A favor de la literatura del narco

12/06/2013 - 12:01 am

“Ya no más narconovelas, por favor. Ya no más novelas sobre la violencia organizada o desorganizada. Ya no”. Cuando leo una declaración así, descontextualizada, se me ocurre pensar dos cosas: 1) qué tal si cambiamos el sujeto (ya no más novelas gay, ya no más novelas de amor, ya no más novelas sobre la esclavitud…), y 2) qué llevó al autor a enunciar semejante frase. El autor en este caso es el escritor y poeta norteño Armando Alanís, avecindado en Monterrey y harto famoso por iniciar y continuar el proyecto de poesía en las bardas que ha trascendido fronteras: Acción Poética. De modo que, con estos datos, uno puede descartar algunas hipótesis, por ejemplo: a) no es por ignorancia, el autor vive en una ciudad deformada por la violencia y b) no es por falta de compromiso social pues el proyecto de Acción Poética, de embellecer la ciudad llenando de versos las calles, lo ha hecho en su mayoría pro bono. ¿Entonces?

Juan Jacobo Rousseau, quien publicara en su tiempo el bestseller Julia o la nueva Eloísa, dijo al respecto de ésta que “las grandes ciudades necesitan espectáculos, y los pueblos corrompidos, novelas”. Es decir, para él la literatura, y en particular la novela, era un motor de cambio social, un motor necesario. Y hace cinco años, en 2007, la historiadora estadounidense Lynn Hunt publicó su tesis sobre La invención de los derechos humanos donde sostiene que las novelas, especialmente las novelas epistolares como Julia, fueron fundamentales para volver “evidente” la idea de los derechos humanos entre pensadores y políticos del siglo XVIII.

El pueblo mexicano es un pueblo corrompido, a quién le queda duda después de tantos muertos. Entonces, ¿necesitamos más narconovelas o necesitamos hacer un silencio al respecto?

Empatía, ¿o por qué a nuestros intelectuales no les duelen los soldados muertos?

La mayoría de los soldados destacados en el norte del país provienen del centro y sur. Sin embargo, cuando los intelectuales y escritores de estas regiones se quejan de la violencia y piden No+Sangre, difícilmente se refieren a sus vecinos y coterráneos, los soldados, que van a darse de balazos en el norte. Difícilmente han dicho “se llevan a nuestros hombres y mujeres a morir, a nuestros padres, madres, herman@s, espos@s, hij@s, tí@s, prim@s…”. Tampoco los políticos centro-sureños hacen mención al respecto.

Peor aún, pareciera que la preocupación por la guerra y las víctimas les llegó miles de muertos después, cuando falleció el hijo de Javier Sicilia.

Lynn Hunt afirma que la empatía fue fundamental para pensar que los derechos humanos eran evidentes y universales: ponerse en el lugar del otro, sentir como el otro. Antes de que esto sucediera, a políticos, legalistas y pensadores les parecía muy bien el estado jurídico de las cosas, ése que afirmaba que los esclavos, las mujeres, los niños, los locos, los criminales, los pobres, los homosexuales, los que no tenían propiedades o pertenecían a otra raza diferente de la blanca, los sirvientes, campesinos y obreros carecían de juicio y por tanto de derechos. Eran “como niños” y, además, eran malvados “por naturaleza”, por el “pecado original”, y estaba muy bien torturarlos hasta la muerte en el potro para “extraerles la verdad”.

Hoy día esto nos puede parecer increíble, pero piense en la palabra “villano” en español: significa, al mismo tiempo, “malvado” y el que procede de la villa, del campo, el campesino.

Siguiendo la tesis de Hunt, los personajes en la literatura “europea” antes de la aparición de la novela estaban bien diferenciados: a las personas ilustres, a los nobles, les sucedían acciones ilustres o tragedias ilustres, eran los únicos capaces de sentir, decidir y actuar como seres humanos en la literatura; mientras que para todos aquellos que no pertenecieran a la nobleza, a la aristocracia, estaba reservado el papel del pícaro, el de la comedia indigna y vulgar (otra palabrita significativa, como villano). A lo más, el pícaro sólo podía ser risueño, pero nunca un prohombre ni ejemplo de los “buenos valores”.

Sin embargo es con las novelas, como Julia o Pamela, de Samuel Richardson, que comienzan a aparecer personajes que no pertenecen ni a la alta ni a la baja nobleza (como el Quijote) y que sí son capaces de actuar y de sentir, ya no como pícaros, sino como cualquier ser humano. Estas novelas, además, fueron bestsellers entre la minúscula sociedad que sí sabía leer, la burguesía y la aristocracia, estos pocos entre los que se encontraban Jefferson y Lafayette y todos los que participaron en las primeras declaraciones modernas de derechos humanos: la de los Estados Unidos y la de Francia.

Para Hunt, el vínculo es claro: si ellos no hubieran leído estas novelas donde una sirvienta (Pamela) es capaz de sentir, pensar y actuar igual que ellos, no habrían sentido la empatíasupiciente para que les parecieran evidentes y universales los derechos humanos.

Entonces, ¿por qué a nuestros intelectuales no parecen dolerles los soldados muertos? Tal vez la respuesta se encuentre, también, en el tipo de personajes de la literatura mexicana. ¿Qué es lo que ha producido? ¿Dónde están los lazos de empatía en nuestra ficción? ¿Se ha escrito algo similar a Julia o Pamela? ¿Por qué un escritor norteño, radicado en Monterrey, pide que no se escriban más narconovelas? ¿Es que Rousseau estaba equivocado y la literatura no sirve de cosa alguna? ¿O es que nuestra literatura no tiene el alcance debido?

Trataré de contestar a estas preguntas en el artículo del próximo miércoles.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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