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Tomás Calvillo Unna

11/10/2023 - 12:04 am

Los segundos de la respiración

“No son más las olas del mar, ni su lejano anhelo, ni las seductoras palmeras adheridas a las danzas del viento”.

“La frontera de la existencia”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

Proemio

Dónde quedó el globo terráqueo

que hace años girábamos

y con el índice elegíamos

el país por explorar

y el río por navegar;

en los segundos de la respiración,

ahí se encuentra el mundo

dando vueltas, gravitando.

I

para Ofelia Medina.

 

Cómo se pellizca

el tallo de una rosa

sin espinarse.

Cómo hacerle cosquillas al bosque

para relajar su seriedad.

Cómo avisarle a la nube

que no se vaya tan lejos

y se espere un poquito

para que el sol

no nos queme.

Cómo solicitarle

a las orgullosas palmeras chinas,

en los costados de la carretera,

que bajen sus brazos

y descansen esta tarde.

Cómo pedirle al tráiler

que se estacione en la cuneta

y deje pasar a todas esas bicicletas

que provienen de la infancia.

Cómo decirles a los arbustos

que se pongan de pie

y alcen la voz

para escuchar sus oraciones.

Como pedirle al cielo

que tan azul se exhibe

que nos dé chance

y permita que regresen hoy

los relámpagos

con todo y sus truenos.

Cómo le hacemos

para apagar todas las luces

en todos lados

y poder ver así

a la noche,

en su traje de gala.

Cómo pedirle al tren

que se detenga en el puente

para que la tradición

de la buena suerte

no se pierda,

después de tantos años.

Cómo lograr que la neblina,

en este amanecer

se lleve lejos la pesadilla de la guerra;

y esa humedad suya

absorba las lágrimas de las pérdidas

y nos recuerde el poder de la vida.

II

para Daniel Giménez Cacho.

 

La sed del alma no es la del cuerpo,

un pozo, un manantial no le bastan,

solo el mar tiene la respuesta.

Lo tomó de su mano,

sintió por primera vez esa debilidad,

que anunciaba la ausencia,

la despedida inevitable.

Se acercó a su oído y le dio las gracias,

por llevarlo consigo

a ese viaje interminable.

Era un adolescente

que navegaba en la inmensidad;

su Maestro partió,

le dejó su herencia:

la inexorable aventura de conocer el mundo

y trazar sus rutas.

Cinco siglos después,

unos exploradores,

tal vez ilusos, buscan sus restos,

en un estacionamiento,

donde estuvo el convento

que lo vio morir

con la cruz en su pecho.

No son más las olas del mar,

ni su lejano anhelo,

ni las seductoras palmeras

adheridas a las danzas del viento.

Las columnas de gris cemento,

los escapes de los coches,

y sus cláxones,

el ruido, de la ciudad capital,

la espiral inmóvil de todo motivo.

El actor cavila

en el refugio de las vidas

que ya partieron;

marino y monje,

los dos océanos,

las soledades del encuentro.

El mapa del corazón

y el conocimiento:

llamado corazonada;

el desafío del azar,

en cada camino que vale la pena.

Los personajes que nos acompañan,

la pregunta incansable al terminar el acto,

¿quién soy?

en esta trama que se deshila,

a cada paso que damos.

En voz baja leyó para sí:

Y antes de ser río

era serpiente,

la neblina lo confesó,

este amanecer,

ante el tribunal de las montañas.

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