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Antonio Salgado Borge

11/09/2015 - 12:03 am

¿Qué hacemos con la mariguana?

Grace es una niña neoleonesa que sufre de los continuos ataques de la epilepsia. Desde el inicio de su existencia esta pequeña experimenta un promedio de 400 convulsiones al día. A pesar la gran variedad de drogas legales que le han recetado, Grace no ha mejorado. La decisión de un juez de permitir la importación de […]

Graciela con sus papás Raúl Elizalde y Mayela Benavides. Foto: Sanjuana Martínez.
Graciela con sus papás Raúl Elizalde y Mayela Benavides. Foto: Sanjuana Martínez.

Grace es una niña neoleonesa que sufre de los continuos ataques de la epilepsia. Desde el inicio de su existencia esta pequeña experimenta un promedio de 400 convulsiones al día. A pesar la gran variedad de drogas legales que le han recetado, Grace no ha mejorado. La decisión de un juez de permitir la importación de un aceite de mariguana, que será empleado como parte de una terapia que busca aliviar su padecimiento, ha puesto en tela de juicio las actuales políticas prohibicionistas y ha abierto la puerta para la discusión sobre la legalización para fines medicinales de esta y otras drogas que hoy son ilegales.

Es muy fácil decir tajantemente no a la posibilidad de legalizar la mariguana medicinal cuando no se han sufrido de los efectos de una enfermedad que pueden ser mitigados con ella. Todos podríamos necesitar en algún punto de tratamientos basados en sustancias derivadas de la cannabis y, si llegara ese momento, sería tan natural como egoísta intentar cambiar el marco legal porque somos nosotros los que deseamos que sea diferente. Si no queremos contradecirnos o pretender ser excepcionalmente importantes deberíamos juzgar este caso de la siguiente forma: si Grace fuera mi hija, yo preferiría que la mariguana medicinal que puede aliviarla fuera a) legal b) ilegal.

Gracias a que personas como los padres de Grace hacen públicos sus casos tenemos la oportunidad de ponernos en sus zapatos y de responder sin haber vivido directamente la tragedia.

 Como producto de los prejuicios difundidos con el fin de legitimar la guerra contra las drogas, actualmente muchos defienden la estrategia prohibicionista sin reparar mucho en las profundas contradicciones que ésta implica El filósofo Douglas Husak, profesor de la Universidad de Rutgers, postula en su libro Drugs and Rights Drogas y Derechos– (Cambridge University Press, 1992) que muy probablemente las leyes contra las drogas estén causando más daño que las drogas mismas. Husak segura que tanta guerra nos ha dejado con muy poco margen para discutir seriamente qué son realmente las drogas y cómo deben las naciones lidiar con su existencia.

Es un prejuicio común pensar que todos aquellos que consumen drogas son drogadictos, por lo que resulta de la mayor importancia distinguir entre cuatro tipos de uso principales de drogas:

1) Medicinal: muchas de las drogas hoy prohibidas fueron empleadas en algún momento para tratar padecimientos. En muchos casos la improvisación y la falta de estudios previos generó problemáticas adicionales. Sin embargo, con la irracional prohibición se perdió la oportunidad de continuar la investigación que permitiera aprovechar las propiedades medicinales de algunas sustancias. Las investigaciones sobre la marihuana generado muy buenos dividendos  -el caso de Grace es un ejemplo de este proceso- y los recientes resultados del análisis de las propiedades terapéuticas del LSD -una droga psicodélica- son, de acuerdo con The New Yorker, excitantes.

2) Religioso: quizás el uso original de las sustancias que alteran la percepción está en las ceremonias sagradas. Distintos pueblos en diferentes tiempos han acudido principalmente plantas (peyote, hoja de coca, salvia alucinógena…) para maximizar las experiencias trascendentales que buscan a través de algunas de sus ceremonias. Incluso en países como Estados Unidos y Canadá se ha discutido recientemente la posibilidad de hacer excepciones en la prohibición de ciertas drogas con el fin de no interferir en ritos religiosos. Si esto es posible es porque las drogas empleadas no tendrían los peligrosos efectos que comúnmente se les atribuyen. Por lo tanto, no haría sentido prohibirlas para el resto de la población.

3) Recreativo: Husak define este tipo de uso como el “consumo que tiene como intención promover el placer, la alegría o la euforia del usuario” y postula que a pesar de que algunas sustancias puedan servir exclusivamente para producir efectos gratifiantes, se requieren de razones de mucho mayor peso para prohibirlas. La idea de que aquello que genera placer es malo viene, de acuerdo a este filósofo, de la tradición agustiniana y de la idea de que las drogas alejan de las virtudes. Sin embargo, no hay motivo para suponer que un uso controlado atente contra las virtudes y, en todo caso, ¿quién establece qué es una virtud? Ciertamente el uso de algunas drogas no produce ningún beneficio y algunas sirven incluso como alienantes que distraen o entretienen. En este último caso tendríamos que preguntarnos qué diferencia de fondo hay entre esta alienación producida por su consumo y la que se deriva de otras actividades entretenidas y distractoras, como ver todos los episodios de una telenovela mexicana.

4) Escape: principalmente entre los individuos marginados por una sociedad o en personas emproblemadas, el consumo de drogas puede estar relacionado con la tristeza y la desesperanza. Sin embargo, poca atención han merecido el aumento en el consumo de medicamentos antidepresivos, recetados por médicos por parte de las clases medias y altas, y de inhalantes que los menos favorecidos económicamente pueden comprar en cualquier tlapalería. La solución, desde luego, no es prohibir el escape sino combatir las causas de la desesperanza. De cualquier forma, una mínima parte de la población mundial (menos de 1 por ciento) es adicta a alguna sustancia. La gran mayoría de los consumidores de drogas no se vuelven adictos -es decir, no pierden su autonomía ante la sustancia- y buena parte de los adictos pueden ser tratados en centros de rehabilitación.

En este contexto, la estrategia bélica vigente se antoja incoherente. Es evidente que la “guerra” claramente sólo ha beneficiado a los gobernantes corruptos y a sus proveedores de armamento, que no ha funcionado para abatir el consumo y que regiones de tránsito institucionalmente débiles -como México-  se han convertido en violentos cagadales con Estados tambaleantes. Además, las drogas de diseñador – más peligrosas en muchas ocasiones que las drogas tradicionales- son cada ves más comunes y evolucionan más rápido que las leyes, un tema que ya ha sido abordado antes este mismo espacio.

A pesar de todo lo anterior, la pregunta de fondo es: ¿queremos que el Estado intervenga en la vida privada de los ciudadanos para cuidarlos de no cometer errores que sólo les dañan a ellos mismos? Si el Estado tiene la facultad de prohibir a sus ciudadanos mayores de edad realizar actividades recreativas porque las considera no positivas para los individuos en cuestión, entonces para ser consecuentes la intervención debería ser total; desde impedirnos elegir mal a nuestra pareja -hay relaciones tortuosas que hacen sufrir durante años a una de las partes- hasta obligarnos a comer alimentos saludables o no permitirnos realizar deportes extremos. Para no ser incoherentes, tendríamos que aceptar todo este tipo de medidas paternalistas o rechazarlas todas tajantemente.

Es claro que se necesitan nuevos criterios para establecer sin contradicciones por qué algunas drogas recreativas deben ser prohibidas y otras permitidas. Y la posibilidad más prometedora es dejar de encarcelar a los consumidores por su decisión personal de usar una sustancia y de perseguir a balazos a sus distribuidores para castigar exclusivamente a aquellos que intoxicados produzcan daños a terceros.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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