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Tomás Calvillo Unna

13/01/2016 - 12:03 am

El Chapoteadero donde México se ahoga

¿Quién se hará cargo de la millonaria y mediática franquicia de “El Chapo”?, que se convirtió en un actor disfuncional e incapaz ya de administrar la violencia del mercado ilegal del dinero proveniente del narcotráfico y su flujo al ámbito legal del sistema económico y político.

¿Quién se hará cargo de la millonaria y mediática franquicia de "El Chapo"?. Foto: Cuartoscuro.
¿Quién se hará cargo de la millonaria y mediática franquicia de “El Chapo”?. Foto: Cuartoscuro.

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¿Quién se hará cargo de la millonaria y mediática franquicia de “El Chapo”?, que se convirtió en un actor disfuncional e incapaz ya de administrar la violencia del mercado ilegal del dinero proveniente del narcotráfico y su flujo al ámbito legal del sistema económico y político. Porque sin duda, el negocio del narcotráfico seguirá ahí, alimentando con crueldad la disputa por el territorio de la mente en las urbes, donde se detonan las tensiones y angustias colectivas al máximo posible, bajo la sombra de una cultura adicta a la montaña rusa de las emociones y a la presión de un incremento exponencial del consumo en situaciones de creciente desigualdad; y seguirá así dicho negocio mientras México no se libere de las directrices que los Estados Unidos le imponen.

En este esquema, el poder fugaz que otorga la droga, las ilusiones que ésta germina, son parte de un proceso cada día más acelerado y precipitado de enajenación donde el exceso es la marca contemporánea.

En todo ello, la democracia carcomida por la impunidad y la violencia termina de desfondarse al haberse convertido en un instrumento idóneo para legitimar a través del voto (y reducir su naturaleza a éste), los circuitos territoriales del crimen.

Basta un recorrido no sólo por el hoy en día afamado Sinaloa, sino prácticamente por todo el territorio nacional, para advertir como los votos han sembrado también las canonjías políticas para el crimen organizado.

Alianzas locales entre pudientes familias y emergentes capos, entre juniors capacitados para abrir puertas y redes a los que llegan condecorados con la fama de controlar plazas con dinero, violencia y negocios exprés. Narcopopulismo y narcoélites se entrelazan, se condicionan, y se asocian con los partidos políticos.

Los sucesos recientes en el país, advierten de nuestra incapacidad organizativa para diseñar e implementar medidas ciudadanas que terminen con ese flagelo de la simbiosis entre crimen y política que están derivando en un estado débil jurídica, social y económicamente; y con un rostro policiaco y militar cada vez más definido.

La desorientación de la clase dirigente responde a su condición de subordinación a los grandes corporativos económicos, a su acotamiento por el crimen, e incluso en ocasiones, a su alianza con el mismo, y a su alejamiento de la compleja, plural y fragmentada sociedad. Dicha clase se quedó sin raíces ideológicas políticas al desmantelar los referentes mínimos constitucionales que le daban un sentido profundo a la nación. Hoy se encuentran a la deriva y por eso han perdido el significado de los rituales simbólicos de la república, llegando incluso con sus actos a los bordes del espectro de lo grotesco.

En estas circunstancias no es de extrañar que sobresalga la relación entre cine y ego, entre realidad virtual y poder, y la desmesura que suele producir esa dinámica que explican el guion de una teleserie que pretende minimizar los miles de muertos y desaparecidos, y reforzar la cultura del éxito, la fama, el dinero y la violencia al precio que sea. “La vergüenza de los sinvergüenzas” podría ser el título de la obra a la que asistimos y de la que no somos del todo ajenos.

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