El barrio bravo está inquieto. Las “tienditas” extreman precauciones, la policía merodea. El mercado de las drogas es vigoroso y todos lo saben; pero los últimos acontecimientos hacen que el negocio tome vacaciones. Aquí circulan versiones de lo que ha sucedido: que algunos de los 12 “desaparecidos” están muertos y otros huyen; que a Míster Oriente lo mataron sólo por mirón…
Ciudad de México, 12 de junio (SinEmbargo).– En Tepito, el sarcasmo es pronto, como una navaja plegable que se abre en un instante con sólo oprimir un botón.
–Mancera dice que en la Ciudad no existen los cárteles y que lo del crimen organizado es asunto de pandillas– se le comenta a dos vendedores de mediana escala.
–¡No maameeeees!– sueltan a coro sentados en su tienda cercana al tianguis. Una tienda: negocio que puede prescindir de un domicilio específico y que vende todas las sustancias ilegales que la demanda exija: cada vez menos cocaína, cada vez más inhalables; cada vez más tachas y cada vez más medicamentos psicoactivos. Y más piedra. Marihuana, como siempre: “un chingo”.
A cinco o seis cuadras de profundidad está el altar más popular de la Santa Muerte en la Ciudad de México y, ya ahí, es cosa de doblar la esquina para encontrar el gimnasio en que cuatro hombres jóvenes fueron acribillados en días anteriores.
En estas mismas banquetas se tiene una certeza: no es posible que vivan las 12 personas levantadas en el Bar Heaven hace pocas semanas. Algunos huyeron, dicen entre dientes. Deben estar escondidos. Pocos hablan de cuáles demonios fueron los que se soltaron y calentaron el Barrio Bravo.
“Pero a todos nos tiene bien jodidos”, se queja uno de los hombres con una enorme Niña Blanca tatuada con tinta (ahora) verde en el pecho y que asoma la cabeza sobre el cuello de una ajustada camiseta sin mangas. “Ve nomás la tira”, señala un helicóptero. “Todo, todo, todo está parado”.
El hombre del tatuaje es uno de los vendedores de drogas que despunta del promedio en ese comercio tradicional de la Colonia Morelos. Obtiene alrededor de 10 mil pesos diarios de una “tiendita” bien surtida: activo, tachas, marihuana, piedra y cocaína.
Cada día vende un kilo de marihuana. Cada día expende 100 litros de inhalantes…
“Aquí no es que haya entre con la tira. Cuando la tira, la que sea, la federal, la judicial, la preventiva, te topa, entonces se negocia. Todo va de acuerdo a como te dejes”.
–¿Por un kilo de marihuana?– se le pregunta.
–Pueden ser 200 mil pesos o 50 mil pesos. Siempre depende de tu fama, de tus conectes. No es lo mismo soltar dinero si tienen conocidos.
–¿Cuántos vendedores hay?
–Unos 100.
–Esa es la base de la pirámide…
–No. Digo que hay 100 tienditas. Cada tiendita tiene… Yo tengo 10 empleados. Los tengo por turnos. Desde el que tira 18 en la esquina, el que avisa si viene la tira y el vaivén, el que hace los mandados, hasta el de confianza. A ese le pago 500 pesos diarios.
–¿Clientes?
–De todo, de todo pasa por acá.
–¿Cuántos?
–Un chingo, no sé… Mil tal vez. Pero aquí, como con la ropa, se vende también medio mayoreo. Aquí es… Es como una tienda de tienditas. Aquí se vende desde 10 pesos hasta un kilo de marihuana en 2 mil pesos.
–¿Lavan su dinero aquí en Tepito, con la fayuca, por ejemplo?
–No, no. Aquí todavía no se tiene esa visión.
–¿Por qué habiendo tantos vendedores no hay una matanza como en Ciudad Juárez?
