Mito y realidad de un depredador

12/12/2013 - 12:00 am
Crédito de imagen: Wikipedia
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Para muchas especies en el planeta, la red que traza el origen de sus alimentos está más o menos completa. Desde mediados del siglo XIX con Charles Darwin, se tuvo la idea de una cadena o escalera formada por prácticamente todos los seres vivos: unos consumen ciertos productos primarios, otros se comen a los consumidores anteriores, los siguientes hacen los mismo, etcétera. Si hacemos un rápido recuento entre nuestros amigos y conocidos, seguramente y sin sorpresa, encontraremos que la gran mayoría somos omnívoros, nos alimentamos tanto de plantas como de animales. Sin embargo, por raro que parezca, las proporciones y las cantidades habían sido difíciles de medir y poco investigadas en los seres humanos. Pero no solo eso, relacionar factores socio-económicos, culturales, políticos y ambientales con el tipo de alimentación también era cosa difícil, principalmente debido a la falta de datos confiables.

El tema de la alimentación ha sido, sobre todo en los últimos años, muy debatido. De hecho, algunos puntos de la discusión frecuentemente van aderezados con mitos y leyendas urbanas, donde la ideología, la superstición y hasta el pensamiento mágico se colocan por arriba de los datos duros y los resultados científicos -los productos transgénicos son un buen ejemplo. Por años nos han enseñado en la escuela que el ser humano es “el depredador” por naturaleza. La idea de una cadena alimenticia con “el monito en dos pies” en el centro de la figura o en la cúspide de la pirámide ha sido ampliamente difundida. “El hombre es un animal al acecho, malo y dispuesto a devorar lo que sea en la naturaleza”. Aunque esta imagen vende muy bien para los grupos pseudoecologístas, es un error y ha sido una perdurable falacia.

Para saber cuál es nuestro lugar en la cadena alimenticia, necesitamos analizar y entender nuestro papel en los ecosistemas, hay que investigar y definir cómo y de dónde obtenemos nuestra comida. Para esto, los científicos han creado una métrica que nos compara de igual a igual con el resto de las especies: los llamados niveles tróficos, que podemos pensar como una escalera o una cadena. Cada escalón describe el número de intermediarios entre las especies base y sus consumidores, mediante una red que une la comida y el rol que desempeña cada especie. Las plantas y el fitoplancton son colocadas en el nivel 1 y desde ahí el resto de las especies son calificadas mediante un promedio entre el tipo de alimentos que consumen y su cantidad; al final, hay que sumar 1 para obtener el nivel trófico de cada especie. Por ejemplo, los herbívoros, como el ganado que se alimenta de plantas (cuyo nivel trófico es 1), se colocan en el nivel 2. De igual manera, especies que se alimentan tanto de plantas como de carne de res (en una proporción 50-50) tienen un nivel trófico de 2.5. Para los máximos depredadores carnívoros como osos polares, cocodrilos o ballenas asesinas, el nivel trófico varía entre 5.0 y 5.5.

Abundemos un poco. En cada nivel trófico hay pérdidas de energía, de manera que más producción primaria es necesaria para soportar niveles superiores. En otras palabras, a niveles más altos, menor eficiencia energética y mayores recursos se requieren para mantener ese escalón trófico. Se estima que sólo un 10% de la energía se transfiere entre niveles. Así, una planta transfiere sólo un décimo de la energía química, a partir de la fotosíntesis, a sus consumidores, como el ganado. De igual manera, solo un 10% de la energía ingerida por una vaca es transmitida a quienes la depredan, incluyendo los humanos omnívoros. Al final, solo un 1% de la energía aportada por las plantas llega a nosotros. Si consumimos otros animales, en cuya dieta se encuentren otros animales, este porcentaje bajará considerablemente. Es por esto que para una cantidad de alimento fija, es más eficiente consumir productos con bajos niveles tróficos, dado que los requerimientos económicos, energéticos y ambientales serán menores. No por nada la ganadería y la agricultura dedicada al consumo de animales son dos de las mayores causas de contaminación ambiental.

