GROUND ZERO: UN SOUVENIR DE RECUERDO

11/09/2011 - 12:00 am

NUEVA YORK, NY. Fue un momento que nos sentimos unidos por el dolor. Expuestos a semejante destrucción, las Torres Gemelas eran una presencia enorme, simbólica, pero también real. Dominaban lower Manhattan. Estábamos acostumbrados a verlas como quien día a día observa un árbol que impera sobre el jardín, conocíamos sus luces y sombras, sus estaciones.

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Por las calles caminábamos cabizbajos, como los espectros cubiertos de polvo que habíamos visto hace unos días. Llevábamos las imágenes de los que saltaron a su muerte y de los familiares quienes aún con esperanza buscaban a sus seres queridos. El olor de la destrucción y el polvo que se esparció durante semanas. La dulce melancolía de las gaitas que lloraban a sus bomberos. En cada esquina un altar, todo se sentía alterado. Los neoyorquinos curtidos de pronto, expuestos, frágiles. De esa vulnerabilidad surgió el abrazo, las manos que ofrecían ayuda, la necesidad del otro, el amor al prójimo, quien próximo en el dolor se volvía nuestro hermano. Todos habíamos sido testigos.

Los altares improvisados en cada esquina, los carteles fotocopiados de personas perdidas, dieron lugar a laboratorios para la exhumación de los restos. El pánico del ántrax, aquel polvo misterioso y terriblemente letal abrió lugar al miedo y las palabras bélicas substituyeron el llamado de paz. Había que defendernos de ataques biológicos, del axis del mal. Había un enemigo que perseguir en las cuevas remotas de Afganistán.

En el primer aniversario, desde la ventana del departamento que alquilaba, podía ver dos luces que se alzaban hacía el firmamento, dos columnas de aire que sólo resaltaban la ausencia, lo que nos habían quitado.

Cheney y Rumsfeld tomaron el micrófono y comenzó el teatro de seguridad. Primero no podías estar de pié en un avión, ni llevar tus tijeras de manicure, luego el agua quedó prohibida, los zapatos examinados. Las alertas de diversos colores para crear un falso sentido de control, rojo, naranja, ¿verde? Apretar la frontera; las visas se convirtieron aún menos posibles. Llegó la xenofobia, el miedo al otro fue acompañado por el sentimiento paralelo del resto del mundo que ahora veía a los americanos no sólo intransigentes y mono discursivos, sino ciegos, sordos, arrogantes y estúpidos.

No muchos americanos lamentaron su notorio descenso de imagen global, a la mayoría siguió sin importarle lo que sucediera fuera, pero estos creyeron que Barak Hussein Obama restituiría su justo lugar en el primer escaño de liderazgo terrestre.

Aquel fue un verdadero momento de esperanza. Si una persona de padre africano y nombre musulmán podía llegar a la Presidencia de los Estados Unidos, todo sería posible. Pero qué rápido se derrumbó ese sueño también. Los fuegos republicanos interioristas y cerrados avivados por Palin, Cheney, McCain y Newt Gingrich otra vez, dieron lugar a nuevos políticos con voces estridentes quienes ven la solución en un gobierno reducido, sin seguridad social, ni derechos de las mujeres, pero sí, con armas de alto calibre.

Mientras tanto, las empresas constructoras de Ground Zero tenían sus propios impasses con el gobernador Pataki que retrazaba una y otra vez la construcción del memorial, dando lugar a todo tipo de batallas desde el orden de los nombres, la elección de arquitectos, hasta la construcción de una mezquita en el vecindario.

A 10 años, esa unión de los primeros días, donde todos nos sentíamos hermanados en el duelo y el dolor, ha sido transformado en otra atracción turística, en publicidad para soldados, dónde los costos reales de las vidas perdidas son opacados por la venta de souvenirs a precios de descuento.

Las Torres sirvieron de excusa para alimentar la voracidad tejana por el petróleo de la familia Bush y sus allegados. Blackwater y Halliburton llenaron sus cofres sin dejar de pontificar sobre la maldad del enemigo. Recuerdo las fotos filtradas de los militares abusando prisioneros, el horror de Abu Ghraib y Guantánamo y la muerte de civiles inocentes. La privacidad y los derechos de los ciudadanos americanos se han mermado. Sin que la corte de Roberts y Scalia deseen enmendarlo. En cambio las empresas sí obtuvieron nuevos derechos para dar fondos e inmiscuirse en política como si fueran personas. Y las diferencias económicas que se han agudizado… un país y un mundo en crisis, una nación y un pueblo dividido.

Un desasosiego que nos deja con la pregunta: ¿Qué fue de aquellos días de luto cuándo el dolor nos unía?

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