–Aquí es un asunto por calles. Nadie anda diciéndole a nadie qué hacer ni qué no hacer. Cada quien su jale. Si te chingan te la cobras y ya. Que los de Sinaloa o los de Michoacán o lo que sea, pues sí, a lo mejor sí son ellos los que surten a Tepito. Pero aquí, en la calle, no mandan.
–¿Y los 12 desaparecidos?
–Quién sabe. Dicen que unos ya están muertos.
–¿Quiénes se están peleando?
–No, eso sí quien sabe. Ya me tengo que ir a trabajar –concluye la conversación.
Pero no hay trabajo. El acostumbrado avispero de motonetas de colores brillantes está quieto: el barrio está que arde.
“Ariel era… ¿cómo decirte?… ¡Mamón!”, dice con alivio un doble vecino de Ariel Castañeda Velázquez, el instructor de fisicoculturismo y dueño del gimnasio de la Morelos asesinado junto con otros tres hombres. “Son de por acá”, y apunta el dedo hacia la calle de Panaderos.
–Óscar, su hermano gemelo, es la banda. Más tranquilo. Andaban siempre juntos en el Reclusorio Oriente. Los dos estaban el dormitorio Anexo Siete. Yo no, yo estaba en otra parte y por otro asunto, pero les hablaba porque los conocía desde aquí.
Ariel y Óscar eran gemelos y “causas”, como en las prisiones se llama a quienes están relacionados por el mismo delito y comparten la misma causa penal. Sólo los distinguían dos aspectos físicos. Ariel siempre llevó el cabello corto y Óscar siempre lo ha usado largo. Y Ariel tenía mayor definición muscular que su hermano. Tal vez por esto fue que Ariel ganó el concurso Míster Oriente de fisicoculturismo en 2006 dejando a su hermano sobreviviente en segundo sitio.
Ariel repitió el campeonato al año siguiente.
–No les iba mal. Desde la secundaria que los conozco no se metían en pedos –tercia un hombre de baja estatura y cabeza alargada como un tlacoyo–. Yo estuve con ellos en la secundaria y poco después ya se estaban poniendo bien mamados. Eran stripers. Bailaban en despedidas de solteras y eso. Traían puro bizcocho. Estaban bien mamados. Ariel tenía un Jetta blanquito clásico, pero de los nuevos. No son muy altos, así como, como…
–Tenían la concesión de los arpones ahí dentro– recupera la palabra el ex convicto del Reclusorio Oriente.
–¿Arpones? ¿Heroína?– se le pregunta.
–No, ellos no andaban en eso. A Óscar le encantaba la mota –hace un vaivén con la mano como si llevara un enorme puro anillado entre el pulgar y el índice derechos–. Pero sólo la mota. Ellos y más Ariel vendían los asteroides adentro. Eran los únicos en ese tiempo.
–¿Por qué llegaron al Oriente?
–Robo a transporte y creo que algo les aventaron también por secuestro. Se chingaron siete años ahí.
–¿Enemigos?
–No. Ninguno. No se metían en pedos y hacían el varo. Sólo ellos arponeaban las bombas, las madres con anabólicos y eso. Inyectaban mucha gente. Hasta vendían las tangas de los concursos y el aceite que se embarran.
–Decías que la concesión…
–Es un entre. Por ejemplo, para vender películas pagas 10 mil o 20 mil pesos a los custodios, depende de quién seas y qué relaciones tengas. Luego pagas una renta de mil pesos semanales. Yo supongo que ellos, por su negocio, era más, por todas las madres que tenían que meter. Uno andaba con una señora y el otro con una flaquita, güerita. Estaba bien. Ellas dos les surtían todo, también las jeringas. O un celular o las páginas blancas del directorio para la extorsión y así. Ariel también arponeaba a varios custodios y por ahí a un jefe de turno. Tal vez por eso pagaba menos.
–¿Y de las drogas?
