Por Gerard Soler
Bahía Almirantazgo (Antártida), 18 feb (EFE).- La llegada de especies invasoras de plantas e insectos a la Antártida ha puesto en peligro el ecosistema autóctono del "continente blanco", mientras los científicos no se ponen de acuerdo en cómo hacer frente a la amenaza.
Es una lucha soterrada por la supervivencia provocada por los científicos, militares y turistas que visitan la Antártida, responsables de haber abierto la puerta del polo Sur a la llegada de especies foráneas.
Su impacto en la flora y fauna antártica nativa es objeto de estudio por parte de científicos, algunos de los cuales han participado estas últimas semanas en la 51 Expedición Antártica Chilena, organizada por el Instituto Antártico Chileno (INACH).
Los investigadores han constatado que insectos y plantas invasoras han ganado terreno en los últimos años a las especies autóctonas y, en algunos casos, incluso las han eliminado de su hábitat natural.
"La Antártida es un sistema muy frágil. Está aislado y tiene unas condiciones climáticas adversas que permiten que sea más o menos prístino, pero este aislamiento se ha ido rompiendo con la llegada del turismo y el cambio climático", explica a Efe el biólogo chileno Marco Molina, del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA) de Chile.
Este investigador sigue el rastro de la poa annua, una pequeña planta de color verde presente en zonas urbanas del hemisferio norte que ahora crece a sus anchas en algunos sectores de las islas Shetland del Sur, la parte más septentrional de la Antártida.
El tema no tendría mayor relevancia si no fuera porque esta especie tiene la capacidad de desplazar a las plantas y hierbas autóctonas.
Además es extremadamente competitiva y se adapta mejor que el resto a las transformaciones provocadas por el cambio climático en la península Antártica, con temperaturas más altas, mayor cantidad de agua y nutrientes.
La llegada de especies invasoras a la Antártida tiene un solo responsable: el hombre.
"La presencia de esta planta invasora se relaciona muy bien con puntos de visita de turistas. También hay efecto de los operadores logísticos y de los mismos científicos que hay en las bases", explica Molina.
Las semillas de las plantas llegan a la Antártida incrustadas en los zapatos de las personas, en el velcro de las chaquetas y parkas o en las ruedas de las grúas utilizadas para mover carga en las bases militares y científicas.
El ecólogo británico Peter Convey, del British Antarctic Survey, lleva años investigando el tema, concretamente especies de insectos que han aparecido en el territorio antártico.
Este experto sostiene que en la Antártida hay más de 200 especies no nativas, de las que cerca de un tercio son insectos, y que se concentran principalmente en las islas de los mares que rodean el "continente blanco".
Convey explica a Efe que estas especies "tienen un impacto muy significativo en los ecosistemas" antárticos y que, a largo plazo, pueden "cambiar completamente el funcionamiento de la cadena alimenticia" en la zona.
En la isla Rey Jorge hay una especie en concreto, un mosquito un poco más grande que los nativos, originario de Escandinavia, Rusia y Groenlandia, que primero se trasladó a Suramérica y hace unos años llegó a la Antártida.
Las condiciones climáticas en su lugar de origen son más extremas que en esa zona de la Antártida, por lo que se ha adaptado de maravilla a la isla, señala Convey.
Y aunque no son predadoras, suponen una competencia directa para los mosquitos y moscas autóctonas, vitales en el ecosistema para eliminar la materia orgánica.
A simple vista, lo más sensato puede parecer erradicar las especies invasoras para preservar la fauna y la flora nativas, aunque no es tan sencillo y la comunidad científica está dividida.
La posible solución choca además con el Tratado Antártico, suscrito en 1959 y del que hoy forman parte medio centenar de países.
Ese acuerdo, del cual Chile es "parte consultiva", establece la utilización de la Antártida únicamente con fines pacíficos y prohíbe expresamente toda medida de carácter militar.
El problema está en que el Tratado Antártico prohíbe el ingreso de plantas no nativas al continente, pero no establece un protocolo claro sobre qué hacer cuando las especies ya han llegado.
"En estos momentos varios países, como Chile, buscan generar un protocolo con una metodología para erradicar las plantas", explica el biólogo Marco Molina.
Esta postura es la que suscita mayor apoyo, aunque algunos científicos británicos y polacos creen que lo más conveniente es conservar las especies invasoras para estudiar su impacto en las nativas.
El desacuerdo en la comunidad científica ha postergado la toma de decisiones concretas, pero el británico Peter Convey considera que no se puede esperar más.
"Si se observan las invasiones en el resto del mundo, lo más fácil y barato es tomar buenas medidas de seguridad para evitar que las especies lleguen allí. Lo siguiente es sacarlas cuando las encuentras, y por lejos la peor opción es dejarlo allí y debatir mientras se expande hasta el punto que es imposible erradicarlo", sostiene.