Julieta Cardona
12/09/2015 - 12:00 am
Homofóbicos del mundo, salid del clóset
En coautoría con Alberto Lujambio La primera vez que escuché que había un debate por la adopción gay, más que alarmarme, me pareció extraño, extrañísimo. Yo soy una mujer gay y, para iniciar una sacrosanta “familia con hijos”, tengo fáciles y sencillas alternativas: ir a un bar y agarrarme al bato que me parezca más […]
En coautoría con Alberto Lujambio
La primera vez que escuché que había un debate por la adopción gay, más que alarmarme, me pareció extraño, extrañísimo. Yo soy una mujer gay y, para iniciar una sacrosanta “familia con hijos”, tengo fáciles y sencillas alternativas: ir a un bar y agarrarme al bato que me parezca más fuerte y más guapo para embarazarme o pedirle a mi mejor amigo una donación de esperma. Así, de pronto, pertenezco al grupo de madres solteras que a la sociedad mexicana tanto le gusta cuidar y ayudar a amamantar.
Bajo esta premisa –defendida, incluso, por muchas mujeres– se banalizan mis decisiones. Tener un hijo, para los conservadores, es un asunto de derechos. Donde el niño tiene derecho a un padre y una madre. Freud, si estuviera vivo, diría seguramente que no importa qué, que igual te enamoras de tu papi o de tu mami. Para ellos, todo se reduce a la genitalidad, a que los niños necesitan en casa un pito y una vagina.
Regreso al primer punto: a mí me parece rarísimo el debate sobre adopción homoparental. Los homosexuales siempre han tenido hijos heterosexuales y los heterosexuales siempre han tenido hijos homosexuales. Además, ninguna legislación civil ha establecido jamás en nuestra historia, que las personas homosexuales no pueden adoptar. El debate me parece real, pero falso en sí mismo. Porque no es un debate. Es un pretexto que encuentran los grupos conservadores para lanzar consignas homofóbicas. De esas que provocan violencia y causan muertes.
Este grupo de personas son arengadas y manipuladas por sacerdotes pertenecientes a la iglesia católica, la única institución de gran escala que ha violado niños de manera sistemática y que lo ha ocultado de la manera más indigna: esa máquina creada para la depredación sexual de menores. Quieren seguir ostentando la propiedad de los niños desamparados para violarlos y abusarlos. Porque ahí está Mamá Rosa y Marcial Maciel que, con enorme gusto, están dispuestos a darles consuelo y amor. De ese que, aparentemente, una pareja de homosexuales no son capaces de dar.
He cambiado muchas veces de opinión, pero siempre he estado dispuesta apropiarme de mis ideas y a vivir con sus consecuencias. Invito a todos los que defienden estas ideas a hacer lo propio. Porque, lo peor de este falso debate, es que los homofóbicos pueden esconderse en falsas banderas. Le llaman la “ley por los niños” o “marcha por los niños y por la familia y por la vida”. En realidad, todas estas banderas no son otra cosa que propaganda en contra de la libertad sexual, la diversidad y la justicia social. Son un grupo extremista que provoca el odio, la violencia, la exclusión y la desigualdad. Los que tienen que salir del clóset, son ustedes.
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