–No, ellos no andaban en eso. Eran, si quieres, el Cártel de los Mamados –sólo él ríe de su chiste–. Luego les hizo competencia un cabrón bien grandote de la República de Checoeslovaquia (sic) –sonríe por su victoria sobre el trabalenguas de un país que ya no existe.
–Me refiero a las drogas dentro. A las tienditas.
–¡Ah! Pues una madre que da nomás para un flaco, nomás las tres, se vende en 10 pesos. Eso aquí ni se vende ya y aquí se venden bolsas de 10 pesos para arriba. Un chocho de Rivotril cuesta unos 50 pesos, el doble que en la calle. Una ampolleta de activo –solvente– como las que se usan para la medicina, cuesta 15 pesos ahí dentro. Son raras las tachas.
–¿Y de dónde llega?
–El 80 por ciento de aquí, de Tepito. Al menos así es en el Norte y en el Oriente, que son los que yo conozco.
–¿Y entonces por qué mataron a Ariel?
–Por pinche mirón. No iban tras él, pero vio.
–¿Sobre quién iban?
–Pues sobre los hermanos –José Fernando y Diego Guadalupe Rocha Cid de León– que vendían ropa en el centro, en República de Argentina, ¿no?
LA IGNORANCIA
¿Es verdad que “los cocineros” de las Ciudad de México u otros sitios del país viertan raticida para potenciar la adicción? Otros vendedores de droga coinciden en el uso del ingrediente, pero, a ciencia cierta, nadie sabe con qué está “cortada” la cocaína o qué añadiduras se agreguen a la metanfetamina en las tachas.
SinEmbargo solicitó copia de todos los análisis químicos hechos a las drogas ilegales en el mercado negro mexicano a la Comisión Federal para la Prevención de Riesgos Sanitarios y a la Procuraduría General de la República.
¿Es verdad que la llamada guerra contra las y sus miles de muertos y sus decenas de funcionarios públicos al servicio del narco y sus cientos de consumidores muertos y la negativa de los gobernantes sobre la gravedad del problema es un tema de salud?
La respuesta de ambas dependencias de gobierno ofrece al menos una dirección hacia la respuesta:
“La información es inexistente”.
Palabras más palabras menos que las empleadas por Mancera para explicar el fenómeno del crimen organizado en la capital de México.
EL MERCADO DE LAS DROGAS
Con datos de la administración federal pasada, en 2009 México inhalaba, fumaba, ingería o se inyectaba alrededor de 357 toneladas de drogas ilegales al año, lo que suponía un mercado de 431 millones 600 mil dólares.
Si el volumen de ganancias se incrementaron entre ese año y 2011, cuando se realizó la última Encuesta Nacional de Adicciones (ENA) no se sabe, pero sí se tiene certeza que aumentó el consumo con respecto de la última estimación efectuada en 2008.
Pero da una idea de la importancia que tiene el consumo interno y la posible relación entre el incremento de los usuarios, la reducción de su edad de inicio, la multiplicidad de sustancias utilizadas por una misma sustancia y el endurecimiento del prohibicionismo.
Y deja bastante claro por qué a los cárteles mexicanos el negocio de las drogas no estriba sólo en la importación o producción y exportación, sino en exprimir un mercado cada vez más ávido de sustancias recreativas.
Según la información ofrecida en 2009, el consumo anual estaba repartido de la siguiente manera: 343.45 toneladas de mariguana, 8 toneladas 420 kilos de cocaína, 2.5 toneladas de heroína, 3 mil 160 kilos de anfetaminas y 400 kilogramos de éxtasis. Esas drogas generan un total de 431 millones 600 mil dólares.
Por la otra parte, la ENA da cuenta de los usuarios y su perfil. Respecto a la Ciudad de México el primer dato es que el uso y abuso de esas drogas ha crecido más que el promedio nacional y sólo por debajo del norte y el noroeste de México, regiones claramente definidas por la actividad de los cárteles, los mismos que, según Mancera, no existen en la capital.
