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Tomás Calvillo Unna

12/10/2016 - 12:04 am

La necesaria e impostergable sacudida ciudadana

¿Cómo superar la fragmentación de los movimientos sociales y articular la presencia ciudadana para reconocerla y reconocerse como el actor político estratégico que tiene el poder de acotar y modificar el sistema de violencia que se ha anidado en la República?

¿Cómo superar la fragmentación de los movimientos sociales y articular la presencia ciudadana para reconocerla y reconocerse como el actor político estratégico que tiene el poder de acotar y modificar el sistema de violencia que se ha anidado en la República?. Foto: Pintura "desaparecidos", Tomás Calvillo Unna
¿Cómo superar la fragmentación de los movimientos sociales y articular la presencia ciudadana para reconocerla y reconocerse como el actor político estratégico que tiene el poder de acotar y modificar el sistema de violencia que se ha anidado en la República?. Foto: Pintura “desaparecidos”, Tomás Calvillo Unna

Te lo puedo decir ahora. Yo sé quién. Supe entonces quién:

El mismo amor que regresa y reencarna. Levanté  el rostro

y ella era la misma;  Me vi casualmente en un espejo

del Paraíso y yo había comenzado a ser mi padre

en un pasado que era mi futuro.

David Ojeda (20 de marzo de 1950- 9 de octubre de 2016)

El regreso al paraíso de su libro El Teorema de Darwin, CONACULTA, 2000, México

 

El problema no es Trump, somos nosotros, el solo es un espantapájaros (ver articulo 9 marzo http://www.sinembargo.mx/09-03-2016/3047050 ) que permitió apreciar en relieve las debilidades y temores de los actores políticos de nuestro país y su atmósfera cultural que expresa lo que en los años setenta se calificaba como “colonialismo mental”. De ahí parte la exacerbada preocupación por las consecuencias económicas del posible mandato presidencial de un hombre confuso, que aglutina resentimientos nativistas de la sociedad multicultural posindustrial con el mayor poderío militar estratégico del planeta. La proyección de estos temores se manifiesta  principalmente desde un territorio de confort y desde ahí se propaga hacia las bases de la pirámide social. Es la percepción de la amenaza posible a un frágil status quo,  que continua minimizando la emergencia que vive el país ante la devastación  social que la violencia, inseguridad e impunidad expanden con el espantapájaros o sin él en el poder.

En esa misma trampa cayó el gobierno al jugar equivocadamente con los tiempos políticos de una relación bilateral cuyo destino y suerte está más allá de los gobiernos en turno de ambos países.

Esa desafortunada invitación de unos cuantos para unos cuantos, solo evidenció una vez más uno de nuestros defectos colectivos; mirar en corto, pensar en corto y subordinar la realidad al temor. Somos expresión de la cultura del miedo, solo basta ver el léxico de miles todos los días sobre la política; unos y otros amenazándose, acusándose, descalificándose.

El idioma político en México no sólo está degradado es la fonética misma  de un autoritarismo no superado. No sabemos ejercer la autoridad y no sabemos relacionarnos con ella, y eso ciertamente se incuba desde la escuela y se propaga en los medios y en las redes.

Educar para la libertad ese debería de ser uno de los ejes fundamentales de la reforma educativa que tendrá que replantearse. La libertad y la responsabilidad van de la mano, contrastan con sus opuestos, opresión y miedo que nos hacen tropezarnos con la impunidad y la corrupción.

En este contexto, son las universidades hoy en día el lugar, uno de los escasos lugares donde la libertad y la conciencia palpitan, ahí se encuentra el detonador que requiere el país para salir de esta inmensa fosa donde se hunde:

Esta violencia que encarna la complicidad de sectores de la clase política y las organizaciones criminales es el tema fundamental, no Trump y sus fanfarronerías que se han convertido en un  masiosare que posterga la decisión de asumir un compromiso a fondo y estructural con la nación en una de su etapas más críticas.

En este sentido sobresale  la Universidad del Estado de Morelos al solidarizarse con las víctimas y denunciar la corrupción criminal de las autoridades involucradas en la fosas clandestinas de Tetelcingo; a ella se suma la Universidad Veracruzana al advertir la violencia que acecha principalmente a la población joven y que ha cobrado la vida de algunos de sus estudiantes asesinados con una crueldad demencial.

Ahí está la tragedia de Coahuila y sus cementerios clandestinos, y así podemos recorrer una ruta turística del horror por los territorios de una Nación  que le urge reencontrarse.

La  ciudadanía de este país tiene que tomar las calles y evitar el colapso de la vida social. Los partidos políticos están atrapados y su lógica se acota al juego electoral. Si queremos que tenga sentido su quehacer se necesita una gran sacudida ciudadana, que evidencie el poder de la energía social para convertirse en parteaguas  de un periodo donde la confusión, el miedo  y la desesperanza pretenden convertirse en dominantes.

¿Cómo superar la fragmentación de los movimientos sociales y articular la presencia ciudadana  para reconocerla y reconocerse como el actor político estratégico que tiene el poder de acotar y modificar el  sistema de violencia que se ha anidado en la República?

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