Óscar de la Borbolla
11/09/2023 - 12:03 am
Testimonio de la angustia
«Esta tarde tengo la impresión de que la gente huye en desbandada de su presente y no hacia sus sueños, sino hacia las pantallas, pues, por lo visto, hacen falta millones de pixeles para aquietar la angustia».
La angustia es una vieja conocida: recuerdo muy bien ese vacío de estómago que experimentaba en la preprimaria cuando mi madre se iba y yo cruzaba el umbral del colegio, no había ningún peligro tangible, de hecho me encontraba con la cara sonriente de la maestra; pero algo había en aquella aula que me obligaba a estar más atento a la ventana que a los cubos que me daban para jugar; los dejaba frente a mí y me mantenía pendiente de lo que ocurría afuera: los ruidos de los autos o al trinar de los pájaros con sus ágiles brincos en el alféizar. La mañana se me iba estando ausente, aferrado a los sueños de los que me habían despertado poco antes y que, pese a todo, iban disolviéndose conforme el día avanzaba.
Los sueños de entonces no eran gratos, pero sabía que los demonios que encerraban eran irreales; no así mis compañeros o la maestra o el edificio donde pasé aquellos años párvulos, ni los que vinieron después en la primaria, años indudablemente más fieros. Ya para entonces el mundo se extendía en un radio mayor y yo procuraba esconderme durante las horas del recreo, llenas invariablemente de pelotazos o de empujones que me hacían caer sobre el duro cemento donde quedaban la piel tierna de mis rodillas o las costras que el día anterior se me habían formado. Estaban los sueños y la realidad áspera de la escuela: aquella realidad dura y recia que no ha cesado desde entonces; más bien crece apoderándose de todo.
Yo era raro en mis tiempos; hoy, sin embargo, creo que todos los niños se parecen al que fui y, además, la angustia se propagó como la pandemia sin respetar edades, aunque al igual que la pandemia se ceba más con los viejos. Esta tarde tengo la impresión de que la gente huye en desbandada de su presente y no hacia sus sueños, sino hacia las pantallas, pues, por lo visto, hacen falta millones de pixeles para aquietar la angustia, para achatar las aristas de este duro cemento sobre el que vamos como zombies por las calles.
Las pantallas son como las ventanas de aquella perdida preprimaria, y hacia ellas volteamos y estamos más pendientes de lo que ocurre ahí que de lo que pasa en esta realidad de la que casi todos han huido en desbandada. Dejo este testimonio de un habitante que ha vivido en dos siglos, aunque la mayor parte de lo vivido ha quedado en el XX.
@oscardelaborbol
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