Región noroccidental: Baja California, Baja California Sur, Sonora y Sinaloa. Posee las prevalencias más elevadas de consumo de drogas ilegales con 2.8%.
Región nororiental: Tamaulipas, Nuevo León y San Luis Potosí con 2.4%.
Región Ciudad de México: 1.7%.
Región Norcentral: Chihuahua, Coahuila y Durango con 1.6%.
Región Occidental: Colima, Nayarit, Aguascalientes, Zacatecas y Jalisco con 1.5%.
Región Centro Sur: Veracruz, Oaxaca, Michoacán y Guerrero con 1.3%.
Centro: Guanajuato, Hidalgo, Estado de México, Morelos, Puebla, Querétaro y Tlaxcala con 1.2%.
Región Sur: Campeche, Quintana Roo, Chiapas, Tabasco y Yucatán que, con 0.6%, tiene las prevalencias más bajas, menos de la mitad de la media nacional que es de 1.5%.
La muerte es otro indicador.
El Servicio Médico Forense también proporciona información sobre la presencia de sustancias en los casos de aquellas personas que murieron de manera violenta o súbita. En el 2009 se midió esta relación en 20 entidades federativas. Se contó con información de un total de 18 mil 724 defunciones, de las cuales 4 mil 562 (24.4%) ocurrieron bajo la influencia de algún tipo de sustancia. Los mayores porcentajes se observaron en Chihuahua (32.4%), Jalisco (21.7%) y el Distrito Federal (10.5%).
Los datos son aún menos recientes, pero la ENA 2008 muestra, al menos públicamente, los últimos disponibles del consumo detallado en la Ciudad de México.
Pero 2008 es un año con relevancia política en este contexto, porque en ese año Mancera fue propuesto como Procurador del DF por Marcelo Ebrard y ratificado en ese cargo por Felipe Calderón.
Ese año, el 5.7 % de las personas entre 15 y 64 años usaron drogas ilícitas a nivel mundial. En México 4.3 % de la población general lo hizo. Y, en el DF, el dato resultó de 7.8 % de la población general lo hizo.
En sólo seis años, entre 2002 y 2008, la porción de mujeres capitalinas y consumidoras se duplicó, de 1% en 2002 a 1.9% en 2008. En el mismo período, el uso de marihuana aumentó de 3.5 a 4.2%, mientras que el de cocaína creció de 1.2% a 2.4%. Es decir, se duplicó entre ambas mediciones.
Más números para la preocupación:
• La edad de inicio del consumo de drogas ilegales ya había disminuido cinco años, de los 15 a los 10 años de edad en un periodo de seis años.
• Se observaba “un preocupante incremento” en el consumo de metanfetaminas, ocupando el sexto lugar nacional.
• Solamente el 17% de la población que requería tratamiento en adicciones estaba atendido en los servicios de salud.
• La edad de primer contacto con las drogas se ubicaba en los 16.7 años de edad en promedio. En hombres es de 15.7 años y en las mujeres es de 18.5 años.
Así que, en alusión a la negativa de Mancera de la siguiente de los cárteles en la Ciudad de México cabe la siguiente pregunta: ¿cómo llegan al segundo mercado potencial más grandes del país los kilos y kilos de marihuana, cocaína y metanfetaminas que diario se esfuman, inhalan e inyectan?
EL COCINERO
Para ser “cocinero” hace falta una báscula, una pelota del tamaño de una toronja de cocaína base, bicarbonato y raticida.
El Moreno es un joven cocinero que acepta hablar en una de las áreas verdes de la Correccional de San Fernando, la vieja cárcel para muchachos del Distrito Federal.
El Moreno creció en el oriente de la Ciudad de México. De niño, quiso ser militar, pero al poco tiempo se quedó sin futuro.