¿Y cuál es la posición trófica del ser humano? Como mencionamos anteriormente, la principal dificultad está en censar las poblaciones de muchos países y de ahí extraer datos fiables que nos permitan hacer una estadística global y local. Sin embargo, un estudio reciente publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences nos ha dado, por primera vez, una mirada de esto.

El trabajo fue realizado por científicos del Instituto Francés de Investigación para la Explotación del Mar mediante la recopilación de datos de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en 176 países y de manera anual desde 1961 hasta 2009. Pero ademas, el estudio no paró en determinar el nivel trófico durante esos 48 años, sino que, utilizando datos del Banco Mundial, los investigadores fueron capaces de relacionarlos con factores socio-económicos e indicadores ambientales a gran escala y país por país.

El principal resultado del estudio estadístico da un nivel trófico humano de 2.21 como media en el 2009, que nos pone a la par de los cerdos y algunos peces como las anchoas. Además, este valor ha ido subiendo desde 1961 y es consistente con una tendencia global de mayor consumo de carne. Los resultados muestran también que el nivel trófico humano se relaciona con el producto interno bruto, la esperanza de vida, emisiones de CO2, la cantidad de basura producida y la taza de urbanización hasta niveles que podrían considerase como no adecuada. El consumo de más carne, efectivamente, se asocia con poblaciones de mejor poder adquisitivo pero también con mayores niveles de contaminación. Un punto a notar es que China y la India han contribuido enormemente a este valor en los últimos años. Al haber más personas con mejores ingresos en tales países, el consumo de más carne es casi natural. El rango del nivel trófico va de 2.04 (por ejemplo Burundi) a 2.57 (por ejemplo Islandia), representando para el primero una dieta prácticamente basada de plantas y para el segundo una combinación de 50% carnes y pescado y 50% plantas.

Otro resultado interesante es la tendencia a converger de los niveles tróficos, que podría ser el resultado de una mayor globalización y del creciente intercambio comercial entre los diversos países. En este sentido la diversidad culinaria de algunos países podría verse en peligro y los gobiernos tendrían que poner cartas en el asunto. México, China y la India están entre los países que tiene niveles tróficos bajos pero que van en aumento. Por otro lado, hay países con clara tendencia a la baja; los altos porcentajes de consumo de carne han provocado problemas de salud, haciendo necesarios cambios en las políticas de gobierno con campañas de nutrición y programas encaminados a disminuir su consumo. Este es el caso de EU, prácticamente toda Europa, Australia, Canadá, Argentina, Uruguay, Rusia, entre otros. En cuanto a México es curioso notar una gran caída en el nivel trófico durante los años 80s y una pequeña depresión alrededor de 1994. Ambas probablemente son un reflejo de las crisis económicas, orientando el consumo hacia productos más económicos como algunos vegetales. A partir de 1998 se observa una tendencia al alza en el nivel trófico de nuestro país y para 2009 se ubicaba alrededor de 2.35.

Con estos números podemos hacer una primera y sencilla conclusión: pese a la idea ampliamente difundida, el ser humano no se coloca, ni por mucho, en la cima de la cadena alimenticia. ¡Pero ojo!, esto no borra el hecho de que el ser humano es la especie que más influye en su entorno, en los ecosistemas, principalmente en el uso del suelo, agua y la emisión de gases contaminantes. Las acciones negativas del ser humano sobre la naturaleza están ahí. Sin embargo, estudios como el anterior servirán para evaluar nuestra intervención, los factores que se relacionan con nuestras actividades y las posibles soluciones a los grandes problemas de alimentación, distribución de la riqueza y contaminación.

Finalmente, siendo México un país tan rico en biodiversidad de plantas comestibles, lo mejor sería mantener un sano balance en nuestra dieta y de paso ser más eficientes. Los de pastor, suadero y bistec podemos dejarlos simplemente para un “de vez en cuando”.

Vicente Hernández

Twitter: @naricesdetycho

Vicente Hernández
Astrónomo y divulgador de la ciencia
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