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Darío Ramírez

11/12/2014 - 12:00 am

Desatinos presidenciales

Como si el país sufriera de un dolor de muela o estomacal, hace unos días Enrique Peña Nieto afirmaba en el epicentro del dolor de la nación -Guerrero- lo siguiente: ”… a realizar un esfuerzo colectivo para que vayamos hacia delante y podamos realmente superar este momento de dolor”. El Presidente sugirió de manera ligera […]

Como si el país sufriera de un dolor de muela o estomacal, hace unos días Enrique Peña Nieto afirmaba en el epicentro del dolor de la nación -Guerrero- lo siguiente: ”… a realizar un esfuerzo colectivo para que vayamos hacia delante y podamos realmente superar este momento de dolor”. El Presidente sugirió de manera ligera que la profunda crisis que vive el país sería sorteada por la buena voluntad de un esfuerzo colectivo. El Presidente anda muy desatinado. Fue a Guerrero a arrojar migajas electoreras a través de programas sociales, le abrió la plaza a su candidata a la gubernatura Claudia Ruiz Massieu y jamás se acercó a Cocula, Iguala o Ayotzinapa.

Me atrevo a pensar que como país hemos superado bastante. Tal vez demasiado. Hemos sido benevolentes con la clase política y hemos permitido que lleven al país al desfiladero. Hemos sido tolerantes con el aumento de cifras de personas desaparecidas, feminicidios, violencia contra la prensa, ejecuciones extrajudiciales y tortura en el país. Lo hemos superado. El Presidente estaría orgulloso. Ahora pide que superemos a los 43 y continuemos navegando sin rumbo. No es cuestión de voluntad o necedad el demandar justicia y respeto a los derechos humanos, como podría pensar el inquilino de Los Pinos. Ha entendido mal. Profundas crisis como la que vivimos no se superan por algún acto divino. Se cierran cuando hay justicia, castigo y reparación. Es imposible huir de Ayotzinapa, por más que el gobierno corra en sentido contrario.

El desatino de Peña Nieto parece no tener fin, en Veracruz dijo: “Algunos pueden pensar que es equivocado hacer un reconocimiento a esta gran empresa mexicana (Televisa), pero el presidente de la República quiere expresar que par los mexicanos es motivo de orgullo (…) es un medio que proyecta a México en el mundo, y eso a los mexicanos nos enorgullece, por eso mi gratitud y reconocimiento”. Lo primero que me viene a la mente es ¿la gratitud mostrada es por qué? sin duda alimenta la hipótesis de que la presidencia se la debe a la empresa. Lo que resalta de lo dicho por Peña es que él mismo sabía que atizaría el contexto nacional sin motivo alguno. Afirmó que gobierno para unos y no para otros.

Monero Rocha, 'La Jornada'
Monero Rocha, ‘La Jornada’

Por un lado, nos dicen que lo superemos, por el otro lado, le habla suavemente a la empresa que parecería se ha afianzado como su secretaria de comunicación oficial. El Presidente debería estarle hablando a la nación, a los deudos, a las víctimas, a la sociedad civil que por miles de miles ha tomado las calles para exigir un cambio de rumbo. Es momento de dejarle de hablar al telepromter para hablarle a la mayoría que dice gobernar y que está enterrada en un esquema de desigualdad y pobreza dónde la justicia es un sueño guajiro y la corrupción la moneda de cambio.

Algo que ha caracterizado a Peña Nieto desde el 26 de septiembre, día de la desaparición forzada de los 43 normalistas es que no habla con la prensa, con la sociedad, con nadie (salvo con Televisa). Su momento cumbre fue cuando dictó su decálogo -del cual ya nunca se volvió hablar- sobre la seguridad. A partir de ahí un personaje un tanto desconocido irrumpió en la escena de la comunicación institucional: Aurelio Nuño (36 años). Muchos dicen que es el personaje que entre sombras acumula poder desde la presidencia. Sería el José Córdoba Montoya de estos tiempos. El tour de medios lo ha hecho Nuño. Suplantando la voz presidencial otorgó una entrevista a El País dónde sus dichos levantaron más de una ceja. Entre un intento de autocrítica lavada en una victimización del Estado por la herencia que han recibido, señaló que la comunicación del gobierno federal ha fallado (y yo aumentaría diciendo: entre muchas otras cosas), afirmó “Nos faltó una agenda más contundente en materia de seguridad y de Estado de Derecho. Nos quedamos cortos. No vimos la dimensión del problema y la prioridad que debería haber tenido”. Me parece un comentario sincero y atinado. Pero si es cierto que lo piensa la presidencia, la duda sería ¿y por qué siguen sin hacer nada? Ahí es dónde lo hueco de la declaración resalta.

El jefe de gabinete del presidente fue tajante: “No vamos a sustituir las reformas por actos teatrales con gran impacto, no nos interesa crear ciclos mediáticos de éxito de 72 horas. Vamos a tener paciencia en este ciclo nuevo de reformas. No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”. Esta es una declaración que debería ser mayormente explicada por el señor Nuño porque refleja -y tal vez así lo quiso- que la presidencia no ha entendido nada. Todo apunta a que el jefe de gabinete cree que las marchas que demandan justicia, castigo y reparación son equivalentes a “pedir sangre” no necesita mayor abundamiento mi explicación. Lo preocupante es que la transcendencia, motivación, sentido y contexto único que estamos viviendo al parecer no permea en la casta que gobierna este país. La plaza, las voces de la sociedad civil, de la cual el gobierno está tan alejado, solamente demanda lo que ellos “no dimensionaron”. Nuño y compañía al parecer descansarían si ante la adversidad que enfrentamos creeríamos ciegamente en sus dichos, así dejaríamos de estorbarles. Pero en realidad, lo que podría ser una oportunidad de cambio, de acuse de recibido de una demanda legítima y legal al ejecutivo,  parecería que le incomoda, enoja y exacerba al chef de jabinete y jefe.

Monero Hernández, 'La Jornada'
Monero Hernández, ‘La Jornada’

Nuestros gobierno federal le apuestan al olvido, al “superarlo” aunque duela, al cansancio y a que jamás se romperá el régimen sostenido en la desigualdad y corrupción. Por eso ambos personajes, Peña y Nuño, llaman a avanzar y superar y a darle carpetazo (sin investigar) al caso de corrupción y conflicto de interés de la Casa Blanca.

¿Qué tiene en común el caso de Ayotzinapa, la Casa Blanca y Tlatlaya -por cierto ya casi olvidado-? En todos los casos fue el Estado. En todos los casos hay impunidad, en todos los casos hay simulación y pacto entre las élites para no dar con los responsables. En todos los casos se sostiene, tácitamente, que nos alejamos de nuestra democracia para afianzar el régimen de la rapiña, la ingobernabilidad y la ley del más fuerte. En los tres casos más grave de las útlimas décadas, fue el Estado y el Estado sigue mudo, complaciente consigo mismo, atorado en viejas prácticas que ensanchan la pobreza y la desigualdad.

Parece que el pacto por la impunidad tiene raíces más ondas, pero no se preocupen, ahí está el periodismo independiente y veraz, ahí están las organizaciones de derechos humanos litigando, defendiendo y protegiendo, ahí está la sociedad cada vez más activa buscando maneras de incidir y cambiar, ahí están las miles de voces en las calles -y en Oslo en la ceremonia del Noble- haciéndose escuchar, trabajando y defendiendo. El gobierno querrá no moverse porque ahí está cómodo pero la última palabra la tiene la sociedad civil que ve claramente la intención de obtener el binomio democracia y derechos humanos.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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