egreso de la primaria.

Lo propongo como reto. Señores de la UNAM, IPN, UdeG, UV, UANL, ITESM, UDLAP, UIA, Anáhuac, UP, UNIVA, UdeM, ITAM, UVM, BUAP, UADY, etcétera, pónganles como examen sorpresa un examen de egreso de primaria a sus profesores. ¡Y publiquen los resultados!

Mejor aún, si las universidades no quieren hacerlo, señoras y señores estudiantes: ¡exíjanlo! O pónganselos ustedes mismos a sus profesores y publiquen los resultados. Se están jugando cinco años de su vida, se están jugando su formación profesional, ¿no les estarán dando atole con el dedo?, ¿no creen que tienen derecho a saber si sus maestros serían capaces de aprobar la primaria? Luego de eso, podríamos pensar una reforma educativa que sí valga la pena.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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