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Catalina Ruiz-Navarro

13/01/2015 - 12:02 am

En defensa de los chistes malos

Justo unas semanas antes del atentado a las oficinas de la Charlie Hebdo, “provocado” por caricaturas anti-islámicas publicadas en la revista, “Occidente” ya gritaba ¡censura! ante la negativa de importantes cadenas de teatros a pasar la película The Interview en sus salas. The Interview es una comedia en la que James Franco y Seth Rogen […]

Fotografía: Bansky
Fotografía: Bansky

Justo unas semanas antes del atentado a las oficinas de la Charlie Hebdo, “provocado” por caricaturas anti-islámicas publicadas en la revista, “Occidente” ya gritaba ¡censura! ante la negativa de importantes cadenas de teatros a pasar la película The Interview en sus salas. The Interview es una comedia en la que James Franco y Seth Rogen interpretan a dos periodistas enviados a Corea del Norte por la CIA para matar -con éxito- a Kim Jong Un, (interpretado por Randall Park). Por supuesto la película resulta ofensiva para muchos, entre ellos quienes tienen el poder en Corea del Norte, un país que vive bajo un régimen autoritario en donde ni siquiera se habla de libertad de expresión. Regal Entertainment, AMC Entertainment, Cinemark, Carmike Cinemas y Cineplex Entertainment se negaron a mostrar la película tras amenazas terroristas y después de que Sony recibiera un ataque cibernético. La película, aunque retirada de los teatros, empezó a distribuirse por Internet, frenando el intento de censura previa cuyo origen aún no se conoce a ciencia cierta.

Lastimosamente The Interview no es la nueva El gran dictador; su sátira no es completa y sus bromas no son agudas, y si algo, es una denuncia involuntaria de la violencia incuestionada y la estupidez de “Occidente”. Sin embargo, y aunque el intento de censura no se lograra del todo, el hecho de que estas amenazas a Sony y los teatros resultaran intimidantes se debe a que hay un contexto de violencia muy real, tan real que 12 murieron con el atentado a Charlie Hebdo. El mensaje que envía el atentado en París es que si alguien (en Francia o en cualquier lado) se burla de un régimen autoritario, o de una religión, puede acabar muerto. El resultado es que cualquiera lo pensará dos veces antes de hacer chistes, sin importar si son como los de Hebdo –que en muchos momentos eran excesivos e intolerantes- o como los de The Interview –que son más bien pendejos-. Esto es lo que se llama “un clima de autocensura” es decir, un punto en el que todas esas amenazas están internalizadas en los productores de contenido (escritores, artistas, humoristas, periodistas, etc.), que empiezan a caminar por los bordes de unas barreras invisibles, pero implacables. Como resultado, quienes terminan decidiendo qué se publica y qué no, son los violentos, la pluma aplastada por el prospecto de la espada.

Ross Douthat, en el New York Times habla de una “blasfemia necesaria” y afirma que “si un grupo suficientemente grande de personas está dispuesto a matarte por decir algo, entonces definitivamente hay que proteger tu derecho a decirlo”. A esto hay que añadir que reaccionar de manera tan violenta a las bromas tontas o pesadas deja en evidencia una vulnerabilidad importante; ¡para eso sí que sirven los chistes malos! Por eso, no se trata de que Charlie Hebdo o The Interview tengan buena o mala calidad en su contenido. No se trata de si Charlie Hebdo hace chistes fáciles o de si sus imágenes son ofensivas; la libertad de expresión no es solo para lo bueno o lo virtuoso, también para lo vulgar y lo mezquino. Además, muchos parecen olvidar que Charlie Hebdo hace humor, no periodismo, no está sujeta a los estándares éticos o al compromiso con la democracia que tiene el periodismo, cuya práctica, dicho sea de paso, no tiene el “monopolio” de la libertad de expresión. Por otro lado, la libertad de expresión, antes que ser antagónica frente a la libertad de culto, la contiene, o por lo menos, es una condición necesaria para la expresión pública de cualquier culto y para la libre asociación de las personas que lo comparten. De la misma manera, la libertad de expresión es un derecho que también implica la libertad parala estupidez, e inclusola libertad para odiar y para ofender (libertades que a veces acompañan a la libertad de culto).

Nada justifica callar a otro de manera permanente, sistemática o definitiva sea con demandas, amenazas, o la muerte. La civilización comienza cuando cambiamos las pedradas por los insultos, por eso es un retroceso en derechos tan grande censurar solo porque alguien se sienta ofendido.  La razón para defender la expresión de lo bobo, lo malo, lo ridículo, o lo irrespetuoso, es que que ninguno de estos atributos se puede medir de manera absoluta; todos responden a valoraciones subjetivas. Así, la blasfemia solo existe para quienes creen en Dios, y decirle a alguien “cabrón” o “puto” puede ser una ofensa mayor o menor, o incluso una muestra de cariño, según el emisor, el receptor y el contexto en que se dice. Decir “afro” puede ser más violento que decir “negro” si quien lo dice es racista y discrimina activamente a las personas por su color de piel. Decir “afro” obliga a reflexionar sobre lo que significa decir “negro” pero lo racista, que es lo verdaderamente grave y estúpido, puede permanecer aunque se cambien las palabras. Como todos no nos ofendemos ni escandalizamos por lo mismo, una restricción a “lo ofensivo” es un límite difuso y por la misma razón peligroso: las barreras inciertas suelen jugar a favor del más poderoso o del más violento, y en el caso de la libertad de expresión juegan a favor de la censura.

Eso no quiere decir que norcoreanos simpatizantes al régimen y musulmanes tengan que aguantar impávidos las burlas de Charlie Hebdo o The Interview. Los burlados pueden ofenderse, criticar, y hasta odiar sin caer en la censura o la violencia. Charlie Hebdo y The Interview representan al sistema dominante con todos sus prejuicios, son hombres blancos de culturas mayoritarias que se burlan, desde su privilegio, de los “Otros” (pueblos, naciones, sistemas religiosos y de gobierno que están por fuera del canon occidental, y que son discriminados de muchas maneras con y sin razón). Pero aún así, conviene que los intolerantes hablen, nada evidencia tanto la necedad de una idea como decirla en voz alta. En cambio, las palabras que se callan engendran monstruosos prejuicios o mentiras que crecen en cuevas de silencio, lejos de otras ideas, en un solipsismo tiránico que no se confronta con la crítica, y que se hace hermético y recalcitrante (y en consecuencia violento), al crecer de espaldas a cualquier diálogo.

@Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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