Los 60 años de Madonna y no hablaremos de música

13/01/2018 - 12:00 am

¿Por qué cuando hablamos de la artista antes conocida como Madonna Louise Veronica Ciccone, nacida el 16 de agosto de 1958 en Bay City, Míchigan, Estados Unidos, pocas veces nos referimos a la música? Este año cumple 60 años y tampoco hablaremos de música.

Quizás porque Madonna, a pesar de defender con todo derecho el reinado del pop, en la guerra de tronos propuesta periódicamente por la industria musical, nunca ha esgrimido las armas de la genialidad, un territorio que sí ha conocido –gracias, es cierto a rodearse de gente de como el productor Quincy Jones- su par masculino Michael Jackson (1958-2009).

Pero si su ilustre contemporáneo ha sucumbido en las siliconadas alas de Ícaro con que emprendió su destellante vuelo en la cima, para la señorita Ciccone la vida se trató ni más ni menos que de sobrevivir al compás de canciones como “Borderline”, “Lucky”, “Star” y “Holiday”, inicios de una carrera brillante, es cierto, pero que resultó el previsible resultado aunque nunca la motivación esencial.

Estar arriba fue la consecuencia. La verdad: el periplo de una mujer que al mejor estilo darwiniano creyó en la evolución de su especie y entendió más temprano que tarde que no había misión más enaltecedora que convertirse en su propio Pigmalión.

Lo que para un maestro espiritual hubiera constituido la mayor aventura existencial en busca de sí, para la creadora de Like a Virgin todo fue en pos de construirse a sí misma.

Una tarea que en los religiosos consiste en ir para adentro, en la intérprete y compositora de Like a prayer, Erotica, Bedtime Stories –todos discos que dibujaron con pluma de oro las fronteras del pop contemporáneo-, el camino se ha caracterizado por perfeccionar más lo que se ve que lo que se siente.

Parecer más que ser, de Evita a Ray of light,  de Music a American Life, de Hard Candy a MDNA, todo en Madonna es expresión de un encendido baile de máscaras con el que ha diseñado una coreografía de la que emerge una mujer que no deja nada al azar ni a la sorpresa, de una artista que ha entendido y ha aceptado las reglas del juego de la industria del entretenimiento, incluso aquellas que demoníacamente la pudieron haber alejado irremediablemente de sus deseos más íntimos e inconfesables.

Una línea del tiempo que va desde su provocador libro Sex a principios de los ’90, hasta el primer libro infantil que sacó en 2003, The english roses (Las rosas inglesas).

Se trata de un trabajo, dijo Madonna en su oportunidad, que por primera vez no estuvo movido por la avaricia o el ego, sino por el gran deseo de transmitir sentimientos genuinos de bondad a los niños.

Sin embargo, allí donde esta rubia incandescente a menudo vista como fría y calculadora intentaba hacer del sexo una experiencia puramente estética, sin sudores ni olores incómodos, también aquí, en su pretendida pasión por las buenas causas a favor de la niñez, sus herramientas no la hacían más cercana ni mortal. Era otra vez Madonna haciendo lo que Madonna hace.

ESO QUE MADONNA HACE

“Está tan convencida de que es especial, que todos nos dejamos arrastrar por su tsunami de ambición y necesidad”, escribió el presentador británico Graham Norton en su libro So Me: Graham Norton.

Efectivamente, en todo ese entramado donde la superficie gana al fondo y el contenido es lo exterior, lo visible, Madonna ha ido ganando una cantidad incalculable de fans que son adictos a sus pócimas de burbujas rosadas y volátiles.

Creemos en Madonna por todo lo que hay de irreal en su figura y en su arte.

Amamos a Madonna porque lo que propone no es cierto y en ese afán por lo ilusorio se nos va la vida terrenal: si no nacimos para soñar o para creer en los marcianos, la experiencia vital se convierte en algo demasiado monótono y aburrido.

Y para divertirnos, ella, la reina, nunca se pone límites. Por eso establece paradigmas que luego son una y otra vez imitados, tal vez porque como supo decir el cantautor brasileño Ney Matogrosso: “en la industria del pop, todo lo hizo primero Madonna”.

Cuando Britney Spears y Christina Aguilera, durante los MTV Video Music Awards del 2003 se acercaron a la diva para hacerle un homenaje, ella plantó un sonoro beso en la princesa del pop estadounidense. Desde entonces, ha habido muchos besos en las ceremonias de premiación, pero ninguno con ese sabor a escándalo que nos hizo estremecer al recordarlo el día después.

En el amor, Madonna probó con el huracán Sean Penn cuando ambos eran las dos caras de una ambición rubia e intolerante. Luego, intentó ser la señora burguesa con costumbres de la monarquía británica junto al director de cine -10 años más joven- Guy Ritchie.

Cuando se separaron, ella dijo de él que era un “tonto emocional” y él le espetó un “chiflada, obsesiva y controladora”.

Parece, según él, que ella duerme embadurnada en cremas malolientes y envuelta en celofán. Parece también que él considera, según ella, que sus amigos son “pretenciosos y hablan forzadamente”. Los del hombre, pasados por la órbita implacable de la mujer, resultan “unos aburridos insoportables”.

La Reina del Pop comenzará a atravesar lo que sin duda puede leerse como el mayor desafío de su carrera y de su vida: envejecer con donaire.

Ya aprendimos con Madonna que se puede ser eternamente joven. Ahora toca que nos enseñe cómo aceptar el inevitable paso de los años y reinar también en ese estado del cuerpo cuando ya no hay botox ni cremas que alcancen.

¿Qué carta tendrá guardada bajo la manga para hacer eso que Madonna hace, también a los 70, a los 80?

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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