Estudió hasta el tercer año de primaria. No dejaba de golpear a cualquiera que estuviera a su lado y así. Su familia lo quiso internar, pero no había nada al alcance del bolsillo de su madre, única responsable de él y sus dos hermanos menores. Sin saber leer ni escribir, sin conciencia clara de por qué la furia lo llenaba y lo desborda, el niño de ocho años ya era un muchacho perdido.
Lo hicieron albañil. Desertó y se hizo vendedor de envoltorios de piedra a los 13 años. Al año siguiente, una gresca con otros vendedores se complicó hasta las armas de fuego. El pleito terminó cuando El Moreno remató a su rival con una piedra y por primera vez llegó a una correccional.
A los 15 recobró la libertad. Pronto descubrió que tiene sangre fría para el robo de autos y se adhirió a una banda. Robaban entre 10 y 20 autos a la semana por pedido que entregaban en el Estado de México, Guerrero y Morelos.
Una tarde, la pandilla entregó tres Mercedes Benz en un fraccionamiento de Cuernavaca. Un hombre de aspecto convencional los invitó a pasar a su mansión. Supo luego de los terrenos que pisaba, los territorios de los hermanos Beltrán Leyva. Conoció al patrón y la envidia lo atravesó como una lanza, de lado a lado.
–¿Cómo era la casa?– le pregunto.
–Tenía una alberca. Grande. Cuadros. Tenía dos pinches perros chidos. Su esposa estaba hermosa. Alta, güera, pestañas grandes. Era tranquilo, pedía las cosas por favor. Yo veía al güey este y me decía que debía ser más chingón y tener cosas más chingonas–responde con su voz baja y serena.
Parte del pago de los autos Mercedes se hizo con dinero y el resto con cocaína degradada. Alguno ya sabía cómo cortarla con bicarbonato o anfetaminas para duplicarla triplicarla. Pero no es el único truco para potenciar las ganancias.
“¡Raticida!”, dice y sacude la cabeza. Mira hacia abajo y entrelaza sus manos de piedra y nudillos borrados.
–¿Raticida?
–El raticida deja bien pendeja a la gente –una risa culposa lo sacude–. Y dicen: ‘puta, con una no me conformo, me conformo con diez, quince, veinte o hasta que se me acabe el dinero’.
El Moreno y su banda sólo fumaban la piedra cocinada para ellos mismos. Más pura, más potente, menos dañina. Aún así, el dinero se esfumaba en piedra, whiskey Buchanans y tequila Agavero. Tragos de narcos.
Con 1.68 metros de estatura, El Moreno se consumió hasta pesar 58 kilos. Tenía las encías sangrantes, la mirada ansiosa, las muelas chirriantes y el porte de zombi que la piedra le da a quien se engancha.
Se enamoró y se recuperó. Se empleó de forma admitida como honesta y la familia de su pareja lo adoptó. Un amigo lo encontró con los zapatos sucios y la cara cansada.
–¿Mil pesos semanales pudiendo sacar 30, 40 varos en un pinche día?
“Y volví a caer. Me drogué y a los dos meses me apañaron con dos carros robados, papeles de piedra, una pistola 9 milímetros”.
–¿Qué sientes al asaltar, al matar?
–Sientes chido al golpear, al matar alguien. Ni yo me lo explico. Frío. Te sientes bien al momento. Después, cuando estás tranquilo, dices: chale, por un carro.
Semana a semana, la madre y sus hermanos menores lo visitan en San Fernando. Los muchachos lo extrañan. Lo admiran. Día a día, El Moreno se ha convertido en un boxeador. Tiene forje de welter. El niño soldado sueña con los guantes de oro.
–Voy a robar para venir a estar contigo–le ha dicho uno de sus hermanos.
–¿Y qué les dices?–le pregunto.
Levanta su cara de ojos pequeños y oblicuos.
–Que no. Que es como echar al aire tu vida. ¡Fum! Con una moneda. Que no hay futuro. ¿Cómo servir a este güey que de repente te puede dar en la madre?