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Gustavo De la Rosa

12/03/2019 - 12:03 am

Los hijos de la guerra en Juárez

Cuando empezamos, los jóvenes estaban asustados, preocupados por el futuro inmediato e impresionados por la hiperviolencia en la ciudad, y fue difícil para los maestros y asesores quitarles el temor a salir a la calle y enfrentar la vida de manera diferente a como lo habían hecho hasta ese momento. Pero ahora, en el curso 2019, encontramos mayores dificultades de los jóvenes para avanzar en el proyecto.

“Cuando empezamos, los jóvenes estaban asustados, preocupados por el futuro inmediato e impresionados por la hiperviolencia en la ciudad, y fue difícil para los maestros y asesores quitarles el temor a salir a la calle y enfrentar la vida de manera diferente a como lo habían hecho hasta ese momento”. Foto: Nacho Ruiz, Cuartoscuro

Ellos nacieron entre el 2002 y el 2007; durante la Guerra que vivió Juárez entre 2008 y 2013 apenas eran niños y alcanzaron la pubertad bajo la sensación de que la muerte para ellos, sus padres o sus hermanos, se encontraba a la vuelta de la esquina. Hoy tienen entre 12 y 17 años, la edad en la que más riesgo hay de incorporarse a pandillas, y de allí a los cárteles del crimen organizado (así ha sido para 95 de cada cien delincuentes sentenciados).

En 2011, y desde la Mesa de Seguridad, iniciamos un proyecto para rescatar a los jóvenes que vivían en las zonas conflictivas de la ciudad antes de que ingresaran a las pandillas; este fue un proyecto elaborado conjuntamente por el Inacipe y un investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Se ubicó la zona que merecía la atención y se diseñó un modelo de apoyo educativo a los jóvenes, alternativo al modelo escolarizado y de educación abierta, los aplicados por la SEP en el país. El modelo Educación a Menores con Maduración Asistida (EMMA) incluye secundaria, fortalecimiento psicoemocional, conocimiento de los derechos humanos con sus obligaciones inherentes y apoyo para seguir estudiando o capacitándose; echamos a volar el primer grupo en 2011 y nos sorprendió el impacto del modelo en la formación de los jóvenes. Ahora, siete años después, seguimos teniendo reuniones mensuales para evaluar el desarrollo individual de cada uno de los muchachos (algunos ya son licenciados y trabajan profesionalmente).

Nuestra escuela no expulsa a nadie porque entonces no les quedaría otra oportunidad de superarse a través de la educación: el modelo EMMA ofrece una visión diferente de la responsabilidad del Estado en materia educativa. Actualmente, el Gobierno asume únicamente la responsabilidad de preparar a los jóvenes con los conocimientos necesarios para su desarrollo y deja en manos de la familia el proceso de maduración psicoemocional, de formación ciudadana e integridad moral, pero la propuesta de EMMA a los jóvenes que han desertado de secundaria es ofrecerles conocimientos y apoyo en su proceso de maduración psicoemocional y construcción ciudadana; este es un proceso largo, de mil 400 horas de aprendizaje educativo y otras 700 horas para cada una de las dos áreas de maduración, guiado por expertos en las áreas correspondientes.

Cuando empezamos, los jóvenes estaban asustados, preocupados por el futuro inmediato e impresionados por la hiperviolencia en la ciudad, y fue difícil para los maestros y asesores quitarles el temor a salir a la calle y enfrentar la vida de manera diferente a como lo habían hecho hasta ese momento. Pero ahora, en el curso 2019, encontramos mayores dificultades de los jóvenes para avanzar en el proyecto.

No poder visualizar un futuro, o siquiera soñarlo, es común para estos jóvenes, sus planes de vida no van más allá de los quince días y, por lo tanto, sus deseos de progresar son limitados (algunos ni siquiera tienen la certeza de poder almorzar mañana). Encontramos un profundo sentido de soledad en muchos de ellos, algunos perdieron a su padre o hermano mayor, víctimas de homicidio, y han desarrollado un sentido de responsabilidad propia en edades cuando el juego es la prioridad.

Tras vivir esas pérdidas, y también debido a la naturalización de la violencia y la muerte, sienten una extraña impunidad que los lleva a ser intrépidos, temerarios y a enfrentar a las figuras de autoridad sin miedo. Actualmente hemos logrado reclutar a 40, pero asisten con regularidad 30 y tenemos siete casos de resistencia aun después de dos meses (tenemos dos chicas embarazadas de 15 años).

En esta generación encontramos nuevos retos, pero al visibilizarlos podremos superarlos, como ya lo vamos haciendo, y en julio egresará un grupo de muchachos que seguirá con la preparatoria o en capacitación para un trabajo de calidad. Aunque sean hijos de la guerra, les abrimos una puerta lateral al camino delictivo que habrían tomado si hubieran seguido solos.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.

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