El “Gentleman de Las Lomas”

13/01/2012 - 12:02 am

Al grito de “estos gatos no quieren hacer lo que yo les digo”, un hombre golpea a un empleado de un valet parking. El evento ocurre el 8 de julio de 2011 en la Torre Altus en Paseo de las Lomas. El video circuló en redes sociales y fue difundido también en varios medios.  El enojo fue mayúsculo contra Miguel Sacal Smeke, el habitante del edificio que se enfureció contra el empleado del edificio por no cumplirle sus peticiones.

El agraviado, Hugo Enrique Vega, fue golpeado varias veces.  Perdió dos dientes y tiene desde entonces una férula. Después de dos amparos y la presión de los tuiteros, Sacal ofreció una disculpa y una compensación económica que Vega aceptó. Y tan tan, parece que se terminó una historia con final semi feliz.

Pues no. No hay final ni feliz ni semi feliz. Se evita una demanda y que una persona vaya a la cárcel. Pero lo que no terminan en México son el clasismo y la impunidad. Cuando una persona puede tirarle dos dientes a otra porque cumple con su trabajo, una señora en estado de ebriedad detenida por un policía puede utilizar la palabra “asalariado” como un insulto y la niña Paulina Peña puede considerar a todos la prole, el desprecio que muchos mexicanos tienen por sus/nuestros conciudadanos se hace evidente.

Las escenas y los insultos se repiten. Más allá de las llamadas malas palabras, la humillación y el clasismo al llamar a Hugo Enrique Vega “pinche gato” o  “pinche indio” tienen una gran carga clasista. La prepotencia se manifiesta en la vida cotidiana con expresiones de “yo pago 30 mil pesos para que estos tipos hagan lo que yo quiero” o, de plano, la típica de “no sabes con quién te estás metiendo”.

Pues sí. Sí sabemos con quienes nos metemos y con quienes tenemos que lidiar todos los días.  Con esos mexicanos que porque se suben en un ladrillo se marean y sienten que son mejores. No sé en qué, pues su calidad humana es aberrante.

Si hago énfasis en esta y otras columnas sobre el tema, es porque creo que a todos los niveles pasa el fenómeno del ladrillo mareador. No sólo es de políticos o de gente adinerada. Pareciera que tenemos mucho aún que resolver en nuestra psicología colectiva.

Un policía con el reglamento en la mano se siente con el derecho a lograr una “mordida” si nos enreda cuatro veces haciéndonos ver que para no perder tiempo nos conviene darle “lo que nuestra consideración” nos permita, aún cuando no haya disco que prohíba una vuelta en U.

También una mujer se marea en el ladrillo porque tiene un marido que trabaja en la Procu, en la Secretaría x o porque es amigo de un Gastón. Lo mismo ocurre con quien tiene una licencia charola que deslumbra y lo dejan pasar antes que los demás.

Y qué decir de un franelero con huacal que siente que la calle le pertenece y que si no le dejamos los 20, 30 o 60 pesos requeridos no podrá darse cuenta quien le deja un buen rayón a nuestro auto o quien le quitó el radio. Y los automovilistas, por estar trepados en la máquina como “León de la Rueda” se sienten superiores a los que andan a pie o en bicicleta.

No sé cómo llegamos hasta aquí, pero es importante frenar la prepotencia en todos niveles. Es importante dejar de pensar que “el que no transa no avanza” y dejar de faltarnos al respeto. Pareciera que en vez de frenar la altanería, la corrupción o la transa, nos vamos acostumbrando a ella y, peor, nos comenzamos a hacer cómplices por obra u omisión (diría el Yo pecador).

Cuando una sociedad deja de respetarse a sí misma, no es difícil que proliferen las agresiones sexuales, las redes de explotación de menores, que aparezcan decapitados, colgados o que simplemente no pueda ejercer la justicia para con sus niños muertos en una guardería. Seguro que las presiones económicas, sociales, de sobrepoblación, de paternidades y/o maternidades irresponsables nos han conducido a agredir y ser agredidos.

¿Dónde dejamos nuestra grandeza como mexicanos? Afuera admiran nuestra cultura, recuerdan nuestras playas, nuestra comida y hasta a nuestros cómicos mientras nosotros nos negamos a nosotros mismos. Nos insultamos, nos ofendemos y nos golpeamos, nos baleamos, nos matamos.  No digo que en otras naciones no pase, pero en algún momento pareciera que todo se ha exacerbado. Parece que, como dijera en alguna conversación Ricardo Raphael, se nos enredó el rebozo.

A veces nos molesta que nos metan en orden. Recuerdo campañas para hacer obligatorio el uso del cinturón de seguridad o ahora la política de poner los parquímetros en calles de Polanco. En vez de querer entender que es un comienzo para poner reglas al juego, queremos romperlas todas.

México es un país donde el pensar “qué tanto es tantito” nos ha llevado a romper las reglas mínimas para la tolerancia y la justicia. Si no frenamos ahora actitudes como la de las “ladies de Polanco”, la de los policías con reglamento pero sin fundamento o la del “Gentleman de Las Lomas”, terminaremos como la rana quemada de la famosa fábula de Olivier Clerc en la que, puesta en un caldero con agua que hierve paulatinamente, no se percata de la temperatura hasta que se cocina dentro. No dejemos que estas actitudes hiervan a la sociedad o terminaremos hervidos.

Hilda García
Estudio Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México, obtuvo el grado de Maestría en la Univ. de Miami con el tema de los “Weblogs y la mediamorfosis periodística”.
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