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Antonio Salgado Borge

11/12/2015 - 12:00 am

Hablemos del precariado

“El precariado tiene sin cuidado a nuestros gobernantes porque sus integrantes no poseen un sentido de comunidad ni están organizados; es más, muchos ni siquiera saben de su precariedad. Esto no significa que las condiciones de su estado no puedan convertirse en un verdadero riesgo político”.

Protesta por el PensionISSSTE. Foto: Cuartoscuro
Protesta por el PensionISSSTE. Foto: Cuartoscuro

La propuesta de reforma al PensionISSSTE presentada por el Presidente y avalada por el PRI, el PAN, el PVEM y el PANAL no representa una gran novedad. Los trabajadores del ISSSTE ahora tendrán sus ahorros en un sistema análogo al que hoy usan la mayoría de los mexicanos, pero que será manejado por una empresa paraestatal que contará con inversión privada y que será independiente de este instituto.

En realidad, fundadas o no, las advertencias sobre el riesgo que corren las pensiones de este grupo específico de trabajadores reflejan una legítima preocupación por un estado general de cosas que se ha engullido la seguridad laboral de muchos mexicanos. Este fenómeno no es exclusivo de nuestro país. En un libro publicado en 2011, Guy Standing retrata brillantemente a la que califica como una nueva clase global conformada por millones de individuos distribuidos por todo el planeta cuyo principal característica común es no contar con estabilidad o seguridad laboral: el precariado.

Según Standing en los 1980’s, al calor de las políticas económicas neoliberales y de la incursión al mercado mundial de países con mano obra sumamente barata, se empezó a dar por buena la versión de que la flexibilidad laboral era un requisito indispensable para que cualquier economía que buscara ser competitiva. En un entorno global, se decía, sólo los países con esquemas de trabajo flexibles podrían sobrevivir. Ciertamente esta estrategia tiene como fin ayudar a algunas empresas a no perecer y a que los trabajos no se vayan a naciones donde los salarios sean inferiores; sin embargo, lejos de haber resuelto el problema, la flexibilidad laboral ha aumentado también la desigualdad y la precariedad.

Probablemente a estas es  el lector ya lo habrá deducido, pero no sobra subrayarlo: el neologismo precariado presentado por Standing es el resultado de la combinación de la palabras precario y proletariado. Este autor no inventó el término precariado, pero sí lo ha rescató y resignificó para hacer referencia a una nueva clase que, a diferencia del proletariado, no cuenta con trabajos estables, de largo plazo y con jornadas laborales de tiempo completo.

Al diagnóstico de Standing tendríamos que sumar las tendencias reveladas por McAfee y Brynjolfsson en “La segunda era de las máquinas”, libro en el que estos autores exponen que aquellas personas despedidas y sustituidas por máquinas con algún tipo de inteligencia no están encontrando otro trabajo estable con facilidad. La segunda revolución de las máquinas –la primera fue la revolución industrial- está generando una masa de personas desempleadas que se tienen que conformar con trabajos temporales o informales; es decir, está incrementando el volumen del precariado.

Es entendible, aunque de ninguna forma justificable, que los grandes capitales busquen mermar la seguridad laboral de sus trabajadores cuando ésta les representa un obstáculo para obtener mayores ingresos. El problema principal es que el poder económico es actualmente el verdadero poder político; los trabajadores no cuentan con el poder suficiente para incidir en las decisiones de quienes gobiernan o legislan. Sin embargo, esto no explica por qué algunas reformas -como la laboral- o algunas inacciones –como el indispensable aumento del salario mínimo-  no han encontrado demasiada resistencia en los trabajadores que quedan cada vez más desprotegidos.

Entre los rasgos positivos que en ocasiones se pretende atribuir al precariado, nos dice Standing, se encuentran un supuesto estatus superior derivado de su no pertenencia al grupo de “encadenados” de la clase trabajadora o al de “materialistas” burgueses. Desde esta óptica los integrantes del precariado son “espíritus libres” que no aceptan participar en el intercambio de seguridad por subordinación implicado en una relación laboral tradicional.

Imaginemos por un momento a un joven mexicano que recién ha cumplido la mayoría de edad y que busca hacerse de una fuente de ingreso. Muy probablemente -y más gracias a la reciente reforma laboral- el precariado terminará por ser su primer destino. También es probable que al nuevo profesionista la independencia le parezca un estado deseable. El no estar encadenado a un trabajo estable ciertamente le conferiría, en un sentido, un grado de libertad mayor que tener un contrato. “Lo nuevo –nos dice Standing- no es la búsqueda de libertad en el trabajo, sino la aceptación de condiciones de existencia precarias después de períodos largos de trabajo estable”.

Por paradójico que parezca, en ocasiones puede haber más espacio para la libertad cuando se tiene un trabajo seguro que cuando se es eventual.  Un requisito fundamental para la libertad es contar con cierto margen de seguridad para poder ejercerla; y este margen es cada día más pequeño para muchos mexicanos. De acuerdo a Standing, el disfraz de la libertad  esconde la ausencia de las formas de seguridad laboral fundamentales: una adecuada oportunidad de oportunidades de ingreso, la protección contra despidos arbitrarios, la protección contra accidentes o enfermedades en el trabajo, la oportunidad de ganar habilidades laborales, un ingreso estable que incluya salario mínimo, una pensión o seguridad social y tener voz colectiva en el mercado laboral. Al no contar con un respaldo en los tiempos de necesidad –y estos se incrementan con la edad-, el precariado se encuentra desamparado y se convierte en víctima de muchas formas de explotación laboral.

El precariado tiene sin cuidado a nuestros gobernantes porque sus integrantes no poseen un sentido de comunidad ni están organizados; es más, muchos ni siquiera saben de su precariedad. Esto no significa que las condiciones de su estado no puedan convertirse en un verdadero riesgo político. Ante la incertidumbre amenazante, en el precariado se desarrollan, consciente o inconscientemente, cuatro reacciones principales, enojo, anomia, ansiedad y alienación. Las personas que conforman esta nueva clase global tienen confianza mínima en sus relaciones con el capital o con el Estado. La ira potencial les da la capacidad de moverse a la extrema derecha o a la extrema izquierda políticamente y de respaldar cualquier a cualquier demagogo que juegue con sus miedos y fobias.

Lejos de agotarse en las caraterísticas de un muy cuestionable caso particular, la discusión sobre el PensionISSSTE nos debería servir como un recordatorio de que al sacrificar la seguridad laboral de millones a cambio de la flexibilidad que demanda la modernidad, es justamente este el tipo de ciudadanos que desde hace varias décadas México está generando.

 

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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