Parcial y subjetivo | Sumándome al canon

12/10/2012 - 12:00 am

Apenas ayer se dio a conocer al ganador del Premio Nobel de Literatura de este año. Mientras escribo esta columna ignoro cuál fue el resultado. Por eso no lo hago sobre el recién galardonado sino del premio. Sé de cierto que, sin importar quién haya sido el elegido, hoy mismo ya hay polémica. La mayor parte de los comentarios irán en el tenor de ser incapaces de explicar las razones por las que le concedieron el galardón a tal o cual novelista, poeta o dramaturgo. Si uno revisa los comentarios que se han generado y están por venir, será fácil concluir que son más los que hablan mal del elegido que los elogiosos. Las razones pueden ser muchas. Van desde lo administrativo (es imposible que la Academia conozca la obra de escritores de todo el mundo) hasta el ideológico (en los últimos años, el premio se ha concedido por razones políticas).

No soy nadie para defender el galardón ni quiero hacerlo. Me resultaría sencillo sumarme a las filas de los detractores. Sin embargo, eso poco aportaría a la hora de recomendar lecturas. Entonces prefiero no indignarme con los resultados. A fin de cuentas, si a las razones ya esgrimidas se suma la subjetividad, el Premio Nobel es como cualquier otro. Por eso prefiero hacer un recuento a partir de mi persona. Enlistaré a algunos premiados que me han dejado satisfecho cuando he leído su obra, por no decir encantado. No es una forma de validar sino de asumir que el listado de autores también puede ser considerado una guía. Ahora bien, han sido demasiados los ganadores y poco el espacio que me queda. Opto por una salida fácil: elegiré entre los últimos, ya en otra ocasión lo haré con los primeros.

Entre dos palacios

Leer a Naguib Mahfuz es adentrarse al mundo egipcio desde diferentes perspectivas. La más evidente es la que se produce a partir de sus novelas históricas. Sin embargo, su gran obra narrativa descansa en lo que podría ser considerada una larga crónica del Egipto contemporáneo. En ella da cuenta de los problemas que aquejaron a los habitantes de El Cairo durante la segunda mitad del siglo XX. Más aún, al margen de su capacidad por crear una ambientación tan precisa que resulta habitable, la puebla con personajes complejos que viven la tiranía de una cultura obsesionada en hacer cumplir a rajatabla la tradición. Ahí, las leyes musulmanas deben cumplirse a cabalidad, so pena de ser duramente castigado. Pese a las diferencias, empatizar con los personajes es sencillo, de tan entrañables que son. Leerlo es, entonces, adentrarse a ese mundo para descubrir que lo humano tiene muchos más matices de los que pensamos.

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Memorial del convento

La vida de José Saramago da para una novela en forma. Nieto de un hombre analfabeto, su acercamiento a la literatura tuvo una profunda relación con la voluntad y la necesidad de superarse. Sin embargo, la escritura no era una opción viable. Al menos no para sobrevivir. Por eso, tras un par de fracasos como novelista, se dedicó a diversos oficios y ocupaciones. Es hasta la década de los ochenta cuando su obra comienza a tomar forma. A partir de ese momento su literatura estará marcada con un estilo tan propio que se volverá inconfundible. Sus novelas alcanzan elevados niveles en cuanto a la manufactura de sus tramas, a las historias que cuenta, a la densidad de sus personajes. Leerlas es toparse con una voz que guía y reflexiona al mismo tiempo en el que narra; como demostrando que el simple hecho de contar historias no es suficiente sino que se debe completar con una lectura comprometida.

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Vida y época de Michael K

J. M. Coetzee es el único ganador del Premio Booker que lo ha obtenido en dos ocasiones y con justa razón. Muchos de sus lectores consideran que es de los pocos escritores vivos que será leído al cabo de un par de siglos. Si bien es cierto que la afirmación suena excesiva, lo cierto es que Coetzee es un escritor poderoso. Al margen de sus novelas con carga autobiográfica, consigue crear personajes salidos de la marginalidad. El contexto es un componente necesario para que dichos personajes consigan llegar al límite de sus propias capacidades. Así, se puede sentir cómo la impotencia se va apoderando de los lectores al tiempo en que los estremecimientos se van sucediendo uno tras otro. Su talento para transmitir el sufrimiento ajeno y para conseguir la empatía de sus lectores lo vuelven un escritor necesario en esta época en que entender al otro parece un imposible.

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El otoño del patriarca

Si tuviera que circunscribirse su obra a un solo adjetivo sería exuberante. De ella se ha dicho que es un vívido retrato de América Latina. Sin embargo, esto no es del todo cierto (lo sabemos quienes la habitamos). Entonces, la obra de Gabriel García Márquez alcanza un nivel superior, porque ha conseguido reinventar de tal forma al continente que lo ha convertido en un referente mucho más real que la realidad misma. Tampoco se puede asegurar que él sea el inventor del realismo mágico. Sin embargo, la asociación entre sus novelas y este género literario es tal que casi se han vuelto sinónimos. Leerlo es dejarse seducir por las palabras que no dan tregua, por las imágenes que se aglutinan, por el sufrimiento y el gozo que, más allá de los personajes, se instalan en un ambiente fértil y acogedor como sus mismos habitantes. Leerlo es sumarse a una causa destinada a la inmortalidad. No por nada media docena de sus libros son considerados clásicos.

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La montaña del alma

La capacidad de contemplación es algo que se ha perdido en occidente. No sólo eso, también la relación que se tiene con la naturaleza, la necesidad de abandonarse a la meditación. Gao Xingjian parte de esas ideas para abordarlas tanto en su obra narrativa como en la dramática. Así, explora intersticios del espíritu que nos pueden resultar lejanos. Incluso tediosos. Pero, es por demás propositivo a la hora de plantear sus arquitecturas narrativas. En ellas se permite juegos que le otorgan nuevos niveles de lectura, que precisan un compromiso del lector. Porque su obra no trata sólo de esa contemplación ni de la forma en que nos relacionamos con el entorno. Al contrario, es introspectiva a grados tales que es imposible no convertirse en el personaje que reflexiona, espera o recuerda. A ello hay que sumarle un lenguaje bello, que más que seducir acoge y por el cual es sencillo dejarse llevar hasta las últimas consecuencias.

Polémicas hay y seguirá habiendo. Algunas son necesarias en tanto permiten llegar a niveles más profundos de análisis. Otras son absurdas porque se ocupan del denuesto y no de la propuesta. Sea como fuere, es inevitable que haya posturas encontradas frente a un premio; incluso asumiendo que la claridad y limpieza del mismo son incuestionables. El encono crece cuando es el mayor reconocimiento que se da a la labor literaria. Ya sea porque lo empañen posturas políticas, ya porque se premie a luchadores sociales antes que a grandes escritores, ya porque el autor en cuestión sea un desconocido. Sin embargo, esta misma polémica es un excelente pretexto para acercarse a ellos. Puede ser que nos conmuevan o nos decepcionen, pero una recomendación nunca está de más y, cuando aciertan, los académicos premian a autores de la mayor envergadura.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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