No se pierda el siguiente capítulo

12/10/2013 - 12:01 am

Como dijo Mardonio Carballo, “ofende que ofenda”. Hiere que los abusos cometidos contra los más débiles causen un escándalo ¡y ya! Ofende que todo quede en eso: en que las injusticias nos ofenden y no se resuelven. ¿Qué nos pasa?

Esa pregunta anda todavía buscando una respuesta. ¿Por qué los mexicanos nos aguantamos todo sin reaccionar? ¿Por qué sólo nos limitamos a ser testigos indignados de los horrores que suceden en nuestro país? ¿Será por miedo, por ignorancia, porque somos muchos, o por qué? La mayoría le saca la vuelta a la reflexión por el camino del “es que así somos”.

Ejemplos. Ni la información que recibimos ni la imaginación nos alcanzan para conocer la verdadera dimensión de la corrupción que impera en la función pública; nos enteramos de mínimas muestras del inmenso desdén que se tiene hacia los pobres, más aún hacia los indígenas; de cómo se venden juzgados y se tuercen juicios para inculpar al inocente débil y exculpar al poderoso responsable; recibimos las explicaciones oscuras, ambiguas contradictorias y claramente falsas con las que gobernantes y partidos salen del paso sin despeinarse; vemos salir de la cárcel a delincuentes probados a nivel internacional, y recibir condenas de por vida a quienes han probado por varias vías su inocencia. Todos sabemos todo esto y aún así nada cambia. ¿Por qué?

En México la mayoría sigue votando por los partidos que –fuera máscaras– nos tienen en la ruina. La gente sabe que han sido el PRI y el PAN los grandes autores de lo que hoy vivimos, sabe que ambos son lo mismo y que las incontables reformas que nos abruman son ajustes que los gobernantes necesitan para legalizar los delitos que hoy de todos modos ya cometen. Sin embargo, ese mismo pueblo sigue respaldando a esos partidos y sus iniciativas; cualquiera que no lo haga será llamado anarquista. Y el adjetivo, ese sí, es inaceptable… la ruina no.

Casi cualquier persona con la que hablemos y comencemos una plática sobre México nos dará un diagnóstico dramático, máximo en dos minutos (a veces inmediatamente, depende del grado de confianza que se tenga). Pero cuando la misma persona se suma a la bola, se transforma: critica, apoya o vota sin una opinión propia, con la de la masa.

Y bajo esta tibia manera de ser social subyace otro factor, éste vergonzoso: la discriminación. Puede ser económica, laboral, cultural, religiosa, geográfica, étnica, de edad o género, etc., el hecho es que cada ciudadano se busca y encuentra “inferiores” a quiénes hacer sujetos de su desprecio. Así se construye una pirámide de condena, crítica, sectorización, prepotencia, domino y franco desprecio generalizados. Cada habitante desprecia y es despreciado; y aunque en la cumbre no se tienen más que inferiores, curiosamente convergen todos los desprecios. ¿Así cuándo vamos a construir comunidad?

El cuerpo social mexicano ve el derrumbe constante y creciente de nuestro país con la misma indiferencia y distancia que tendría ante un programa televisivo de tragedias prefabricadas o ante una serie: atestigua, se escandaliza, lo comenta y espera el siguiente capítulo. ¿Será ese el adoctrinamiento masivo que nos imparten las televisoras? Eso explicaría su poder, que en muchos casos y en muchas opiniones se sitúa ya por encima del gubernamental.

en Sinembargo al Aire

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